Medio siglo es casi una vida. Cinco años más sumarían 55 primaveras. Unas bodas de esmeralda para el amor hacia el periodismo, para esta relación de altas y bajas que Guerrillero ha tenido con su gente, con sus periodistas, fotógrafos, correctores, diseñadores, y personal administrativo.
Era el seis de julio de 1969 cuando Guerrillero venía a sustituir El Socialista, y desde entonces hasta la fecha no ha hecho más que contar en sus ocho páginas la realidad de Pinar del Río, sus alegrías y tristezas.
En sus hojas está el ciclón Alberto, los días difíciles del Periodo Especial, el paso fuerte y firme de Fidel tras la voluntad hidráulica, la Revolución Energética o la víspera y tras el paso implacable de los huracanes.
Y quizás debíamos leer aquí un discurso sobre su compromiso con el Partido, guía permanente de su trabajo, de su labor, pero el periódico es también más que eso.
Guerrillero es una familia, como esas tradicionales en las que hay regaños, críticas constructivas y algún que otro malentendido, pero en las que prima siempre el respeto, la escucha y el consenso. Un colectivo que ha sabido ser apoyo incondicional de quienes lo han necesitado.
Los tiempos de la Covid fueron muestras de ello. Los teléfonos de casa no pararon cuando hubo gente enferma, cuando el aislamiento nos separó de los seres queridos por días y también para toda la vida.
Ni siquiera en esos días Guerrillero dejó de salir. El propio periódico sirvió de centro de aislamiento para la correctora, la realizadora y el director, y los equipos de prensa se encargaron de la logística. No faltó jamás el almuerzo y la comida a su hora, tampoco el aliento y las buenas vibras, ese ánimo indispensable en esos días de incertidumbre.
No faltó tampoco la alerta de que lo más importante era cuidarnos, cuando no pocos tuvimos que entrar a un centro de aislamiento a expensas de contagiar después a los de casa.
El ejercicio del periodismo es también eso. Decía Ryszard Kapuscinski, referente mundial del Periodismo, que para ser buen periodista hay que ser buena persona. “Nuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico”, comentaba en una entrevista.
Julio García Luis, ese decano del Periodismo en Cuba, y a quien hay que volver una y otra vez para entender los mecanismos de regulación y autorregulación en los medios de prensa en la Isla, refrendaba que hay tres valores básicos que un periodista, en principio, debe tener: modestia, modestia y modestia. Un periodista tiene el deber moral y ético de sentir como su pueblo, de reflejar sus inquietudes, de buscar respuestas, de indagar, de pensar, de explicar, de ayudar a la construcción de una opinión pública.
Para José Martí, “la ética en el periodismo es la espada y su empuñadura, la razón. Sólo deben esgrimirla los buenos, y no ha de ser para el exterminio de los hombres, sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su libertad y progreso”.
Sobre esa base ética se erige este semanario, diario en la web y activo en las redes. A lo largo de esta historia que llega a 55 años, Guerrillero ha intentado ser así, profundamente ético, y lo sigue haciendo ahora, cuando los experimentos tocan a nuestra prensa y nos proponen diversas vías para ampliar y diversificar sus formas de ingreso y darle un respiro a los bolsillos, muchas veces maltrechos de su gente.
Esta gran casa que es el medio, un medio-hogar, por el que se siente y se sufre, hoy está de fiesta, porque en medio de vicisitudes sus periodistas apuestan día a día por el mejor oficio, ese a través del cual intentamos cambiar el mundo. Y no se duerme, y no se descansa hasta que sus páginas están en la calle, y suena algún teléfono para señalar aquello que pudo ir mejor o rara vez para reconocer el trabajo del periodista.
Solo quien trabaja en un medio sabe lo que es eso. Pues como diría el Gabo “el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.