Mirarnos hondo, después de más de un año de COVID-19 y otras tensiones es un ejercicio existencial que valdría la pena hacer, sobre todo para quienes tenemos la suprema aspiración de aprender de las experiencias y crecer como seres humanos.
La realidad pandémica impuso cambios a la humanidad. Nos paralizó en el tiempo y sometió al encierro, miedo, distancia, ensimismamiento. Ya olvidamos los últimos saludos cálidos que brindamos en la oficina o barrio, los bancos de los parques radiantes de juventud, el paseo nocturno de la mano del amante, la visita sorpresiva a los amigos, los domingos con la casa llena de familia, los proyectos de viaje, el plan improvisado que se hace en el grupo el día del cobro, los pretextos que buscábamos para rodearnos de quienes necesitamos y queremos.
Medidas sanitarias son la solución a la mano, hasta la llegada de la vacuna, para impedir la entrada del SARS-CoV-2 al organismo. No enfermar es una aspiración responsable pero no suficiente para salir ilesos frente a una realidad nueva. La experiencia ha puesto a prueba capacidades, tolerancias, ideologías, valores y salir fortalecidos requiere comprensión holística, esfuerzo volitivo y humildad para reconocer nuestros propios errores y sesgos en una travesía donde la sobrevivencia trata de asfixiar al derecho humano de conquistar los sueños.
Comenzar el análisis por nosotros mismos es revisar actitudes, responsabilidades, compromisos ciudadanos, consumo, uso de las tecnologías, formas de interacción, manejo de nuestros poderes en el seno de la familia o trabajo. Hay una parte de la población que dio oídos sordos a la coyuntura, sus pautas y desafíos, para así desacreditar toda la inversión que hizo la Revolución en pos de la instrucción y educación cívica de los cubanos.
Hace unas semanas fui testigo de una masa humana compacta y violenta contra el cristal de una vidriera para comprar colonia, escena con suficiente fuerza para humedecer, hasta tumbar, las alas de los muchos que volamos en la ciudad tras el rastro de la belleza.
Al mismo tiempo, por fortuna, jóvenes de las universidades en los hospitales de campaña, actividades virtuales para la promoción del libro y la lectura, gestión de la ciencia y la tecnología para la solución de problemas vinculados al desarrollo, campesinos afanados en la producción de alimentos, por citar algunos pocos, derrochan energía y tiempo en la búsqueda de variantes para sortear obstáculos y llegar al pueblo convertidos en acción y verdad.
Lo vivido de marzo de 2020 a la fecha nos condujo a diferente lógica para reproducir la vida y, eso sí, no podemos aceptar una nueva fase con viejas mañas. En el ámbito laboral, por ejemplo, quienes estén en el bando de los ventajistas y abusadores del poder tendrán que superarse mucho, porque el teletrabajo ha traído soberanía para autogestionar información y tiempo y ha demostrado, en algunos casos, que las jefaturas mal ejercidas producen efecto contrario a la motivación, productividad y excelencia.
En la familia, el paso del año y el estirón físico de los hijos, unido al tiempo de confinamiento en el hogar, nos muestran niños y jóvenes con control de sus decisiones, hallazgo no advertido con el ajetreo de la normalidad que ha colocado la necesidad de sustituir la hegemonía paterna por estilos participativos como garantía de la educación para y por la felicidad.
Por su parte, el plano de la ideología y la cultura ha condicionado nuevos imaginarios. Entre los que siguen radicalizados con apego a viejos métodos y los que tratan de husmear la realidad para conformar sus propios juicios están los que apoyan a la Revolución. A favor del diálogo respetuoso y constructivo va la mayoría y para ello las habilidades para escuchar, ponerse en el lugar de los demás y construir consenso, es preciso entrenarlas en la práctica diaria desde el buen juicio, el civismo y la memoria.
Palpar el panorama actual, y dentro a nosotros con nuestras acciones, es reconocer la urgencia del país por elevar el rendimiento empresarial, mejorar los servicios públicos, controlar la inflación, la producción y la distribución, depurar a la institucionalidad de burocracias y autoritarismos, atemperar la ciencia y la educación a las necesidades del momento, democratizar los accesos a la información.
Sentido del momento es una abstracción que cobra valor con el sentido de la responsabilidad con el momento. El país no está sobre nosotros para ser mirado con catalejo, sino se lleva en el morral a la espalda, cargado de subjetividad, práctica, acumulados, resistencias y carencias, dignidad y orgullo personales.
Es hora de sacar la lupa de un bolsillo y revisar el contenido hasta encontrar respuestas: ¿qué y cómo aporto a la construcción popular? ¿Contemplo y critico pasivamente frente a las noticias o me involucro en los esfuerzos por mitigar la crisis? Sembradores que sueñan frutos y golosos que aspiran a comer sin pasar por la cosecha son los dos polos extremos de un continuo imaginario en el que estamos todos, bajo el mismo sol, a la misma hora.