Hoy recordamos el cumpleaños de esta gran mujer. Nació un siete de agosto como presagio de que este mismo mes del año fuera, en un futuro, a conjurarse para que le aguardara un día con un trágico hecho que la marcaría durante toda su extensa vida: el cruel asesinato de sus dos hijos: Luis y Sergio.
Quienes la conocimos bien, quienes fuimos sus discípulos sabemos que estamos hablando de una recia personalidad, con un temple impresionante, que nunca se revolvió en su inmenso dolor, que tuvo la entereza, desde los primeros tiempos de la pérdida, y hasta sus últimos momentos, de evocarlos como retoños vivos y continuó regando amor a su alrededor, con especial ahínco cuando se trataba de niños, adolescentes y jóvenes.
Se dedicó, con pasión y vehemencia, a cuidar el legado que dejaron como patriotas, en el afán de que las nuevas generaciones de sanjuaneros, pinareños y cubanos todos pudieran tomarlos como referentes e inspiración. Y lo consiguió, porque ahí está bien activa y comprometida la Asociación Hermanos Saíz (AHS) compuesta por la vanguardia juvenil y enarbolando la bandera de la creación.
Esther Montes de Oca Domínguez es definitivamente de esa estirpe de mujer que ofrendó lo más valioso y preciado de su existencia, una de esas Marianas que nos hacen vibrar con intensidad ante el tamaño de su ejemplaridad.
La carta enviada por ella al director de Radio Continental, en Venezuela, a un año de lo acontecido, devela su estatura y constituye un nítido mensaje de declaración de lucha contra la tiranía batistiana y apoyo a la causa revolucionaria.
“Mi carta no es una queja; la queja deshonra: es el grito de angustia de una madre que como muchas en Cuba, hemos visto cómo el abuso del poder y la fuerza privan de la vida, en el comienzo de la misma, a nuestros más preciados y caros ensueños que son nuestros hijos, aquellos que criamos y educamos para que fueran útiles a la sociedad y a la patria, aquellos que criamos y educamos para que fueran hombres dignos…”.
Conmueve el vigor de este verbo que irradia rabia, y denuncia la injusticia. Y en otro párrafo de este texto, que se debiera incluir en los programas escolares actuales, afirma contundentemente:
“…No dejaré que el dolor me amilane, viviré, no feliz, pero sí orgullosa, más orgullosa aún que antes, de ser la madre de Luis y Sergio”.
Sobrevivió hasta los 105 años y su propia casa, devenido museo, ha sido templo perpetuo de civismo aleccionador. Fui testigo de la expresión dicha por nuestro actual Presidente de la República cuando terminó de visitar el lugar:
“Cada centímetro, cada mosaico de este recinto respira historia y decoro”.
La Maestra de Juventudes supo enseñar, o mejor, educar, en el aula y fuera de ella. Cada conversación se convertía en manantial de sabiduría y riqueza ética. Hasta los chistes y décimas que memorizaba y transmitía a los que la rodeaban, iban cargados de alguna moraleja con un sentido muy práctico.
Puedo testimoniar sus dotes como pedagoga. Disfruté de sus clases, en las que instruía no solo con el pensamiento y el conocimiento, sino también con el sentimiento. Precursora de los que hoy denominamos métodos activos en la enseñanza, específicamente en la aplicación de la técnica del seminario y la indagación independiente.
Pudiera yo en estas líneas desglosar los numerosos reconocimientos y distinciones que recibió, pero me parece más interesante aseverar que la federada, la militante del Partido, la miliciana, la cederista… son aristas que permitieron dar cauce a una actitud vital de servicio: dejó una palpable huella de desprendimiento y consagración.
Su biografía debiera estudiarse más y la universidad pinareña –que la declaró su Rectora de Honor– pudiera fundar una Cátedra Honorífica para compilar e investigar desde la ciencia sus aportes y magisterio incuestionable. Creo que se lo debemos a nuestra ESTHER, creo firmemente que sería imperdonable olvidarla.
La impronta de esta guerrera del occidente cubano, símbolo de dignidad e integridad, es y será resueltamente el acicate para continuar su fecunda huella.