A pesar de que había pasado un poco más de un siglo, Esther Montes de Oca Domínguez siempre mantuvo intacta su carismática personalidad, sin embargo, el tiempo es implacable, ya eran 105 años que se dicen fácil, pero vivirlos constituye un desafío al destino y más si este le golpeó a lo largo de los años en el sentimiento más sagrado de toda mujer: el amor a sus hijos, los cuales le asesinaron en plena flor de la vida.
Le gustaba sentarse al atardecer en el patio de su casa y sentir el trinar de los gorriones a su alrededor, para recordar lo que había sido su vida, como se afirma en la investigación: Las memorias de Esther Montes de Oca Domínguez.
Su infancia la recuerda como algo lindo, fue feliz. La niñez y la juventud son fuentes de los sueños del futuro y no escapó a ellos. Le agradaba todo lo que fuera arte, también soñaba con ser abogada, lo primero tuvo que desecharlo por prejuicios de aquella época y lo segundo por imperativos económicos, hasta que finalmente optó por estudiar magisterio, profesión que abrazó con mucho amor.
Ingresó en la Escuela Normal para Maestros de Pinar del Río en 1926, estudios interrumpidos en el tercer año, durante la dictadura de Machado, debido a las huelgas estudiantiles en contra del régimen imperante. Graduándose como Maestra Normalista el 28 de abril de 1934.
En el transcurso de su profesión laboró en los distintos niveles de enseñanza. Conoció las limitaciones que aún los niños de la zona urbana confrontaban y se vio precisada muchas veces a dar clases en sus horas libres, en su propia casa, a aquellos a quienes el reclamo de la ayuda a la economía y sustento familiar sustraían de las aulas sin apenas haber concluido los estudios primarios.
Al ser asesinados sus hijos por esbirros de la dictadura batistiana, consideró que su dolor no podía ser estéril, que debía dar frutos a la obra de la Revolución.
Esther se llena de coraje extraordinario al perder a Luis y a Sergio, y ante el dolor se crece para defender a la Patria. Ve en la juventud a sus propios hijos. Dando su figura continuidad histórica a la sucesión de generaciones de patriotas de su familia.
En el documental en homenaje a sus 100 años de vida, de la Corresponsalía TV San Juan, afirma: «(…) que uno en la vida no puede decir nunca ya yo terminé, porque uno no ha terminado nunca y que quería vivir hasta que fuera útil a la sociedad».
En 1961 participó en la Campaña de Alfabetización como asesora técnica de brigadistas Conrado Benítez y Alfabetizadores Obreros y Populares. También brindó atención a la brigada piloto que radicaba en la comunidad Hermanos Saíz.
Fue contratada para ocupar la plaza de inspectora municipal de Educación en San Juan y Martínez y posteriormente fue promovida a inspectora provincial. Demostró ser ejemplo a seguir como profesional de la educación en Cuba, cumplidora de la ética pedagógica, maestra en Revolución.
En palabras pronunciadas en 1983, en nombre de las mujeres cubanas, a los cadetes graduados en la promoción correspondiente al XXX aniversario del Moncada expresó: «(…) en cada joven como ustedes veo a mis hijos (…)».
Participó en el primer y segundo congreso de la Asociación Hermanos Saíz, en octubre de 2001 y 2013, respectivamente.
Siempre se sintió orgullosa de que la organización cultural de la juventud cubana llevara el nombre de sus hijos y refiriéndose a ella expresó: «(…) siempre estoy muy pendiente de la actuación de esa Asociación, porque para llevar el nombre de los muchachos tienen que actuar como actuaban ellos, sin hipocresía, en beneficio de la sociedad, de la Patria y de todo y por eso sigo mucho como actúa la Asociación Hermanos Saíz».
Esther fue una excelente madre, maestra, revolucionaria, entusiasta federada, cederista, miliciana, fundadora del Partido, que supo demostrar fuerza y firmeza en todo momento, lo cual la convirtió en un símbolo para todas las generaciones de cubanos que la conocimos o escuchamos hablar de su historia.
A lo largo de su vida recibió múltiples reconocimientos, fue merecedora del Título de Doctor Honoris Causa en Ciencias de la Educación el 19 de julio de 2002, en reconocimiento a su destacada trayectoria y ejemplaridad en la formación de varias generaciones; así como la entrega el 13 de agosto de 2008 del premio Maestra de Juventudes, por su quehacer revolucionario y su destacada labor pedagógica.
En sus últimos años ya las anécdotas pasadas eran difíciles contarlas con la claridad de antes y a pesar de todo, en múltiples ocasiones, deleitaba al público con la interpretación una y otra vez de algunos de los poemas que más recordaba, haya sido por su propio gusto o por capricho de los años. Mostrando de esta forma que había que sobreponerse y burlar barreras, pues vale la pena vivir.
Entre estos poemas podemos citar:
Al carpintero Narciso
se le murió su mujer
y como era su querer
otra de madera hizo
fue tanto lo que la quiso
que la metió en la lacena
y ella sin culpa, ni pena
al carpintero mató
y por eso digo yo
mujer, ni de palo es buena.
Así era esta descendiente de mambises, que como toda una Mariana le demostraba a la vida que era capaz de enfrentarla con optimismo, rindiéndole honor a su generación, ejemplo que supo inculcar en sus hijos Luisito y Sergio, a quienes desde pequeños los arrullaba con cuentos de patriotas, muchos de ellos familiares suyos.
Esther se sumergió en el tiempo, luchando contra la muralla del dolor que desde aquel 13 de agosto de 1957 dejó vacía su alma, día que le arrancaron cruelmente la razón de ser de una madre, que añoró sentir el calor de sus hijos y tuvo que conformarse con poseer sus recuerdos.
En una entrevista de la Corresponsalía TV San Juan expresó:
«Para mí San Juan es todo, no hay nada que yo quiera en el mundo más que a San Juan y Martínez, es mi vida, sin mi pueblo no pudiera vivir. Mi rincón es San Juan y Martínez y no lo dejo por nada en el mundo, además, estoy muy cerca de mis hijos».
Por estas y muchas otras razones estarás siempre presente, continuaremos manteniendo viva la memoria y el legado de tus hijos como tú anhelaste y te seguiremos rindiendo homenaje, porque tú sigues aquí, en cada rincón de tu querido San Juan y Martínez.
Por: Yuliet Osorio Díaz, museóloga de la casa museo Hermanos Saíz Montes de Oca