Casi un kilómetro, monte adentro, habíamos caminado en busca de Bertha Rosa Blanco González. El día anterior, la lluvia hizo de las suyas en Guane y el fango pesaba en los zapatos. Por aquellos parajes intrincados solo se veía marabú a ambos lados del camino. Palmarejo le dicen a aquella zona.
“Ella está aquí”, nos dijeron. Las miradas de quien suscribe y del fotorreportero que completaba el equipo de Guerrillero continuaban escépticas. Ante los gritos de ¡Bertica!, solo nos respondía el silencio.
Fue entonces que avistamos a aquella figura delgada y ligera, conduciendo, con maestría, una “araña” tirada por una yegua. “Vamos, que a pie se van a demorar mucho en llegar a donde tenemos el plan”.
Esa fue la primera sorpresa que recibimos de Bertha, luego, marabuzal adentro, descubrimos más de la estirpe incansable de una mujer que ha dedicado 25 años de su vida a hacer carbón.
LOS NEGROS DEL INSTITUTO
No es la primera vez que la prensa llega hasta esta mujer. La escuela pedagógica Rafael Ferro Macías es el punto de referencia para quienes deciden aventurarse a su encuentro. Cada día va, junto a su hermano, desde Boquerones a Palmarejo, un trayecto que a veces recorren a pie.
“Aquí han venido periódicos, la radio, el telecentro de Sandino. Antes éramos dos parejas, mi mamá con mi tía, y mi hermano y yo.
“En tiempo de sequía no traemos la yegua porque apenas hay yerba, y aunque tenemos otro ‘rimuldio’ (dice para referirse a otro caballo), es un crimen hacerles eso a los animales”.
Lamentablemente, Bertha perdió a su madre, y su tía sufrió un accidente en el que se fracturó las costillas. Con su hermano Pedro lleva ya 15 años en la dura faena, un oficio que aprendió de su padre.
“Aprendí del maestro mayor, mirándolo. Él tiene 80 años y todavía hace carbón, pero los hornos suyos son de 300 sacos.
“No quise seguir estudiando. Esta fue la opción que tuve, un día dije ‘esto es lo mío’, y empecé poco a poco a hacer hornitos de 10 y 15 sacos, y así fui aumentando hasta llegar a los más de 100 que hago hoy”.
Caminamos hasta donde acopian la leña, allí nos muestra una cantidad que les tomó 15 días en cortar y que llenaban una veintena de carretones.
“Con los bueyes la halamos hasta el plan. De aquí debe salir un horno de 120 sacos. Lo vendemos a un precio de 700 pesos, y te puedo asegurar que tiene calidad. Tenemos clientes que vienen de Cienfuegos, Mayabeque, rastreros que vienen a cargar madera y nos han comprado y luego llaman a familiares o amigos de la zona: ‘Del carbón de los negros del instituto, encárgame unos 10 sacos para cuando vaya’”.
Antes de trabajar de pareja con su hermano, lo hacía con su esposo, pero este sufrió varios accidentes cerebrovasculares, y en la actualidad necesita de cuidados constantes.
“Mi hija, que está embarazada, se queda cuidándolo hasta que yo regrese. Casi siempre, al mediodía, ya estamos de regreso. Al monte hay que cogerlo temprano, porque cuando aprieta el sol hay que salir. Trabajamos solo la mañana, claro, menos cuando estamos quemando”.
¿Por qué trabajan en parejas?, la inquiero.
“No es recomendable venir solo para el monte, porque puede suceder cualquier accidente, y ante un hachazo o una pinchada, no tienes de quien auxiliarte. Además, el tramo es muy largo, te puedes desangrar antes de llegar al policlínico”.
No obstante, muchas veces le ha tocado ir sola porque su hermano tiene que atender otros asuntos, pero en esos casos, se dedica a apilar la leña o abrir el plan para el horno.
¿No le da miedo venir sola para el monte?
“¿Miedo a qué? Aquí no viene nadie, lo único que puedes encontrarte son algunas vacas.
A HACHA Y MACHETE
A pesar de lo duro de la jornada, hay días en que se les va el tiempo cortando leña. Cuando van a iniciar una quema, salen a veces a las seis de la tarde, después de dejar el horno bien preparado para evitar que se “vuele”.
“Ya a las cinco de la mañana del otro día estamos aquí, para prevenir que algún animal entre y nos haga ‘piteras o bocas’, y se eche a perder. Tardamos una semana, quizás ocho días en quemar. Hay quienes le ponen muchos arreos y en tres días está listo, ese es el carbón que después sale destemplado, atizonado, no sirve”.
Bertha parece frágil a simple vista; sin embargo, corta marabú a la par de su hermano. A veces usa el machete, pero la mayor parte de la madera la saca con el hacha.
“Si contáramos con una motosierra, tuviéramos cuatro veces la cantidad de leña que ven. Una vez nos dieron una, pero, qué va, es muy ‘antiguana’, y además le faltan piezas”.
Confiesa que no hay secretos para que el carbón sea de calidad, lo esencial está en darle al horno el tiempo que lleva y saber elegir la madera buena de verdad.
“El horno te dice cuando cambiar el arreo, si el humo está azul se está quemando. Lo otro es la madera. Aquí no hay leña blanca, además, este es el carbón que la gente busca, un saco puede durar hasta 10 días, según el uso que le des.
“También hay que seleccionar los palos que cortas, para carbón, la buena es la leña ‘muñeca’ (por el grosor del palo, similar al de la muñeca del brazo de un hombre). Además, la ‘maña’ del tiempo que llevas en esto te da buen ojo para seleccionar”.
En medio del plan que designaron para hacer sus hornos, Bertha explica al detalle cómo realizan la quema. Aunque asegura que hay varios métodos, ella prefiere la variante de usar un tubo como ticero e irlo sacando mientras el horno coge volumen.
¿No cree que sea un trabajo duro para una mujer?
“Claro, es duro para cualquiera, pero ya yo me adapté. No me veo haciendo ninguna otra cosa. Es lo que me gusta, me acuesto a dormir pensando en lo que dejo aquí, loca por que amanezca para venir para acá. Yo me muero en esto”.
Conocer a Bertha Rosa Blanco González nos dejó sorpresas que enmudecen, imágenes que evidencian una estirpe que a veces permanece escondida en lo más intrincado de Cuba.
Casi en la despedida, nos vuelve a brindar transporte de regreso gracias a uno de sus “rimuldios”, mientras nos advierte de la cantidad de garrapatas que hay entre esos montes, un recuerdo que, irremediablemente, también nos llevamos de entre aquella maleza.