Verbo magnético, puntual como un verano y circunspecto cual adulto mayor.
Con solo 17 años, Leal llegó a finales de 1960 a Viejo Miraflores –’mirafango’ le llamaban jocosamente los vecinos a esa localidad suburbana habanera colindante con el reparto Los Pinos-, y por su humanismo pasó a ser ‘sencillamente Eusebio’ para quienes lo conocieron.
Su nombre es el único que recuerdan hoy los mirafloreños que peinan canas de entre todos aquellos integrantes de la Juventud Católica, enviados a predicar esa creencia religiosa entre los niños de la zona.
Como estaba convencido de que ‘primero entrará un camello por el hueco de una aguja que un rico en el reino de los cielos’, a diferencia de sus congéneres, cada sábado bajaba del ómnibus número 13 poco después del mediodía en la Calzada de Los Pinos (Oeste) y la calle Rubio y cruzaba hacia su derecha la ferrovía que une a la Estación de Cristina con el poblado de El Rincón.
Sin prejuicios y movido por el ansia de hacer el bien, su presencia se hizo familiar entre quienes desandaban entre el lodo los trillos legados por los politiqueros que hasta poco antes del 1 de enero de 1959 prometían ‘agua, camino y escuelas’.
Pronto ganó la confianza de los habitantes de las casas de vecindario denominadas solares como el 40, el 36, el Fuego de la Paloma, el Reverbero y el Palo Cagao, en los que inspirado en la bondad del más auténtico cristianismo brindó orientación y solidaridad a madres trabajadoras que sin presencia paterna garantizaban el sustento y la educación de sus hijos.
Invariablemente, antes de iniciar sus clases sabatinas, llegaba al final del pasillo de H número 36, donde Paula, una espigada anciana descendiente de esclavos alternaba la expresión, áay, dios! con su asmático respirar, y su nieto Ricardo avanzaba hacia la discapacidad con apenas 30 años de edad por una implacable epilepsia mal atendida. Más de una vez trajo fármacos o la referencia del ‘médico que podía ayudar’.
En la búsqueda de un patio que sirviera de aula al aire libre habló con Manolo Romero, veterano revolucionario curtido en las luchas obreras contra la dictadura de Gerardo Machado, cuyo marxismo basado exclusivamente en Los Fundamentos del Socialismo en Cuba, de Blas Roca, lo ‘atrincheraban’ en el concepto de que ‘la religión es el opio de los pueblos’.
Al final de varios debates y de compartir la tacita de café que preparaba Asunción, la esposa del viejo integrante del Partido Socialista Popular, ambos coincidieron en que Cristo fue el primer socialista de la historia.
Sobre la base de esa concordancia, Romero colaboró en el convencimiento de su yerno Pedro Llops, cuyo patio de gravillas acogió semanalmente al grupo de infantes, que de buen grado abandonaban entre las tres y las cuatro de la tarde los tirapiedras, tirachapas, canicas, trompos, bates, guantes y pelotas para escuchar a quien a través de la palabra les permitía ver además de la pasión de Cristo la historia del mundo antiguo como en una película.
Esos últimos conocimientos sirvieron posteriormente a más de uno en su orientación vocacional e incluso en los estudios medios y superiores.
Otras aulas de catecismo –hoy queda claro que se trataba de cultura en el sentido más amplio de la palabra- radicaron bajo los frondosos mangos filipinos de Benito Pérez y en el patio de cemento de Giner, un experto del giro telefónico, pero siempre como denominador común en la puerta de esas viviendas se podía leer una calcomanía definitoria en relación con la realidad que entonces vivía Cuba: ‘estamos con la cruz y con la Revolución’.
Tras la comunión, el grupo se distanció de la iglesia porque pese a los esfuerzos de Leal y otros creyentes revolucionarios, la jerarquía del catolicismo tomó partido a favor de la política agresiva de Estados Unidos y de sus aliados internos, resumida en la invasión de Playa Girón, en abril de 1961.
Sin embargo, la impronta del mentor dejó una huella imborrable en quienes transitaron a través del sistema nacional de enseñanza y hoy en su mayoría son profesionales al servicio de su patria.
Leal, en tanto, se convirtió en uno de los más reconocidos intelectuales cubanos y transformó sus conocimientos históricos en un instrumento innovador en el rescate, preservación y desarrollo de los valores patrimoniales desde la Oficina del Historiador de La Habana, ciudad que lo vio nacer, crecer y fallecer este 31 de julio.
Por su obra, ‘cuando lo olviden los hombres, todavía lo recordarán las piedras’, escribió la poetisa Fina García Marruz.
‘Ha muerto Don Eusebio de la memoria enamorada, el que nos hizo llorar y reír con la historia de la nación que somos al darle carácter y alma’, afirmó, por su parte, el presidente, Miguel Díaz-Canel.
Evocó el mandatario, asimismo, que Leal puso nombres e iluminó las oscuridades de la capital, como quien enciende luces en medio de la noche.
‘Hoy se nos ha ido el cubano que salvó a La Habana por encargo de Fidel (Castro) y se lo tomó tan apasionadamente que ya su nombre no es suyo, sino sinónimo de la Ciudad, ha muerto nuestro querido Leal’, expresó el jefe de Estado.