“Hay que tomar medidas”, me dijo una joven pinareña hace unos días, precisamente al hablar sobre la indisciplina social existente en la sociedad de forma general.
Su principal inquietud consistía en que ha visto cómo algunos adolescentes, casi jóvenes, pero menores de edad aún, campean por sus respetos en los horarios nocturnos, bastante tardíos, sin que exista una preocupación, y más, ocupación, por parte de la familia.
Los que están en ese horario en la calle, y otros lugares recreativos, pueden regodearse de un ambiente impropio para su edad, y por tanto, ser proclives a verse envueltos en hechos en los cuales tienen que accionar o reaccionar, y desgraciadamente, su inmadurez, entre otros factores, no les permitirán ser ecuánimes y consecuentes con sus actos.
Recordemos que a estas edades los muchachos son muy influenciables. Además, es una etapa en la vida en la que se forman valores, e incluso, es el momento preciso para definir proyectos de vida.
La familia es la célula fundamental de la sociedad, y no porque queramos decirlo con palabras bonitas o rebuscadas de una determinada filosofía o código de cualquier región de este mundo, no, sino porque es desde el hogar que se le inculcan a los hijos valores necesarios para formarse de forma ecuánime y decente.
Y digo valores, en el que el primordial es el respeto a esa propia familia. Y si hoy existe algún padre que no tiene la autoridad necesaria para regularles los horarios a los hijos adolescentes, y exigirles un comportamiento acorde a normas establecidas en su casa, entonces hay mucho que trabajar y enmendar.
Tendríamos que revisarnos a ver qué hicimos mal, en qué momento dejamos de ser exigentes y cuándo renunciamos a ser ejemplos para ellos. Porque el respeto se gana, no con la imposición, sino con el modelo que seamos capaces de implantar; claro, ligados con el amor, el cariño y demás sentimientos que normalmente deben primar en el ambiente íntimo del hogar.
El país pasa por una crisis económica severa, y esta situación puede repercutir incluso en las relaciones matrimoniales, y entre los demás integrantes de un hogar; pero no podemos olvidar algo tan elemental como la educación y el buen camino por el que tenemos que guiar a los hijos. Este hecho, más que una opción, es una obligación.
Esto lo establece bien el Código de las Familias en su Artículo 5, en sus artículos I y J que establece que la familia es responsable de asegurar a las niñas, los niños y adolescentes el disfrute pleno y el ejercicio efectivo de sus derechos a la atención de su salud, educación, alimentación, crianza y bienestar general; así como al descanso, el juego, el esparcimiento y a las actividades recreativas propias de su edad.
Hoy existen algunos padres que han dejado el cuidado de sus hijos a otros familiares o amigos, amén de las edades que tengan, para cumplir determinadas metas, sueños, o para suplir necesidades económicas, lo cual no cuestiono, porque sus razones tendrán; pero lo que sí no podemos negar es que por un margen muy pequeño, casi invisible, se nos puede ir todo lo bueno que se ha sembrado en un niño, adolescente o joven.
Son edades muy influenciables, en las que los ejemplos malos suelen atraer, y en las que es más fácil creer en los “amigos” que en los padres.
Dicho esto, volvemos al inicio, pienso que ha llegado el momento de pedir cuentas a los progenitores de esos menores que andan regados por las calles a altas horas de la noche, o de los que fuman o ingieren bebidas alcohólicas como si tuvieran la mayoría de edad.
A veces se demanda de la escuela lo que no se hace en la casa en cuanto a educación; y es verdad que las instituciones y sus claustros pueden, además de instruir, ayudar a fomentar valores, pero la siembra debe ser en el hogar.
Pienso que la casa, la escuela y los demás factores sociales y comunitarios pueden cooperar, y esta es una tarea en la que durante años se ha trabajado mucho en Cuba, por tanto, no los dejemos correr.