Buena parte del mundo está envuelta hoy día en un fenómeno inflacionario, el cual sin duda responde en gran medida a las restricciones impuestas en el globo producto de la pandemia de la COVID-19.
Por supuesto, a nosotros nos toca este mal por partida doble, pues aparte del cierre de nuestras fronteras aéreas y marítimas con las que restringimos la entrada del turismo a la isla, también nos ha tocado seguir bailando con la más fea como dice el dicho… sí, igualmente nos ha tocado aguantar las crueles medidas del bloqueo estadounidense.
Y no es un fenómeno de libros de texto ni algo ilusorio, es una situación que le duele a cada cubano todas las mañanas cuando sale a “luchar” el pan suyo y el de su familia.
No es muy difícil observar, incluso para los que nunca observan nada, que lo que hoy bien pudiera costar 30 pesos en tan solo el transcurso de 24 horas puede incrementar su precio en cinco, 10 o 20 pesos más.
Bien pudiéramos hablar de cualquier producto agropecuario, de esos demandados que no se expenden en mercados y placitas y sí en carretillas y traspatios bajo la ignominiosa ley de “oferta y demanda”.
Similar pasa con la carne de cerdo, los refrescos y las cervezas de producción nacional; también con las galletas del Ideal o el pan blando o de corteza dura que se expende en establecimientos específicos.
No hablemos ya de los productos –ahora normados– que adquirimos cada 20 o 30 días en las tiendas recaudadoras de divisas, pues ahí el margen comercial y de ganancia de los acaparadores que los revenden en las redes puede elevarse hasta proporciones cercanas al 600 por ciento del costo inicial.
No es un secreto que todo lo anterior también obedece casi de forma fiel al mercado informal de divisas que se maneja en las calles, que ante su disparatado y vertiginoso ascenso sin control alguno hace mella en el cliente final.
Lo extraño de esto es que tal ascenso parece no tener fin y continúa corriendo sigilosa y subrepticiamente mientras lo aceptamos y nos conformamos con poder algunos y no poder otros.
La pregunta es ¿acaso las entidades encargadas de controlar a estos vendedores verdugos y sus reventas ilegales seguirán haciendo la vista gorda?
O peor, ¿por qué continuamos haciéndole el juego a estos mañosos individuos al tiempo que les permitimos engrosar sus bolsillos vagos con nuestro sudor honrado?
Es cierto que a cada cual corresponde velar por sus intereses y su economía hogareña, pero con los precios inflados a la fuerza y el desabastecimiento horrible que aún persiste en todas las esferas del comercio interior de productos de primera necesidad en moneda nacional resulta sencillamente imposible el controlar la fuga de capitales de nuestras carteras y monederos.
Sí, las respuestas son tan disímiles que van desde una campaña ciudadana nacional en contra de los productos a sobreprecio, hasta persistir en más producciones nacionales que surtan el deprimido mercado de ofertas.
Al final, ni la una ni la otra, y así continuamos arrancándole las hojas al almanaque plegable. A fin de cuentas, la mentalidad individual es que “un solo palo no hace monte” y mientras haya compradores habrá revendedores.
Bien creo que es hora de tomar cartas serias en el asunto y frenar todo este fenómeno antisocial.
Deberíamos comenzar con equiparar la cada vez más desbalanceada pirámide social, intentando equilibrar de forma real y no en discursos las brechas entre salarios y precios.
Para ello poner un coto a las ventas desmedidas de divisas para empezar no sería mala idea.
Recién revisaba la plataforma social de Facebook y detallaba un “meme” que exponía “No sabes cuánto te extraño”. “Salir con 20 como tú me hacía el rey de las fiestas”. “Contigo podía comprar cinco pizzas”. “No sabíamos lo que teníamos hasta que te perdimos”.
El meme se refería a un billete de un CUC. Y aunque tras esta broma ocurrente riamos y recordemos, en el fondo es algo en lo que deberíamos reflexionar de forma inmediata.
Y sí, yo también lo extraño.