De lunes a domingo siempre es igual. Lo digo por aquello de salir a la calle en busca de alimentos. Pero no hablo de cárnicos ni mucho menos de chucherías para los pequeños de casa, sino de la vianda cotidiana, esa que ayuda al paladar a “bajar el arroz ‘empegosta’o”’ que nos toca por la bodega.
Aunque siendo honestos, los lunes son días perdidos, pues salvo alguna carretilla o puestecito, todo lo demás está cerrado. Como dijera mi mamá… “los lunes ni las gallinas ponen mi´jo”.
Entiendo, algún día se debe descansar. Ya el martes, aunque muchos abren, no tienen lo que buscamos o están desabastecidos, pues entre ese día y el subsiguiente miércoles es que “se surten”.
Y así se nos va pasando la semana, y en la mayoría de las ocasiones solo encontramos algún que otro tomate y con raras salvedades boniatos.
Por supuesto, eso es en las mañanas, cuando la legalidad todavía rinde bajo el sol, los inspectores salen… y el comercio aún es ligeramente honesto. Ya en las tardes, casi que anocheciendo, es cuando aflora todo lo que no vemos y precisamos durante el día.
Incluso, pudiéramos decir algo así como que la nocturnidad es directamente proporcional a la abundancia y al alza de los precios… eso, entre nosotros, para no hablar de la legalidad o de la dudosa procedencia de tales viandas.
“La buena papa, el platanito maduroooo, tomate de ensalada, plátano burro, el boniato blanco… vamo´ que hay rebaja vecino”. Nada, que como dijera la canción: “Se oye la voz de un pregonar”. En el caso de mi barrio, de varios. Supongo que mi cuadra no sea un caso aislado.
Pero el hecho de que aparezcan como conejo en chistera de mago, –aunque de forma consciente todos sepamos de dónde salen esos productos– no quiere decir que los podamos comprar.
No, imposible acopiar o hacer despensa como dijera una amiga, pues durante ese “cénit astronómico” nuestra depauperada economía mensual no es digna rival.
Pero el objetivo de estas líneas, más allá de denunciar estos abusos a deshora, es el de cuestionarse otros asuntos que pudieran ayudarnos un tanto, y salvarnos así la vida, el plato y el esófago. Pensemos, por ejemplo, en las ferias agropecuarias.
Vayamos por parte. No es menos cierto que montar un escenario de tal magnitud lleva consigo preparación, logística y tiempo. Pero no por ello debemos renunciar a hacerlas más seguido.
¿Por qué debemos desangrar de forma diaria nuestro bolsillo, cuando la solución pudiera estar cada 15 días o de forma mensual en un parqueo, estadio o campo baldío seleccionado?
Y lo más interesante… por qué herniar las espaldas del Gobierno con tal misión.
En días recientes alguien me comentaba: “¿No sería más fácil si se convocara directamente a los campesinos para fechas señaladas y ellos con sus medios propios y sus “precios de a pie de surco” confluyeran al lugar señalado?
Al Gobierno solo le tocaría pactar, registrar, controlar y asegurar el compromiso.
Incluso, me comentó más… pensemos en que por tema de espacio y demás, el Gobierno cobre una ligera comisión a modo de impuesto para la contribución al desarrollo local del propio municipio. Así nos quitaríamos de arriba al tan molesto sistema de Acopio, a los placeros y demás. Estoy seguro que el campesino no diría que no, acotó.
-Mira chico, no me parece mala idea, voy a compartirla, le dije.
Quizás tal idea de mi amigo pudiese alcanzar la ficción y superar a la realidad, pero ya lo dijo Silvio: “No hacen falta alas para hacer un sueño, bastan con las ganas… y con el empeño”.
Pensemos en que en medio de los cientos de miles de escenarios complejos que sorteamos diariamente, unas viandas “aterrizadas” al mes nos harían la vida un poco más llevadera.
La invitación entonces ya está hecha para que actores y decisores pongan pautas y acuerdos en función de “maximizar” nuestros bolsillos, al menos con este tema.