Hay seres de talla grande que inspiran grandeza desde su figura hasta sus ideales, ellos enamoran, seducen, más si son de fuego ardiente que siempre resiste o de voz fuerte que nunca calla. Aquí, desde esta tierra, nombro a uno: Fidel.
“Ese que allá en la montaña, es un tigre repetido y dondequiera ha crecido como si fuese de caña”, dijo Carilda Oliver, la poetisa matancera, en sano homenaje a quien tuvo grandes sueños de justicia y fue ícono de la Revolución, líder de la historia, ejemplo de resistencia y conquistador de su pueblo.
Fidel, de proyección gigante, vuelve a las memorias cada agosto o diciembre, como principio y fin de un viaje que durara más de 90 años, pero renace en otras fechas que lo resguardan y contemplan como esencia de país. Hoy, más allá de la oscuridad, aún se le piensa con devoción, en señal constante de la lealtad de toda una Isla a su eterna presencia.
“Ese Fidel –sol directo sobre el café y las palmeras–”, emerge desde la esperanza como fuerza de la naturaleza, no cabe menos cuando se habla de quien luchó con el corazón por su Patria, y su compromiso con Cuba fue indomable hasta trazar un camino de libertad para todos, desde donde miró al futuro con optimismo.
Ya su nombre es de guía, de quien llega al alma, lo mismo desde su palabra como desde su propia fuerza. Su poder y determinación le dieron a este mundo del Caribe un rumbo cargado de independencia, pues, desde su lección de amor y verdad, plantó bandera con colores que perduran.
“Gracias por ser de verdad”, desde Birán a La Habana… desde Santiago a Vueltabajo. Llegó para cambiar y aquí está su legado, en cada andar de los que perseguimos el mismo paso, por eso, en más de una voz a través de la tierra cantamos otra vez este 13 de agosto, y repetimos por convicción, “gracias por tu corazón. ¡Gracias por todo, Fidel!”.