En un mundo azorado por la pandemia, donde el arte se ha mudado a las plataformas virtuales y las redes sociales ¿cómo ha cambiado nuestra percepción del objeto artístico? Probablemente la mayoría de los sujetos no ha interiorizado este cambio. En sitios web dedicados a la neurociencia o la psicología se habla de la percepción y otros procesos psíquicos en la apreciación, pero no de ellos en la nueva modalidad virtual del arte; quizás porque es un fenómeno reciente y, por lo general, la historia y los descubrimientos requieren la bondad del tiempo.
La COVID-19 ha significado un giro en las formas de divulgación y consumo. Si bien ello repercute favorablemente en la promoción de los artistas a escala internacional, las redes son propensas a la banalización de los conceptos estéticos. No todo lo que se publica online y contribuye a la sobreinformación tiene valor. Las obras son proclives al plagio y a la viralización, con el constante “compartir” en la web, sin referir los créditos del autor. Además, se potencia una cultura del activismo artístico, pero no de la obra en sí, porque es más relevante la publicidad del suceso que la propia obra, y tristemente el objeto artístico se convierte en mero telón de fondo para una selfie.
A pesar de los aspectos enunciados, es válido reconocer que el arte online masifica y democratiza la cultura; incita a la interacción con el público y hasta puede medir cuantitativamente el nivel de aceptación de las propuestas, gracias a los algoritmos de algunas redes sociales.
Ahora bien, ¿cómo cambia la forma en que percibimos la creación en su modalidad virtual? Y no hablo del ned.art o el arte digital, que nacieron en ese medio propiamente, sino de las manifestaciones tradicionales del arte.
La palabra percepción deriva del término latino perceptio y describe tanto a la acción como a la consecuencia de percibir. Se trata de imágenes de objetos o fenómenos que se crean en la conciencia del individuo al actuar directamente sobre los órganos de los sentidos. Según la Gestalt (corriente de la psicología moderna) no resulta sencillo separar sensación y percepción; ambas se mezclan en un proceso continuo. Asimismo, la percepción depende de la experiencia del sujeto y sus motivaciones.
No vemos el mundo como es, sino como somos. Ergo, los colores no existen porque son una interpretación que hace el cerebro de la longitud de onda de la luz y los fotorreceptores de la retina son las células capaces de percibir esas longitudes de ondas. Entonces, ¿por qué cada persona analiza diferente una obra de arte si desde el punto de vista neurofisiológico la humanidad comparte las mismas estructuras biológicas?
La respuesta a esa interrogante es que además de los estímulos sensoriales que analiza el cerebro, “rellenamos” y desciframos la obra con nuestra experiencia vital. Mientras mayor sea el conocimiento y la memoria del individuo, más rica será su interpretación.
El historiador del arte y psicoanalista Ernst Kris planteaba que la contemplación activa de una obra por el público completa el significado que el artista le otorgó en su creación. El espectador la percibe conscientemente y luego la interioriza de manera inconsciente, posibilitando un nivel superior de comunicación con sus contenidos.
Cuando apreciamos una obra se dispara la dopamina en nuestro cuerpo, un neurotransmisor relacionado con el sistema de recompensa del cerebro que nos proporciona felicidad (en el sexo, el amor romántico, las adicciones y el arte). Incluso, se restablecen conexiones sinápticas nuevas en la corteza frontal del cerebro, que a su vez mejora la creatividad. La apreciación del arte también desarrolla la memoria, la capacidad cognitiva, la autoestima y anula el estrés.
Así ocurre con la obra en físico hasta donde la ciencia ha investigado, pero en lo que respecta al arte virtual ¿están dañados el proceso de percepción y las sensaciones?
En el universo digital no apreciamos la obra en sí, sino una copia de la realidad. Recuerdo especialmente a Platón cuando analizaba que existe un mundo que es real y este que es ilusorio (los llamó mundo inteligible y mundo sensible). Aunque el filósofo se refería a la pureza de las ideas, aprovechemos su distinción para el actual contexto, con la diferencia de que el mundo real sería la obra material, el arte en su poética pura que parte de la idea de su creador; la copia sería el arte llevado a las plataformas virtuales.
Lo anterior es solo una analogía caprichosa para argumentar que la experiencia presencial es insustituible. Por lo general, las artes están interrelacionadas y asistir a un concierto, una lectura de poesía, una exposición… es una rutina sensorial donde están comprometidas la percepción visual, la auditiva, la táctil, la sinestésica y la olfativa. Sin embargo, el arte online solo espolea dos de nuestros sentidos y, por consiguiente, limita el cosmos de sensaciones y estímulos.
La video creación que publicamos a la web está editada, pulida, perfeccionada. Pero el auditorio quiere ver qué ocurre tras bambalinas: si el artista desafina u olvida su parlamento y sale airoso de su error con la improvisación. Eso también es arte y genera empatía porque traspola al artista de un plano superior a otro horizontal respecto a su público.
Un sujeto se viste, se prepara emocionalmente, coordina su horario en aras de asistir a un acontecimiento artístico. No obstante, ahora lo hace online, desde casa. Al formar parte de la cotidianidad, su apreciación ocurre al unísono con otras actividades y si el contenido lo aburre lo descarta y pasa a otro. En tanto, la presencia del objeto artístico en la web es efímera, impersonal y descartable. Ello lastra evidentemente la percepción. Vivimos una frivolización cultural en la que el arte no es ya una experiencia estética sino un contenido más online.
Nadie duda del poder sanador de la creación para el duro confinamiento. No podemos acceder al arte en físico y las redes sociales han aportado una solución (¡del lobo un pelo!). En el periodo posCOVID el arte virtual quedará como una práctica habitual: no la principal, pero sí como una alternativa paralela al acontecimiento material.
Luis de Soto y Sagarra decía que el arte es “índice de la evolución de la humanidad a través de las etapas que marcan el desarrollo histórico de la civilización” y sí, vivimos tiempos tecnológicos, pero, si algún día el arte virtual sustituye la obra material, nos convertiremos es una sociedad insensible, macerada por el golpe rotundo del estrés, la abulia y la depresión.
NOTA: Este comentario ganó, recientemente, en el concurso Criticar es querer, en el IV Coloquio Nacional de Periodismo Cultural, en Camagüey.