Este 25 de noviembre de 2020 se conmemoraron cuatro años de su desaparición física, pero Cuba lo sigue sintiendo vivo en cada rinconcito del territorio, porque no existe lugar en que no esté su presencia, su obra, su entrega por el bien de todos.
Fidel reunió en sí la sabiduría de muchos hombres de pensamiento, y en él se resumió el valor de otros tantos que lucharon por emancipar a la Patria y devolverle a los desposeídos la dignidad reprimida por brutales y autócratas gobiernos.
Les dio a los cubanos el derecho que nunca tuvieron los necesitados: salud, cultura, hogar y un puesto digno para el sustento, entre otros muchos derechos, y sobre todo la paz, que tanto defendió para la tranquilidad necesaria en el desarrollo de todo ser.
En cada escenario su voz fue la más vibrante al denunciar la explotación despiadada de las riquezas y la distribución desigual de estas por los países capitalistas y señalar al más feroz de todos: el imperialismo.
Sus doctrinas, las que defendió en la Naciones Unidas, en las que marcó pautas ante la realidad de los pueblos y de los más humildes precisó que unos andan descalzos para que otros viajen en lujosos automóviles, de cómo unos viven 35 años para que otros tengan 70 o más de existencia y sobre la situación de los pobres comparado con aquellos exageradamente ricos.
Ante el plenario de la ONU habló en nombre de los niños del mundo que no tienen un pedazo de pan y dijo entonces “para qué sirve la civilización, para qué sirve la conciencia del hombre, para qué sirven las Naciones Unidas”.
Sin pelos en la lengua vislumbraba un futuro apocalíptico si no se resolvían las desigualdades. Y con toda razón expresó: “Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia”.
Así era el Comandante eterno, fiel a los pueblos, protector de los pobres y de la humanidad. Sus enseñanzas son un legado que hay que defender de corazón, y así sus ideas sigan siendo parte de su inmortalidad.