En la memoria del doctor Osvaldo Benítez Polo están los rostros de todos los niños enfermos de COVID-19 que atendió en las dos ocasiones que estuvo en la zona roja. Me habla de Yorman, Elián, Manuel, Laura y la pequeñita Katherin de apenas dos años, de los muchachos del preuniversitario de La Palma y de Arielito, quizás con el que más comunicación ha mantenido.
Recuerda que la primera vez que prestó servicios fue a partir del cuatro de enero pasado durante 14 días. El 15 de febrero volvería a entrar en una rotación de siete días. Aún no sabe si lo llamarán nuevamente. Disposición hay.
Prácticamente recién graduado como especialista en primer grado en Pediatría, llegó a la zona roja establecida en el hospital pediátrico Pepe Portilla para la atención a niños con COVID-19. El primer día tuvo un solo paciente. En la misma jornada arribó otro procedente de un centro de aislamiento, y en menos de 24 horas recibiría seis ingresos más.
“La primera semana tuve en total ocho pacientes, casi todos adolescentes entre 12 y 13 años y una en edad prescolar. La segunda se me complicó un poco más la sala, a tal punto que se llenó y tenía una capacidad de 18 camas. En esa ocasión me acompañaban el enfermero Yoel, muy joven también, y la pantrista”.
¿Qué tan complejo puede llegar a ser el trabajo en zona roja cuando no hay pacientes graves?
“Es muy difícil porque en las historias clínicas de estos pacientes se escribe tres veces en el día. Es verdad que no hay complicaciones porque estaban asintomáticos, muy frecuente la pérdida del gusto y del olfato. Lo más trabajoso era que por el mismo medicamento empezaban con dolor abdominal, vómitos, fiebre, a un niño hubo que hidratarlo. Los días más complicados son los lunes, miércoles y viernes que es cuando se les pone el interferón, el cual les provoca fiebre y malestar general”.
Pero el protocolo se ha actualizado…
“En esa primera ocasión el protocolo estaba así, se les ponía Interferón lunes, miércoles y viernes y Kaletra y cloroquina. La cloroquina se les administraba por cinco días. Ya esta segunda vez el protocolo cambió, hay una nueva versión en la que solo se les suministra a los asintomáticos el interferón y al que tiene síntomas, además, caletra. En la primera ocasión había un solo tipo de interferón y se les ponía a los mayores de tres años, ahora se les suministra a los más pequeños el interferón liofilizado”.
¿Qué otras funciones le corresponden a un médico al interior de la zona roja?
“En una sala el médico tiene que velar por todo, no solo la parte asistencial sino también la administrativa. Uno tiene que encargarse de las luces; de que se mantenga la limpieza; de que se cumplan las medidas establecidas; de que se desinfecten las superficies; por el uso del nasobuco, porque como mismo hay allí madres positivas las tenemos negativas como acompañantes de sus hijos.
“En esta última ocasión llegué a tener 41 niños y 16 madres positivas, la diferencia eran negativas. Las medidas tienen que ser estrictas, y los niños no son tan complicados, a veces la gente cree lo contrario, pero el niño es muy disciplinado con el nasobuco. Hay que estar más pendientes de los padres que de ellos. Siempre estamos en comunicación con los clínicos que atienden a estos padres positivos para cualquier medicación.
“Lo mismo somos médicos, enfermeros, auxiliares que mensajeros. Muchas veces están ahí por el descuido de alguien y entonces tratamos de que ese tiempo se sientan en familia. Ellos apenas nos ven porque usamos el traje, pero se dan cuenta de que somos jóvenes, y lo mismo hablamos del medicamento que les van a poner, que nos ves alcanzándoles la comida que les envían”.
¿Hay algún minuto de descanso?
“Las jornadas son largas. Hemos tenido días de coger un descansito tarde en la madrugada y volver a levantarnos a las seis, pero es lo que estudiamos y lo que nos gusta. El desgaste no nos preocupa, ya vendrán los días de descanso. Si hay que estar despiertos por velar la salud de los niños nos mantenemos así. Es lo que importa.
“En mi segunda zona roja tuvimos la sala llena y hubo que abrir otro servicio. Estaba yo como especialista y la doctora Diana como residente, entre los dos trabajamos, pero eran 41 pacientes para los dos médicos. Ya te digo, muy difíciles los lunes, miércoles y viernes, aunque siempre media hora antes del medicamento se les pone dipirona y a otros difenhidramina para contrarrestar algunas reacciones.
“En esta oportunidad tuve varios lactantes, entre ellos una de Minas de Matahambre de solo dos meses”.
¿Qué papel desempeñan los padres o acompañantes en estos casos?
“Los progenitores son los mejores pediatras que tiene un niño, porque el padre o la madre lo han visto siempre, lo conocen y nos ayudan mucho. El papel de ellos es vital. Nosotros les pedimos que les coloquen el termómetro, que los observen. El niño pequeño no te dice lo que tiene, pero cuando uno lo examina percibe cosas, si lo notas taquicárdico, inquieto, irritable, ya sabes que hay signos de alarma y los padres igual notan si el comportamiento no es el habitual”.
¿Tienes referencia de las fuentes de infección de los pacientes que atendiste cada vez?
“En la primera vuelta casi todos los pacientes tuvieron como fuente de infección personas que vinieron del exterior. En esta oportunidad todos eran autóctonos, ninguno con fuente de infección en el extranjero. En su mayoría contactos de casos positivos. Creo que a nivel de la sociedad aún hay irresponsabilidad, el Estado gasta recursos, se suspenden las clases para que los niños se mantengan en la casa, no son vacaciones, estamos en plena pandemia.
“Muchas veces los menores se enferman por descuido de los padres y todas las medidas que tomemos son pocas. Quizás al principio la gente tenía más miedo, ahora están confiadas y la mejor vacuna que hay es la precaución. No nos podemos cansar de exigir que se cumplan las medidas y de decir las cosas”.
Osvaldo asegura no trabaja para entrevistas ni para reconocimientos, que detrás de ese médico hay todo un equipo que garantiza la salud y bienestar de los niños, desde el enfermero, los residentes, las pantristas, las empleadas de servicio, los mensajeros, todos.
Entre los momentos que más nostalgia le traen está el cumpleaños de su pequeño. Jamás olvidará que los dos añitos de su hijo los pasó en el aislamiento en espera de su resultado de PCR.
“Uno siempre se cuida. Nos cuidamos entre todos, para decirlo mejor. Nos ayudamos a ponernos el traje, que da un calor horrible y uno nunca llega a adaptarse, usamos la careta, dos pares de guantes, pero siempre queda el susto hasta que llega el PCR”.
En los ojos de Osvaldo uno aprecia que teme por la salud de los suyos. No le alcanzan las palabras para agradecer el apoyo de su esposa, quien siendo doctora también entendió desde un inicio la responsabilidad que le tocaba y ha sido desde entonces sostén y alivio; la ayuda de la familia toda, de su padre, de su madre y de su hermano en los días de ausencia.
A sus 28 años este pediatra ha servido a su profesión, a los niños y a Cuba. Lo más reconfortante, nos dice, es que al salir de la zona roja los muchachos le pidan su número de teléfono, y hoy lo llamen madres e hijos para saber unos de los otros.
Los días de la zona roja son largos y ajetreados. Allí se ríen, hablan de futbol, de béisbol. El médico ha resultado ser padre y amigo, una suerte de guardián de la vida repleto de afectos y cariños, que tal vez solo quien ejerza la medicina pueda entender.