Cuando tuve en mis manos la boleta para mi ubicación laboral, hace ya cuatro años, no lo dudé ni un segundo. Durante el transcurso de la carrera tuvimos la posibilidad de hacer prácticas en los tres medios: impreso, radio y televisión; y aunque el lenguaje audiovisual y todas sus posibilidades me guiñó varias veces el ojo, con Guerrillero fue amor a primera vista.
Sentarte frente a un papel en blanco y ver cómo con tus ideas, esas que nacen bien en lo profundo, allá donde solo llegas tú, se va llenando hasta tomar vida, no puede ser considerado otra cosa que magia. Es un desafío constante, una prueba a tu capacidad, un llamado a mejorar con cada palabra o manera de narrar, un compromiso con quienes cada día te leen y esperan ver en tu prosa el reflejo de una provincia.
Al llegar al periódico pensé encontrar solo un trabajo, un medio para generar ingresos necesarios para vivir a través de mi pasión por la escritura y el arte del periodismo; sí, porque es un arte. Qué otra cosa podría ser el tomar una realidad aparentemente carente de valor y convertirla en algo extraordinario, descubrir historias maravillosas enterradas en la cotidianidad y hacerlas públicas, reconocer la labor de personas que desde el anonimato intentan hacer de este mundo un lugar mejor o ver directamente a los ojos del miedo cuando corresponde reportar en vivo desde situaciones de desastre, y hacerlo vestidos de ecuanimidad para transmitir mensajes de esperanza.
Pues el trabajo lo encontré, pero me sorprendió el valor añadido; y es que también obtuve una familia. Sí, ya lo sé, suena tan cursi, una frase hecha y mil veces gastada, pero no hay otra manera o palabra para describirlo que le haga verdaderamente fe.
Para los lectores, Guerrillero puede no ser más que las páginas recibidas cada viernes (ahora con el regalo de los colores), con los acontecimientos más importantes de los últimos días en Pinar del Río; pero para quienes le ponemos nuestra alma, es mucho más.
En sus ocho hojas va la esencia de periodistas, fotorreporteros, correctores, editores, diseñadores, choferes y personal administrativo, porque todos le aportan un pedacito y dejar a alguien fuera sería injusto. Guerrillero somos todos y lo seremos aun cuando, por decisión propia o el paso inevitable del tiempo, dejemos de formar parte de él.
Hoy cumple 51 años y me siento agradecida por la elección que hice cuatro años atrás, pues me ha ofrecido la posibilidad de superarme, de conocer personas increíbles, de aprender de aquellos con más experiencia (algunos fundadores y con tantas historias para contar), de sentir en la piel el verdadero sabor de ejercer el periodismo en la práctica: el miedo ante la primera cobertura; el fracaso al recibir la primera información toda llena de garabatos, pero que enseñan mucho más que un papel limpio; el reto del primer reportaje a página completa o la responsabilidad de la primera plana.
También me regaló compañerismo, amistad, risas y diversión, porque cuando escogemos un trabajo que nos guste no sentimos ni un solo día que trabajamos. Allí todos somos uno y por ello está el apoyo a quien lo necesite. Y no se trata de aparentar una perfección o idealizar su significado, es simplemente el día a día, la manera natural en que suceden las cosas sin proponérnoslo, la espontaneidad del cariño sincero, y lo puede apreciar todo el que llegue o nos conozca de cerca.
Guerrillero es mucho más que comentarios, noticias, crónicas o entrevistas, aunque forman gran parte de su esencia. Para quienes nos sentimos parte de él, más que una profesión, es un modo de vida, una actitud y una elección.
Hoy celebramos el más de medio siglo de vida de nuestro periódico con el grato recuerdo de quienes lo vieron nacer y contribuyeron a su crecimiento, el compromiso de los que ahora somos su presente en entregarle lo mejor de nosotros y la confianza en que cumplirá muchos años, siendo el reflejo del acontecer pinareño. ¡Felicidades!
Feliz aniversario.