Una opinión se forma cuando se acopia diversidad de información sobre un tema, con sus antecedentes y resultados, en comunión con los acumulados y cosmovisiones propias. Otra vía, igualmente válida, es la que deriva del dato del contexto, ostensible, observable, que regula, por su peso material, toda posibilidad de subjetivaciones.
Por estos días, a propósito de la COVID 19 y el aumento de casos positivos en el país, nos topamos en la red virtual con disímiles opiniones, lo que demuestra las capacidades críticas para leer sobre la situación actual y la apropiación que hacemos de las redes como medio para generar debates y socializar puntos de vistas.
La internet permite la libertad de expresarnos y visibilizarnos para incidir en muchas personas, pero esta posibilidad entraña el compromiso de plantar los argumentos desde el conocimiento y, sobre todo, de ser respetuosos con los destinatarios.
Como principio básico de la comunicación, es preciso percatarse de que la subjetividad es una mediadora traicionera a los juicios de valor, y los mensajes pierden su soporte material cuando no derivan de tesis sustentables. Sucede que, ante la reacción de los internautas, el emisor sugestionado devuelve su impotencia con burlas y ofensas, y lo que puede aprovecharse como espacio de diálogo se convierte en atrincheramiento, quedando con vida virtual por la reiteración y no por su fuerza.
Esto es, para entendernos, a lo que nombro tikitiki, al no encontrar en el glosario científico un término que lo nomine, aunque desde lo popular sí tenga varias acepciones peyorativas.
En cuanto a contenidos, para seguir hablando en plata, no es secreto que el tema político ocupa sitial destacado, y nos queda clara la diferencia entre una opinión crítica y una avasalladora. Aquella, explicita la preocupación por lo que está mal, no está bien o es susceptible de mejoría, y generalmente ofrece posibles soluciones; la otra, en cambio, se alimenta del rumor, la caricatura, la queja, las generalizaciones excesivas, la chabacanería y la rebeldía sin causa, intentando provocar un estado de ánimo desesperanzador, que se debilita o muere al impacto de los primeros argumentos sustantivos.
El ejercicio democrático que afinamos cada día como proyecto político y social, entraña el respeto a la diversidad de opinión y tiene una comprensión cabal de que el consenso se construye con los insumos que aporta la continuidad y la ruptura.
Por ello, a pesar de nuestras limitaciones para los accesos a la conexión, buscamos las artimañas para leernos, porque nos importa el imaginario colectivo, lo que piensan y sienten los demás. Levantar voces es parte del compromiso de esta hora, pero evitar los tikitikis, con su alta dosis de antagonismos fatuos, puede ser una muestra de consideración a la capacidad pensante de los humanos.
Ante ellos, como en las calles, la gente reacciona en la red con indignación, rematando con evidencias gráficas, estadísticas o discursivas, con la misma precisión que se utiliza el galón de agua para diluir una cucharada de veneno para insectos.
Las redes a nivel global son espacios donde se disputan sentidos políticos, y es grato encontrar cómo aquí la mayoría, sobre todo jóvenes, reaccionan ante la banalidad alucinada con las luces del capitalismo.
Vivimos hoy un momento de profunda sensibilidad con la COVID 19. Hay esfuerzos encomiables que hace el personal de salud, los medios masivos de comunicación, artistas, transportistas, trabajadores de servicios y todos en general, frente a un bloqueo que se las agencia para no dejarnos ni una molécula de oxígeno. Y aún así, el pueblo respira y canta.
Ojos que no vean estas esencias que condensan la espiritualidad cubana, seguirán pujando y, como hasta ahora, en flanco blindado rebotarán miles de comentarios en defensa de la esperanza, la verdad y la vida.