La vida en sociedad sería imposible sin la existencia de normas y regulaciones, pero el exceso de restricciones propicia el quebranto de la ley, porque limita el libre accionar de los individuos, y ejemplos sobrados tenemos en nuestra historia reciente.
Por décadas, los cubanos no podían vender la vivienda o el auto de su propiedad, para legalizar “el traspaso” de tales bienes, no pocos recurrieron a matrimonios ficticios que ampararan tal decisión, y era vox populi que esto se hacía; no obstante, las leyes seguían ahí, inamovibles.
Nunca hubo un documento según el cual estuviera restringida la entrada de cubanos a los hoteles dedicados al turismo internacional, durante los años ‘90 del pasado siglo y los primeros del presente, pero lo cierto es que al acercarte a tales instituciones, los “amables” porteros te impedían el acceso, merodear con frecuencia en los alrededores podía ser motivo para enjuiciamiento por asedio al turismo.
Justo es reconocer que dentro de tales centros había espacios para nacionales como discotecas u otras opciones, para las que solían habilitarse entradas diferenciadas.
Primero era ilegal tener divisas, después fue permitido, y ahora se mueve en aguas densas y turbias, porque poseerlas no infringe ninguna norma, y aunque algunos actores no estatales te ofrecen la opción de pagar en ellas, no son oficialmente monedas en circulación.
Hay restricciones, por falta de disponibilidad, para la venta de euros, dólares… y hasta su equivalente referencial: la Moneda Libremente Convertible (MLC), a los que esa categoría de cubanos que podríamos llamar “los no remesados”, solo acceden de forma habitual en el mercado informal, incluso, las limitaciones alcanzan a quienes los tienen depositados en cuentas bancarias, pues no pueden extraerlos en el momento y la cantidad que lo desean.
Esas condiciones son caldo de cultivo para que florezca el mercado negro, aunque el nuestro no cumple con el requisito de la clandestinidad, ya que se ha vuelto alternativa habitual para la solución de problemas cotidianos, lo mismo para comprar una bolsa de leche, que equipos electrodomésticos, ropa, zapatos, alimentos…; y por supuesto, para el canje de monedas.
Algunas de estas transacciones son entre amigos y conocidos, en otras, las partes son extraños. No escasean anécdotas que referencian estafas y engaños, en las que el timado ni siquiera tiene la alternativa de la denuncia, porque estaba incurriendo en un delito de receptación o tráfico de divisas, y con ello crece la impunidad de los que roban a quienes pecan de ingenuos.
Decía mi abuela, que después que uno estaba criado, tenía la obligación de no dejarse morir de hambre; ella aludía a la responsabilidad de trabajar, de manejar una casa con acierto para multiplicar panes y peces en la cocina. Lamentablemente, hoy no alcanzan ni la laboriosidad ni la innovación culinaria para enfrentar las actuales carencias, por lo cual, ante ofertas ilícitas, pero más accesibles, no pocos optan por ellas.
Está lejos de la voluntad de estas líneas dar por tácito y valedero el actuar fuera de los marcos legales; sin embargo, resulta innegable que en muchas ocasiones es el camino a transitar, en aras de la sobrevivencia y materialización de las proyecciones de vida, individuales, familiares y colectivas.
Asombra la naturalidad con que el cubano ha asumido las ilegalidades, probablemente porque no había “nada malo” en cosas que estaban prohibidas, y así se fue gestando una tolerancia muy flexible ante lo mal hecho, que ya comprende, incluso, ciertos delitos.
Hoy es más difícil enfrentar esa pasividad, debemos empezar por implementar y cumplir normas que nos beneficien a todos, que la política legislativa del país sea palpable a nivel social y no solo letra impresa o archivos de la Gaceta Oficial de Cuba.
Y también que esas normas estén más atemperadas a la realidad, porque los cubanos están más atentos a las tasas alcistas y mal intencionadas de “El Toque” que del Banco Nacional, y es que las primeras son las que imperan en la calle, allí donde, con más o con menos en el bolsillo, hay que lidiar con el proceso inflacionario y el reto de convertir billetes en solucion