Ha sido muy reconfortante ver la prioridad que en los últimos tiempos se le ha concedido a la crítica artístico-literaria, pues durante muchos años prevaleció la idea de que se trataba como si fuese un híbrido o hasta una especie de género menor.
Lo cierto es que constituyó una asignatura pendiente por varias décadas y se perdió lo que pudiéramos llamar el “entrenamiento” para producirla y recibirla.
Quizás por esa razón se creó un “limbo infecundo” que maleducó a los propios creadores: se habituaron a hacer y hacer, con el falso concepto de que todo estaba bien o muy bien. Algunos creyeron que su obra era intocable y que cualquier expresión cuestionadora era un inaceptable intrusismo profesional.
La causa fundamental de esta problemática, a mi modo de ver, estuvo y sigue estando en la ausencia de una estrategia definida para la formación y especialización real de quienes mostraban y muestran mayores potencialidades para desempeñarse en el ejercicio del criterio. Entonces comenzaron a aparecer en los territorios voces que se convirtieron en “sabelotodo” y llegaron a considerarse profetas autorizados para evaluar cualquier hecho artístico, con independencia de la manifestación de que se tratara.
Mucho daño causó la situación descrita, a lo que se reaccionó con la otra posición extrema, al tomar auge la tendencia a la proliferación de comentarios impresionistas, carentes de un trasfondo técnico legítimo, que se sustentara en un real conocimiento. Desde luego que ello desembocó en verdaderos engendros apologéticos o en el rotundo tremendismo destructivo.
Hoy se advierte todavía la marca de la autocomplacencia, cuando incluso se interpreta a veces cualquier enjuiciamiento negativo como un motivo de índole o roce personal. Suena duro al oído, pero es así: el no reconocimiento de esta verdad nos llevaría a un estado de inercia no deseado.
Lo que pretendemos aseverar con los anteriores silogismos es que nada se consigue por decreto: de nada vale repetir una y otra vez en el discurso más oficial que se le otorga todo el espacio necesario a este tipo de trabajo, sea oral o escrito, según el medio de comunicación correspondiente. Hay que preparar a los implicados; hay que crear una cultura para su más justa apreciación y valoración; hay que destinar racionalmente recursos humanos, materiales y presupuestarios.
Un eslabón especialmente importante tiene que ver con los directivos del sector cultural, que deberán encargarse de veras para conseguir desde la planificación misma un campo propicio que revierta lo que es ya política, de manera concreta, en acciones palpables.
En nuestra provincia hemos aplaudido con entusiasmo la aparición de algunas publicaciones con este carácter. La Uneac y la AHS han evidenciado mucha comprensión en esta dirección. Calle Real y Puntal hablan por sí solos. Incluso, en la prensa plana y la radio ya se identifican algunos resultados loables. Sin embargo, en la parrilla de la programación de Tele Pinar no se percibe, con la magnitud necesaria, una propuesta que impacte directamente en el comentario crítico.
Y el “patito feo” lo tenemos en el boletín-revista ACERCARTE, que parece condenado a exhibir una corta vida, pues el intento de sus realizadores se ha visto frustrado al fallarle el apoyo que sí tuvo en sus inicios de la Dirección Municipal de Cultura en Pinar del Río. Lo cierto es que hace ya varios meses no ha asomado su rostro. Es lamentable, porque se trata de un proyecto que iba creciendo aceleradamente.
Cualquiera no puede ser crítico, porque este oficio pide a gritos dominio de ciertos códigos comunicativos que se traducirán en un desempeño exitoso y, sobre todo, convincente. Por solo citar algunos requisitos, pienso en saber aplicar las diferentes funciones del lenguaje. Me refiero no solo, desde luego, a la referencial, sino también a la fática, la conativa o apelativa, acompañadas de la metalingüística y hasta la estética.
La omisión de esta condición puede fertilizar el caldo de cultivo de la tan rechazada improvisación, y eso sería desde todo punto de vista inaceptable. A veces la incapacidad se manifiesta de modo disimulado abusando de una terminología pedante que va construyendo un entramado tan difícil de decodificar que cualquier receptor prefiere optar por escapar de esa maraña, casi siempre yuxtapuesta como un parche.
Claro que un crítico que se respete debe emplear un léxico especializado, pero sin exagerar, porque entonces el efecto es en verdad asfixiante. El fin último, entiéndase primero, es que ese trabajo de crítica llegue a su destinatario potencial, ya sea lector, oyente o espectador.
Cada medio comunicativo posee sus especificidades y de eso también debe estar muy consciente el que practica la crítica, para ser capaz de favorecer los indispensables niveles de empatía. No es exactamente lo mismo cuando se visualiza, se escucha o se lee. Sería muy interesante ahondar en los campos semánticos coincidentes o divergentes que la diversidad de canales implica y en los que la semiótica puede ocupar posiciones claves.
Palabra, imagen y sonido componen una tríada que el crítico debe estudiar para “no tirar piedras al vacío”. Las regularidades y leyes de la teoría de la recepción del arte tienen en el mundo contemporáneo un campo muy amplio y estar ajeno a esa gran realidad significa ignorar aristas esenciales para la crítica y los críticos. Nuestro José Martí, tan moderno y visionario, tan anticipador en tantos temas, en este asunto es portador de un conjunto de ideas muy aleccionadoras.
Receptores son para el género crítico tanto público en general como creadores y especialistas. ¿Cómo llegar a unos y a otros? Sin dudas, no es tarea fácil, pero en la medida en que se encuentren bien determinados los perfiles y los “segmentos meta”, según el tipo de publicación seleccionada, ya el camino estará desbrozado para que en la emisión del mensaje se cuiden todos los pormenores.
Es innegable que una actitud asertiva, e incluso colaborativa, en esos heterogéneos receptores hace menos complejo el flujo comunicativo, pero no siempre existe. Cuando eso sucede, el crítico debe redoblar su sensatez y equilibrio, para no instaurar una especie de “guerra o duelo frío” con el que recibe. Hay que señalar, pero sin morder, parafraseando el criterio martiano. No perder de vista jamás que la materia artística conduce al mejoramiento humano y quien se alimenta de ella logra huir de toda mezquindad. Por tanto, estamos moviéndonos en un terreno muy sensible que no resistirá ni el más sutil irrespeto.
Albergo el temor de asustar con estas consideraciones finales. Pero no puedo callar por razones éticas, y como “aprendiz de crítico” yo también estoy arriesgándome a provocar en mis lectores cierta inhibición. Ojalá no sea así, porque mi intención ha sido bastante diferente: exhortar a ejercer el criterio, aunque preparando a todos. Cabe decir el tan llevado y traído calificativo de moda: con una estrategia inclusiva.
Desde luego, hablo de una inclusión que no arriesgue el rigor, o mejor, la exigencia.