Sin pedantería de ningún tipo ni intenciones demasiado teorizantes, la jornada que ya comenzó, la cual se dedica cada año al Día de la Cultura Cubana, me motiva a hacer un grupo de reflexiones que considero necesarias para tener plena conciencia de la trascendencia de esta celebración.
Primeramente, aclaro, nos referimos específicamente al área de la cultura artística y literaria que, desde luego, se deriva de un concepto mucho más holístico que comprende toda la huella material y espiritual que va dejando el ser humano en su paso por la vida.
Entonces, queda salvada la polisemia del término y nos adentramos ya en esa creación que al decir de Argeliers León constituye alimento y vestido espiritual para el hombre, sustento que lo engrandece y lo hace más pleno en todos los sentidos. Vale añadir que moldea nuestro pensamiento, imaginación y por qué no, nos hace más libres al poner a prueba ese ingrediente tan desarrollador que es la creatividad, elevada, incluso, al rango de la innovación.
Por encima de las especificidades de cada manifestación del arte, llámense obras musicales, teatrales, danzarias, plásticas, etcétera, la búsqueda de lo estético -de la belleza- será siempre una manera de expresarse la virtud y la nobleza humanas. Sensibilidad y valores se dan la mano para hacernos mejores, para dar testimonio de que la humanidad puede y debe huir de la destrucción y el aniquilamiento.
La función cognoscitiva y la comunicativa garantizan el servicio de bien común, sin subestimar todo lo que representa el arte en el plano más individual y subjetivo. Claro, en vinculación dialéctica con los contextos sociales, la historia, las costumbres y tradiciones.
Armando Hart, uno de nuestros intelectuales más lúcidos, insistía en que lo cultural se nos presenta como si fuera una madeja o tejido que va tomando cuerpo de manera orgánica y así se vuelve legítimo y auténtico.
En el caso cubano, lo anterior alcanza una connotación muy primordial porque ese tejido se ha ido formando y creciendo en permanente confrontación con otra cultura, la del Norte, que siempre ha pretendido asfixiarnos y sofocarnos. Por eso, la afirmación tan repetida que declara a la cultura como escudo de la nación tiene un significado de vida o muerte.
José Martí aportó mucho sobre estos temas. Sentenció que: “El arte no es más que la expresión del deseo humano de crear y vencer”. Nos parece muy convincente esta frase y en total coherencia con la visión futurista y moderna que caracteriza a todo su ideario estético. También dijo que “el arte no es banal adorno de reyes y pontífices, por donde apenas asoma la cabeza eterna el genio, sino divina acumulación del alma humana, donde los hombres de todas edades se reconocen y confortan”. Sobrecogedora, como siempre, su clarividencia y vigorosa palabra.
El estudio de la producción cultural por manifestaciones, géneros, épocas, figuras, generaciones, estilos y territorios resulta fundamental, no solo para reconstruir la visión de la historia artística y literaria sino como expresión de la vida social en su conjunto. No olvidemos que vivencias personales y memoria colectiva constituyen una unidad indisoluble, ya que una obra de arte recoge ideas, sentimientos y emociones de su autor, pero a la vez, el espíritu de una época.
La mayor razón de ser del arte es, pues, establecer la empatía del deleite, y en este proceso se constata una interacción artista-obra-consumidor. En ese sentido, media el papel clave de la educación propiciadora de que ello sea posible, por eso es prioridad de la política cultural cubana desarrollar un sistema educativo que potencie una recepción eficiente del hecho artístico, con conocimiento de causa, es decir, con una preparación que permita al menos la apreciación y, por qué no, la comprensión básica de sus códigos y lenguaje.
Ahí es, precisamente, donde aparecen los vasos comunicantes entre instrucción y cultura, que en modo alguno son conceptos equivalentes: digamos más bien que se trata de dos niveles en la incesante aprehensión del mundo que nos rodea y de su internalización más profunda con todos sus vericuetos y riqueza.
En última instancia, si vamos a la etimología del vocablo “cultura” tendremos que acogernos a la semántica del verbo “cultivarse”. Y para cultivarnos, como ciudadanos y como pueblo, vayamos a ella. No desaprovechemos las oportunidades que en Cuba se nos ofrecen.