La salud no es solo la ausencia de enfermedad, sino un estado de bienestar físico, psicológico y social. Podemos estar clínicamente sanos y, sin embargo, a veces, estresarnos incómodamente ante la presencia de eventos vitales, entendidos como acontecimientos que exigen recursos de adaptación, producen cambios en las dinámicas cotidianas y planteo de nuevas metas.
La COVID-19 cumple con estos requerimientos. Nos ha obligado a distanciarnos físicamente de los demás y a convivir con nuestra familia 24 horas, sin avisos previos y con pronóstico reservado. A la fuerza, hemos tenido que engavetar los proyectos, ajustarnos al espacio limitado del hogar y buscar entendidos con personas muy queridas, pero con las que no siempre compartimos sentidos comunes.
Por su parte, los recursos logísticos se agotan más rápido por la cantidad y frecuencia del consumo, la difícil gestión de la base material, el calor, el miedo al virus, las incomprensiones, los estados de ánimo de nuestros convivientes, la preocupación por el que está lejos, la falta de artículos de primera necesidad y otros recursos, se suman a la larga lista provocadora de ansiedad.
Ante esta realidad, vale la pena tomar asiento y diagnosticar nuestro estado actual: qué pasa, cómo puede solucionarse, con qué recursos se cuenta, en cuál de las redes de apoyo se puede buscar ayuda, qué hacer en las condiciones actuales para recobrar el estado de bien-estar, qué hacer para ser.
La tarea, en esta hora, es tan imprescindible como el uso del nasobuco. En cuanto al control del virus los pronósticos en el país son favorables, pero otras circunstancias asociadas al déficit de recursos se nos suman al momento y, desde la realidad actual y concreta, vamos perdiendo el miedo a la enfermedad en la misma medida que crece la incertidumbre y preocupación, no por la vida, sino por los recursos básicos que ella necesita para producirse.
Aglomeraciones de personas en las colas, en el tiempo que el país se bate con una pandemia, ya desbordan la comprensión y tolerancia de la mayoría. Se han visto en Pinar del Río extensas filas para comprar galletas, maltas o jugo de limón, como si esos artículos fueran más imprescindibles que mantenerse ileso al nuevo coronavirus; que obedecer las orientaciones sanitarias de un sistema que está apostando todo por salvarnos; que compensarle al personal de Salud su esfuerzo por estar a nuestro servicio; que reafirmarnos en la condición de un pueblo instruido, informado, culto.
En la base de estas actitudes, conviven estrés, aburrimiento, costumbre de socializar en el espacio público, miedo a la escasez y a la inestabilidad económica del país, pretexto para salir de casa y evasión de las tareas del hogar, razones que se han instalado en las maneras que tenemos de organizar la cotidianidad, matizada por la difícil autogestión de las provisiones diarias y por la incorporación de la mayoría de los cubanos al trabajo en la calle.
Ninguna de ellas representa riesgo para el equilibrio humano. El carácter patológico aparece cuando socavan a la subjetividad toda su energía y tiempo, sin posibilidad de atemperarse a las circunstancias y priorizándose por encima de alertas y peligros reales.
Otros que merecen mención en estas líneas son los sedientos a comprar para almacenar. Le temen a la crisis con la misma intensidad que la desean, porque es solo en la escasez donde los acopios de mil batallas adquieren valores de uso y cambio.
El acaparamiento es un dañino síntoma de egoísmo, con sus consecuentes daños a la colectividad. Quienes lo practican se hacen dependientes del mercado y el consumo, anticipándose a crisis que les impiden apreciar el presente. Los recursos materiales tienen mayor connotación que la salud, y cuidar a la familia es garantizarle bienes de consumo y no protegerla de enfermar o morir.
En las calles lo vemos rebosante. Hay algunos que hacen colas sin saber qué van a vender en la tienda, qué buscan, qué necesitan, para qué les sirve. Para ellos, la COVID-19 pierde resonancia frente a los productos de TRD, el servicio Tuenvío, las promociones de Etecsa y otras misceláneas.
Estamos en el deber de mirarnos, revisarnos, diagnosticarnos. Necesitamos pruebas complementarias a las motivaciones, ultrasonido al sentido de la vida y rayos X a la sensibilidad. La trama es estrictamente individual, concreta, y se resuelve cuando nuestra existencia, y sus sostenes espirituales, sean valorados y retornados a su sitial de prioridad y valor.
“Esa es la cuestión”, diría Shakespeare al respecto.