Hace poco más de una semana hice mi primera donación de sangre. Lo confieso con cierta vergüenza, pues debí empezar antes; en varias ocasiones seres queridos necesitaron transfusiones y las tuvieron, agradecida de que así fuera.
Eran otros tiempos, cuando el sistema de Salud en Cuba funcionaba con normalidad. Esas bolsas que les insuflaron vida provenían de venas ajenas que en un acto de generosidad las legaron para cualquiera que estuviese urgido de ellas.
Con la COVID-19 la disponibilidad no es la misma y la pandemia también deja sus huellas sobre un servicio que se había consolidado. Desde las redes sociales se lanzaron convocatorias para ayudar a pacientes en específico, siempre promocionadas por allegados al enfermo y la respuesta ha sido positiva, hay varios ejemplos que así lo confirman.
Lamentablemente, un familiar que batalla contra el cáncer ha requerido de numerosas bolsas de sangre. Amigos, conocidos y hasta desconocidos hicieron posible que las recibiera; imprescindible mencionar al personal de Salud que labora en estas áreas a nivel provincial y en distintas instituciones hospitalarias, preocupados, ocupados y gestores de soluciones. Gracias a todos.
A quienes no hayan pasado por la experiencia de que los galenos te informen la necesidad de transfundir y la inexistencia de la sangre, les digo que es increíble la impotencia cuando no eres del mismo grupo sanguíneo y no puedes hacer nada, solo esperar por la voluntad de otros. Por suerte, entre cubanos no es inusual encontrar brazos dispuestos a la colaboración.
Pero no es preciso conocer de una necesidad puntual para que la solidaridad despierte: los hospitales de nuestro país están repletos de pacientes con COVID-19 y otras patologías, siguen haciéndose cirugías y procedimientos que también demandan de disponibilidad de sangre.
Y como si fuera poco, productos como el interferón y el nasalferón, pilares en los protocolos establecidos para el tratamiento al SARS-CoV-2 en Cuba, son hemoderivados, término que se emplea para definir “medicamentos compuestos por proteínas plasmáticas y obtenidos, al menos inicialmente, a partir del plasma de donantes humanos sanos”.
Hay evidencia de que el plasma de convalecientes es una alternativa terapéutica potencial contra la COVID-19. Razones más que suficientes para contribuir a que haya disponibilidad de sangre para los diversos usos curativos que puede hacerse de ella, ya sea en el enfrentamiento a la pandemia o en la cura de otros males.
Hoy, cuando muchos se preguntan cómo ayudar en la actual situación, hacer una donación es una manera viable.
Durante el proceso de vacunación no es posible, pero pasados 10 días de la tercera dosis, ya estará en condiciones de aportar. Aunque en algunos municipios todavía no empieza, si estas líneas le motivan acérquese a las autoridades sanitarias en su comunidad e indague sobre cómo sumarse.
Son tiempos de unirnos y que no quede cosa alguna con la cual podamos ser útiles que no la hagamos. Donar sangre es una de ellas, pues puede marcar la diferencia en la recuperación de un paciente.
En mi caso particular, podrán contar con mis venas cada cuatro meses, que es el tiempo estipulado para las mujeres y tres para los hombres. No irá hacia el familiar que ahora lo requiere, pero servirá para otros fines. No necesito saberlo, solo lamento que haya tardado la toma de esta decisión, porque el mismo regocijo que sentí con el bienestar de seres queridos que mejoraron al recibirla habrá otros cubanos que podrán experimentarlo.
Dicen que no hay vínculos como los de sangre, pues forjemos más…