Son días duros en esta tierra de tabaco, laboriosidad y mucho béisbol. Todavía hay techos que faltan y faltarán en muchas casas; aún la luz eléctrica no llega para tomar agua fría en todos los lugares; los recuerdos de aquella noche del 27 de septiembre andan forrados con dolor en la memoria de niños, abuelos y adolescentes. Y como si fuera poco, los ojos de aquella niña que vi ayer en San Luis me hacen recordar al poeta: “nada se compara con la dicha de estar vivo”.
El sol de esta mañana (19 de octubre) en Pinar del Río calienta y no precisamente desde el bullppen. Un estadio Capitán San Luis descorazonado por tres torres empujadas a morir nos remite también a cómo puede empezar todo desde el inicio otra vez, y a la posibilidad real de que escribir un libro es también vencer los vientos de Ian.
Lo aprendido servirá para levantarse y contarlo mejor; lo vivido nos hará capaces de transmitir saberes y no frías anécdotas; lo humano permitirá abrazar con inteligencia y admiración a un aprendiz de cubanía como José Manuel Cortina.
Quizás muchos ya despejaron el partidazo que nos reúne entonces aquí. Confesiones de pitcheo, libro dibujado con milimétrica magia por el profesor José Manuel Cortina bajo el secreto compartido de Ediciones Loynaz, no podía dejar de presentarse por varias razones, a pesar de la tragedia y los lunares dejados por un huracán que no pidió permiso para pasearse siete horas entre los pinareños.
El argumento más certero no es siquiera que Cortina se lo merece o que ya estaba programado en una cartelera cultural. La verdad, sea dicha por revolucionaria y optimista, es que con esta obra se devuelve la respiración y la fe por lo que hace precisamente un año fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación Cubana: el béisbol. Lo sabe su autor, defensor de la pelota desde que era un niño, luego como jugador, más tarde en funciones de entrenador y hoy toda una biblia imprescindible cuando de lanzar desde el box se trata.
Sin poses de intelectual, pero usando un estilo propio de un abridor ponchador, Cortina va enfrentado inning a inning, página tras página el reto de enseñar sin didactismo. Para ello sintetiza sin que nada importante quede afuera, aunque a ratos abre la pila de la sabiduría a límites comparados con los mejores entrenadores de pitcheo del mundo. Él no lo dice por modestia, pero Mariano Rivera, José Ariel Contreras, Ariel Prieto, Rogelio García, Raidel Martínez, y todos los brazos que enseñó, recuperó y triunfaron, lo argumentan sin escalofríos y con un agradecimiento total.
A punto de cumplir 72 años el próximo 27 de diciembre, el culpable feliz de esta invitación a amar más la pelota no deja de lanzar por encima de las 90 millas en todas las páginas. Su verbo afilado le ha costado más de un castigo inmerecido por parte de los decisores, al tiempo que se ilumina su impronta entre jugadores, especialistas y fanáticos. En el bando de estos últimos estamos muchos de nosotros, incluso quienes reciben una llamada tarde en la noche solo para confesarte: viste que mal mecánica de lanzar tiene ese pitcher…
No es la idea en una presentación volver a contar lo escrito en el prólogo ni regalar adjetivos vacíos. El primero que no lo permitiría es Cortina, vencedor en series nacionales y selectivas, porque antes bebió de los que más sabían: José Joaquín Pardo, Juan Ealo, Ramón Carneado y Conrado Marrero, por apenas citar referencias indiscutibles del béisbol cubano.
Confesiones de pitcheo es finalmente un examen a aprobar, o mejor, por muy manida que suene la frase, el libro de cabecera para quienes hoy trabajan en la formación de un serpentinero en todas las categorías.
Hace solo unas horas recordábamos la primera vez de nuestro encuentro, allá por el año 2006-2007, cuando tocó la puerta de la redacción deportiva del periódico Trabajadores para pedir que lo ayudaran con la publicación de algunas ideas hoy consolidadas en esta propuesta editorial. Aquella vez, como hoy, le di las gracias por confiar sin mayor reverencia que un estrechón de manos.
Son días duros en esta tierra de tabaco, laboriosidad y mucho béisbol. Pero aplaudamos al Dios que se viste de entrenador de pitcheo todos los días.
Hasta los vientos de IAN lo respetaron.
Escrito por: Joel García