Son días raros. Días que no imaginamos vivir. Que no quisiéramos estar viviendo. Me acuesto y levanto deseando que nada fuera cierto, que todo no fuera más que una larga secuencia de esos filmes apocalípticos que vimos una noche de sábado, casi al filo de la madrugada. Pero, la vida supera en mucho la ficción.
La gente exige. La vida exige. Me sorprende como, en medio de esta situación, la gente olvida que ante todo uno ha sido poeta y que si apostó por la poesía como lenguaje para entender y comunicarse con él mundo, es porque detrás de las palabras hay un ser humano, que se quiebra ante el dolor, la injusticia, la desigualdad.
La gente exige. La vida exige. Algunos suponen que tengas que portarte «duro» «como un hombre», que un cargo (circunstancial) te de ese valor, ese poder y te coloquen en una posición desde la que no puedes flaquear porque eres líder, paradigma, porque representas un supuesto «algo» que todavía no logro comprender.
Afloran machismo, estereotipos, contradicciones… La vida se quiebra y la gente exige, la vida exige. Ni aún en estas circunstancias dejan de hacerlo y yo, como poeta, como hombre que ha intentado vivir al lado de la gente, a ratos me siento sin recursos para no venirme abajo, para no quebrarme cuando un amigo me llama y me dice: «si no nos vemos más quiero que sepas que te quiero mucho», cuando una artista me cuenta que ha tenido que ver a su madre desde lejos cuando la enfermera la ha sacado a la terraza, cuando otro amigo se ha quedado atrapado del otro lado de su vida y me envía, en el primer mensaje de la mañana la foto de un joven hermoso, que era su amigo y que es la primera víctima del virus en la Florida (cubano de 40 años, lleno de vida y de ilusiones).
Cuando
conversó por messenger con amigos que están en Madrid, en el epicentro de la
pandemia. «Cada persona está viviendo hoy su propio drama» me dice
otra amiga, y es muy cierto. Respiro hondo. Exhalo. Hoy no hay una sola persona
que no sea tocada por el dolor. Si algo nos iguala en estos momentos, es la
fragilidad, la vulnerabilidad.
La gente exige. La vida exige. Ni siquiera intento
un verso. El verso no brota en estas circunstancias. Al verso, como al amor, no
hay que forzarlo. Ahora el lenguaje y la palabra necesitan ser más urgentes.
Necesitan ser lámpara, tabla, oxígeno. Yo siempre he tenido como recurso la
palabra. A ella me remito. En ella me refugio. En ella cumplo mi cuarentena
pero también ella me ayuda a llevar mejor este «aislamiento» sin
«aislarme» de las historias que hay allá afuera. Todas me son
cercanas y familiares. Todas me estremecen. Todas me conducen a la poesía,
porque quiero que cuando todo pase podamos decir y pensar, como en esos versos
de Delfin Prats:» Hay un lugar llamado humanidad».