El tribunal de la XVII exposición provincial Forjadores del Futuro, organizada recientemente por las Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ), se detuvo frente al póster de Orlando Manuel Vento Rivera, muchacho de hablar sencillo y mirada inteligente, natural de la calle Ramón Pérez, en Guane, lugar donde vive desde que nació.
La impresión en blanco y negro de las hojas en las que devolvió los resultados de su trabajo, hacían que su ponencia no fuera visualmente la más atractiva de cuantas se presentaron aquel día; pero bastó que empezara hablar para robarse la atención de todos.
Su presentación versó acerca del diseño de dos equipos detectores de faltantes y deformaciones en los paquetes de pomos y las cajas de latas de la empresa productora y comercializadora de agua mineral natural y refrescos carbonatados Los Portales, donde labora como especialista en mantenimiento de equipos e instalaciones industriales.
Antes, según detalló, la inspección en línea corría a cargo de los operarios, lo que constituía una actividad demasiado tediosa. Con la automatización del proceso, se aligeró la carga de dichos trabajadores y se optimizaron las producciones, ya que un error en la conformación de un paquete podía dificultar la estiba y el transporte de dichos productos, provocando incluso que se derrumbaran los pallets.
Orlando diseñó los detectores, pero no pudo construirlos él solo, sino que debió rodearse de valiosos especialistas que aportaron la parte mecánica y eléctrica. Lo suyo fue la automática.
Al culminar su exposición me acerqué a él para conocer más detalles sobre la innovación y esto me contó:
“Los dispositivos están instalados a la salida de la empacadora. Se trata de una serie de dedos mecánicos encargados de contar las unidades dentro de los paquetes. Cuando acaba el conteo tienen un tiempo para procesar esa información, expresado en milisegundos. Si en lugar de seis pomos, que son los que trae un paquete, detectan cuatro, por ejemplo, entonces emiten una alarma sonora”.
Agregó que la adquisición en el mercado internacional de dos equipos de inspección en línea, similares a estos, le costaría al país 44 899,5 dólares y que, para ponerlos en marcha, un técnico extranjero podría cobrar hasta 11 988 dólares; por lo que la compra e instalación demandarían en conjunto un total de 56 887,5.
El costo de los detectores creados por Orlando y sus colegas ascendió, en cambio, a 5 978 dólares, lo que supuso un ahorro de 50 909,5.
El impacto económico derivado de la puesta en funcionamiento de dicha inventiva, así como el esfuerzo que demandó la concepción de la misma, hicieron a Orlando merecedor de uno de los premios ofrecidos durante la 17 exposición provincial de las BTJ; pero no es su primera experiencia en estos eventos.
Años atrás fue galardonado a nivel nacional por la adaptación que le hizo a un chiller, máquina de refrigeración industrial defectuosa, adquirida por la empresa Los Portales.
“Se hizo muy difícil en aquel momento remplazar la pieza averiada, pues el fabricante dijo que debíamos esperar; pero como estamos vinculados a una producción que no puede parar, tuvimos que buscar una solución inmediata”, detalla el ingeniero.
“Entonces decidimos quitarle al chiller toda la automática que traía originalmente y ponerle otra programada por nosotros.
“Fue una satisfacción grande para los que tomamos parte en aquel proyecto, ya que el equipo funcionó varios meses con aquella modificación que le practicamos, hasta que el fabricante envió finalmente la pieza original”.
***
Orlando confiesa que la vocación de innovador le viene de su padre, un obrero del Instituto de Investigaciones en Fruticultura Tropical, que le contagió su sed de conocimientos y su entusiasmo por crear a pesar de las carencias materiales.
“A cuatro manos hicimos en una ocasión un barquito de cañabravas. Estaba en la primaria y le pedí que me ayudara a elaborar un juego de mesa para presentarlo en un fórum de ciencia y técnica de la escuela. Aquel medio didáctico se llamó El barco velero cargado, porque traía adentro peguntas y respuestas relacionadas con diferentes materias escolares”.
¿Y cómo descubriste que querías ser ingeniero automático?
“Eso fue gracias a un vecino, Vladimir, que me llevó una vez a conocer su trabajo en Los Portales. Era muy jovencito y me quedé embobado viendo todas aquellas máquinas. ‘Ojalá pudiera trabajar en este lugar’, me dije. En aquel momento me parecía un sueño muy lejano”.
Elegiste una carrera difícil.
“Sí, mucho. Me pasaba todo el tiempo estudiando porque traía muy mala base de asignaturas como la Matemática y la Física, ya que mi formación previa había sido como técnico medio en Informática.
“Al rigor de la carrera se sumaban las dificultades de la beca y el esfuerzo tremendo que hacía mi familia humilde para ayudar a mantenerme en La Habana.
“Al principio pensé que no podría con aquello, pero afortunadamente no tuve que repetir ningún año y terminé por enamorarme de la programación de hardware, que es la base de la Automática. Se trata de un lenguaje que te permite ordenarle al autómata o robot cómo moverse y qué hacer, algo verdaderamente fascinante”.
¿Qué es lo que más te reconforta de tu profesión?
“El ser útil y saber que mi servicio, por mínimo que sea, tendrá un impacto directo sobre la economía de mi país.
“Aprecio mucho mi trabajo en Los Portales. Su colectivo me apadrinó desde que era un simple estudiante de primer año de la Universidad Tecnológica de La Habana (Cujae), acogió mis prácticas estudiantiles y me permitió aprender de verdaderos maestros, curtidos en los problemas diarios de una industria”, concluyó.
Cada censor que debe reparar, cada avería que demanda sus esfuerzos, es una lección profesional para él. Su padre le enseñó de niño que la riqueza más grande de un hombre no es su dinero ni sus vestidos, sino su ingenio, una verdad que piensa enseñarle a su hijo Dylan, que es un bebé todavía, pero algún día, seguramente, sentirá orgullo de su herencia de innovador.