Ahora que el mundo está aterrorizado con la pandemia del coronavirus y en Cuba se libra una batalla colosal por la vida, no podemos permitir que las circunstancias actuales nos alejen de la historia, cuando casi un pueblo entero decidió derramar su sangre por la sufrida África.
La gesta africana más que un libro llevaría una enciclopedia y aunque mucho se ha hecho, resaltaré una pequeña historia, casi una pincelada y escogemos el 23 de marzo de 1988 porque fue decisivo. No narraré en profundidad las grandes y heroicas caravanas o los encarnizados combates, sino de aquellos hombres, prácticamente héroes que no siempre salen en los libros.
Jesús Serrano Roque, ahora a sus 65 años, quizás no tiene tiempo, por razones de trabajo, para contarle a hijos y nietos: se lo impide la lucha diaria de la vida para asegurar el sustento del hogar y porque tampoco él sabe que fue héroe.
Para hacer esta afirmación revisé todas sus medallas, las mismas que tienen muchos cubanos de la gesta en Angola, pero particularicé en una nota de Guerrillero, cuando Jesús y otros siete pinareños fueron los primeros en merecer la medalla A los heroicos defensores de Cuito Cuanavale, mérito que impuso en su pecho, en 1988, Fidel Ramos Perera, por entonces primer secretario del Partido en Pinar del Río.
Él trabajaba de muy joven en las entrañas del coto Capitán Alberto Fernández Montes de Oca, en Minas de Matahambre, cuando se reclamó su participación y fue a un centro de entrenamiento a Corralillo, tres meses de preparación militar y después de 19 días navegando en un barco soviético, despertó bajo otro cielo, en otra tierra y con otra población que olía a pólvora, sangre y destrucción.
HISTORIA DE 25 MESES
El joven teniente de la reserva, por entonces con 33 años, se desempeñaba como instructor de tiro del Centro de Enseñanza Militar de Funda, en Luanda la capital de Angola, y un día llegaron pidiendo soldados para formar un batallón para el sur. Así dejó la cátedra de tiro y se enroló al frente de un pelotón de ametralladoras pesadas de infantería para una misión.
Ellos no serían caravanistas, su misión era otra: la infantería tenía que internarse por la carretera copada de enemigos, a expensas de las emboscadas, las minas y los Mirages sudafricanos atacando, para asegurar posteriormente el paso de las caravanas.
Ahora recuerda que cuando comenzaron demoraban 15 días para cubrir un itinerario de 200 kilómetros, y que al concluir la misión salían a las ocho de la mañana de Menonge y a las cinco de la tarde estaban entrando a Cuito Cuanavale: era la única vía para los suministros de aprovisionamiento alimentario y material militar.
Las caravanas fueron el cordón umbilical desde las bases de suministro al frente de batalla y los enemigos sabían que cortados los suministros era la muerte de los cubanos y angolanos.
Estas enfrentaron varios peligros: las fuerzas de la UNITA, minas, emboscadas y ataques aéreos -llevados a cabo por las SAAF [Fuerzas Aéreas Sudafricanas]- y todo esto decidía la forma de la columna. Un convoy típico estaba encabezado por un buldócer marchando por el medio del camino, con sus tenazas abajo, y cada vehículo que le secundaba siguiendo su rastro. Si el buldócer detonaba una mina, el daño sería mínimo y el convoy volvería a continuar con daños mínimos.
Generalmente las caravanas las componían 20 vehículos, pero algunas estaban tan atascadas que se extendían por cinco millas, facilitando que la UNITA atacara ambos extremos sin que uno supiera lo que estaba sucediendo en el otro. Las emboscadas eran frecuentes, y para el fin de la guerra la ruta de Menongue a Cuito Cuanavale era como basurero de más de 160 vehículos; una emboscada destruyó 36 camiones de combustible que se dirigían a reforzar los suministros de la fallida ofensiva de 1987.
Y agrega Jesús: “Cuando se formó el batallón yo tenía 25 hombres en mi pelotón y en la medida que avanzaba se iba fraccionando y dejando gente a ambos lados, cada ciertos tramos, también íbamos fortificando, quedándonos por escuadras, de las tres compañías al principio llegamos al final con seis o siete hombres entre soldados FAPLA y cubanos, porque había que ir dejando hombres para la protección de la carretera.
“Teníamos que asegurar las vías para las caravanas más grandes de los cubanos: Venceremos y Che Guevara; había que protegerlas para que llegaran a Menonge, ellas venían de Kuito en Bie para luego llevar provisiones para Cuito Cuanavale.
“Recuerdo la Operación ocho de marzo, así la denominamos nosotros, que fueron 11 días muy bravos, la alimentación era una lata de leche para cuatro, esa operación fue del 11 al 21 de marzo.
“Debo aclarar, esta no es la acción principal de los 200 kilómetros, está fue diferente, porque se iban a mover grupos tácticos y otros pertrechos de municiones, comida, ropa, también se sumaban caravanas de las FAPLA y nosotros les servíamos de protección a todos”, explicó con orgullo.
LA GLORIA ALCANZADA
En Cuito Cuanavale la Revolución cubana se lo jugó todo: se jugó su propia existencia; se arriesgó a una batalla en gran escala contra una de las potencias más fuertes de las ubicadas en esa zona del Tercer Mundo, contra una de las potencias más ricas, con un importante desarrollo industrial y tecnológico, armada hasta los dientes, a esa distancia de nuestro pequeño país y con nuestros recursos, con nuestras armas.
Todo eso se simboliza con el nombre de Cuito Cuanavale, que fue donde empezó la crisis; pero alrededor de 40 000 soldados cubanos y angolanos con más de 500 tanques, cientos de cañones y alrededor de 1 000 armas antiaéreas, en su inmensa mayoría armas antiaéreas nuestras que sacaron de allí avanzaron en dirección a Namibia, apoyados por nuestra aviación y un aeropuerto de avanzada construido con premura, pero que cambió el rumbo de la historia.
A su retorno volvió a la mina, luego como funcionario civil del Comité Militar Municipal, en brigadas constructivas… y como un viaje a la semilla, ahora es nuevamente responsable de tiro en la Asociación de Combatientes de Matahambre.
¿Qué guarda de esa epopeya? Edilia, su esposa, sus hijas Yara y Leydis que le han dado tres nietos y su hijo, el menor, Mario Luis, que al leer esta notas se sentirá más orgulloso de su padre, igual que su tío Luis; sus condecoraciones, la medalla por la Defensa de Cuito Cuanavale, la de Combatiente Internacionalista de Primera clase, Servicio Distinguido de las FAR, medalla por la Victoria Cuba Angola y las 30, 40 y 50 aniversarios de las FAR y muchos recuerdos gloriosos.