A veces me pongo a pensar y me asusta lo impávida que resulta la vida cotidiana, en el sentido mismo de su continuidad. Quizás parezca un trabalenguas, pero lo cierto es que nadie sabría decir en qué punto exacto comenzamos a procrastinar deberes y funciones para con terceros.
No creo que el cubano y su idiosincrasia hayan nacido de esta forma; sino más bien ha sido un mal que ha evolucionado en el tiempo, en medio de tantas desgracias y vicisitudes.
Por supuesto, este es un fenómeno que nos ha hecho involucionar como especie, al punto de que resulte casi raro escuchar a alguien que ante un encargo diga, ya está hecho.
Palabras y frases como “mañana”, “vamos a dejar eso para la semana que viene”, “no he tenido tiempo” o sencillamente un “he estado enredado” son el día a día del cubano promedio actual. Y sí, la gran mayoría somos partícipes y protagonistas de este asunto. Somos jueces y partes de la informalidad.
Con el decursar de los años nos hemos vuelto especialistas en incumplir y no honrar acuerdos pactados de antemano, en pasar por alto tratos y conversaciones sobre un trabajo o necesidad específica.
Nos hemos convertido en “procrastinadores” por decirlo de alguna manera.
Aunque absolutizar es siempre equivocarse, el mayor de los flagelos de este tipo se recibe siempre de manos de alguien que ejerce algún oficio. Díganse plomeros, albañiles, zapateros, mecánicos, torneros, chapistas, pintores y tantos otros.
Con mucho pesar he de decir que el asunto no acaba ahí, pues la informalidad bien pudiera agravarse cuando el trabajo o cometido se paga con anterioridad. Ahí es cuando los enemigos de la puntualidad y el compromiso serio pueden esfumarse durante mucho más tiempo.
Algo curioso es que, a pesar de que se quebrantarán convenios –y a sabiendas de que se seguirán incumpliendo– nunca se les da la espalda a nuevos adeudos. Es una relación misteriosa entre el “no he tenido tiempo para lo tuyo” y el “tranquilo que yo te mato eso” ante la petición de una nueva “víctima”.
–Vete a ver a otra gente, –dirían algunos– no le caigas más atrás, ese tipo es un barco.
Pero sería errado obviar el tiempo y las visitas repetidas al “profesional” que por cansancio te hará tu trabajo, para caer en manos de otro que también te hará el cuento de la buena pipa.
Siempre debemos recordar esa máxima que dice que “la vida es un cachumbambé” y pensar que donde hoy somos jefes y receptores, mañana podemos ser simples mortales dependientes de terceros.
Quedar bien ante un encargo o petición y cumplirla en tiempo y forma, no solo genera placer y tranquilidad para quienes solicitan, sino también gana en respeto, credibilidad y profesionalismo quien ejecuta.
El evitar dilaciones, evasivas y engaños siempre es de provecho, pues se preservan amistades y se crean nuevas relaciones interpersonales que en un futuro quizás sean de provecho.
Es importante recordar que todo tiene un límite, incluso los niveles de tolerancia y paciencia. Límites entre los cuales hasta los más ecuánimes se han visto comprometidos, al punto de perder el raciocinio y adentrarse en terrenos baldíos.
Desafortunadamente, nos hemos convertido en hijos pródigos de la informalidad; un mal que, aunque ya arraigado, debemos luchar por desterrar del día a día.
Para ello, a todos nos corresponde aportar nuestro granito de arena y evitar a toda costa tomar más de lo que podemos abarcar. Lucir siempre los valores y la estirpe cubana de siglos atrás como la seriedad y el respeto, siempre serán cartas de presentación dignas de admirar. Que lo difícil se convierta en fácil: esa es la meta a la que debemos aspirar.