Cuando el doctor Yasiel Carvajal Cárdenas atravesó el umbral de la zona roja habilitada en el hospital León Cuervo Rubio para la atención a pacientes infectados por el SarsCoV-2 no pudo evitar sentir un poco de ansiedad.
Como especialista de primer grado en Medicina Interna ya había lidiado en reiteradas ocasiones con el estrés de las emergencias médicas en ese mismo centro hospitalario, pero jamás había experimentado el temor de contagiarse él.
“Yo debía entrar a trabajar a la sala de positivos el día dos de mayo. Hasta ese momento me encontraba atendiendo a casos sospechosos; pero uno de mis compañeros, un enfermero, comenzó a presentar síntomas de la COVID-19 y fue confirmado como portador del virus. Al ser contacto suyo, me aislaron siete días en el politécnico de la salud Simón Bolívar, lo cual impidió que pudiera asumir en ese momento la tarea que me habían asignado. Afortunadamente el PCR que me hicieron dio negativo y pude incorporarme al trabajo el 16 de mayo”, cuenta el joven galeno.
“Fue mi primera experiencia en la zona roja. Nuestro equipo lo conformaban dos clínicos, tres enfermeros y una auxiliar de limpieza. Cuando llegamos solo había un paciente, el cual estaba asintomático.
“Al día siguiente nos trajeron a una muchacha que había dado positiva en la pesquisa poblacional realizada en Mantua. Ella estaba renuente a aceptar que tenía la enfermedad ya que no se pudo precisar su fuente de contagio.
“A pesar de mantenerse asintomática, cuando le aplicamos una radiografía de tórax, constatamos que tenía una neumonía. Le mostramos la placa y fue en ese momento que empezó a creer lo que le decíamos.
“Nos tocó conversar mucho con ella y transmitirle la seguridad de que todo estaría bien ya que al principio lloraba mucho y le preocupaban su niño y su mamá ingresados como sospechosos. Estos, por suerte, fueron reportados como negativos.
“La relación con los dos pacientes que tuvimos bajo nuestros cuidados fue muy bonita, al punto que todavía se comunican por teléfono con nosotros. No se desprendieron una vez que salieron de alta. Esas conexiones humanas son de las cosas más reconfortantes de mi profesión”.
En la habitación de un enfermo las partículas del virus pueden estar sobre cualquier superficie: adosadas a las sábanas, en la mesita de noche, en el respaldo de la cama y hasta en el termómetro usado para medir la temperatura corporal. A esos objetos que al contaminarse con un patógeno son capaces de transferirlo los científicos los denominan fómites.
Cuidarse de no tocarlos sin la debida protección es una de las medidas que han de tomar en cuenta los especialistas médicos.
“Es un algoritmo que debes tener muy claro si no quieres contagiarte. A veces te pica la cara y tu primer impulso es rascarte. Eso está completamente descartado. Cada vez que sales de la sala debes quitarte la bata y sobrebata que traes puesta, desechar los dos pares de guantes, lavar con hipoclorito la careta y ser minucioso en la desinfección de tus manos. Es una práctica que puede ser agobiante pero que debes seguir al dedillo para protegerte”, enfatiza Yasiel.
Igualmente, difícil fue la convivencia 14 días en un espacio reducido. Una sala de rehabilitación fue la elegida para alojar a los pacientes. Separado de este local por un pequeño pasillo está el departamento de Gastroenterología, donde se improvisaron tres cuartos para el personal sanitario.
“Aunque en otras oportunidades ya había trabajado con algunos de los compañeros con los que coincidí en la zona roja, este tiempo juntos me permitió conocerlos y valorarlos aún más. Circunstancias como las que vivimos unen mucho a las personas”, confiesa el licenciado en enfermería Carlos Acosta Peña a nuestro equipo de prensa desde el hotel El Crisol, ubicado en la ciudad Pinar del Río, donde cumple la cuarentena establecida junto al resto de sus colegas.
Menciona momentos emotivos vividos durante aquellas dos semanas de servicio en el “León Cuervo” tales como el cumpleaños de Basilia, la empleada de limpieza, que arribó a los 56 lejos de sus nietos y del resto de su gente amada.
El aniversario no pasó por alto y ella tuvo su panetela y la serenata que un músico le dedicó del otro lado de la cinta de seguridad.
Yasiel, Carlos, Basilia… todos han sido imprescindibles en la lucha contra la COVID-19.
“Haber ayudado a la recuperación de los pacientes fue una gran satisfacción personal. Es tan bueno saber que lo que haces es útil para alguien”, comenta Carlos, a quien el destino y un problema en un oído lo llevaron a decidirse por la enfermería a la edad de 19 años y a renunciar a su sueño de estudiar una carrera militar.
A este hombre bueno los ojos se le humedecen cada vez que habla de su familia. Este domingo, cuando se celebra el Día de los padres, ya habrá acabado su periodo de aislamiento y disfrutará de cerca el afecto de sus hijos. Mientras tanto, su esposa María Elizabeth se pasea a menudo por frente a la fachada del hotel El Crisol y lo llama para que se asome al balcón y le regale desde ese sitio su sonrisa tierna y su cariño.