El yipe avanza a saltos y se abre camino entre las últimas brumas de la madrugada. La carretera no colabora y el chofer murmura entre dientes. Lo comprendo; intento dormir, hay frío, pero la cabina se me antoja asfixiante.
Vamos a las vegas de tabaco de la cooperativa Menelao Mora, del municipio de Guane. En la Empresa de Acopio y Beneficio del Tabaco se suman especialistas de esa entidad y la comunicadora institucional Dayana Chirino Barros.
No hay pausa, el tiempo corre. Por sobre el mogote, y en franco desafío a la neblina, el sol ya lanza sus primeros rayos. Para entonces estamos en la vega de Julio Adolfo Sotuyo.
Nos recibe un ayudante, preguntamos y lo señala entre las hojas y el rocío del campo cercano.
SOTUYO
Saluda tímido, y no deja de mirar los equipos de grabación. Me percato e intento devolverlo a su zona de confort.
Buen tabaco, se parece al de mi abuelo, allá por Mantua, le digo.
Sonríe y mira franco, a los ojos, como solo saben hacer los campesinos cubanos. Vence la cortedad y habla de sus labores diarias.
“El tabaco lo prefiero coger en hojas; da más trabajo y lleva ensartadoras, pero rinde mucho más. Este año planté 65 000 posturas y seguro no me voy a bajar del mismo rendimiento de la anterior cosecha”.
Mientras conversa, no deja de repasar los brotes que escaparon a decenas de “repasos” anteriores.
“En esta cosecha también le eché 200 canteros a la cooperativa, porque hay que ayudar a los demás. No somos muchos y tenemos pocos recursos, pero estamos organizados”.
Abandonamos la carretera. Vamos por los caminos de la “Menelao Mora”. El chofer para y recoge a un hombre. Es delgado, talla mediana y usa una gorra gris. Sonríe, se vuelve hacia mí y suelta, ufano: “En esta zona nadie escapa de la magia del río”. Es Juan Carlos Montano Carmona, presidente de la cooperativa.
Dice verdad: a la izquierda la majestuosa corriente se desliza entre el muro verde y alto de acacias, majaguas y cañabravas. Cuentan que no siempre fue así, porque el Cuyaguateje, como muchos ríos de la provincia y el país, se estaba quedando “desnudo”, pero los campesinos de la zona plantaron árboles para proteger el cauce.
NOEL
Noel Pérez Pedraja es otro guanero del surco y eterno enamorado del Cuyaguateje. Su vega es, apenas, un cuadrado de tierra fértil a 100 metros de la orilla donde el tabaco, de tan oscuro, casi no refleja la luz solar.
“Todavía me siento fuerte como un jiquí para sembrar”, dice al percatarse que miro con insistencia su pelo cano como mota de algodón.
¿Trabaja solo?
“Tengo ayuda de la familia y contrato fuerza. Pero mis rendimientos son altos y la tierra inmejorable”.
Pérez Pedraja recurre al río para explicar el secreto de sus buenas cosechas.
“Los que sembramos al lado del Cuyaguateje tenemos derecho a coger buen tabaco, porque el río es una bendición. Cuando crece se lleva lo que le corresponde, pero deja muchísimo más”, afirma.
¿Y antes arrastraba?
“Antes sí, pero llevamos unos cuantos años curando sus orillas y ya no descarna ni corre por el medio de las vegas. Ya hay muchos árboles, así que, él sube, inunda y se retira”.
Al final del sembrado un sombrero negro llama la atención. Pedraja aclara que allí es el límite de su tierra.
“Aquel es Marcos. Debías escribir de él también”, dice.
MARCOS
Evado los charcos, tomo el trillo paralelo al Cuyaguateje y enseguida estoy en los predios de Marcos Samón. Es un guajiro de esos que sonríen con los ojos y disfruta el diálogo de palabras sencillas.
“Dice el presidente de la cooperativa, bromea y señala para Juan Carlos, que yo soy de los menos malos”.
A mí me parece que eres de los buenos, le digo.
“En realidad no sé lo que es coger tabaco malo”, se sonroja y prosigue: “Yo siembro 60 000 y promedio más de dos quintales por cada mil posturas”.
Como los demás, dedica agradecimientos al río.
“El Cuyaguateje es lo máximo y representa mucho para todos nosotros. Crece como un mar, pero deja el abono, que no solo permite crecer al tabaco, también frijoles, coles, tomates y lo demás para el consumo y para el Estado”.
ROLANDO EL BARQUERO
Marcos nos acompaña hasta el vado donde Rolando Álvarez Ramos suele amarrar las chalanas.
El presidente de la cooperativa lo vocea y enseguida aparece en el recodo. Es hábil con la embarcación que hace bogar con un solo remo, en contra de la débil corriente, hasta situarla en la barranca donde le esperamos.
El barquero del Cuyaguateje, pienso.
Intercambiamos saludos y subimos al bote, de apenas tres metros. Mientras avanza habla de cómo cruzan la cosecha para pesarla en el taller de escogida.
“Cuatro hombres y la chalana llena de tabaco zafado. Así damos un montón de viajes al día, porque es más fácil por aquí que por el paso en los tractores”.
El barquero del Cuyaguateje también siembra tabaco. Subimos la cuesta y en el recodo exterior, donde el río hace la curva, aparece su vega.
“Planto hasta 82 000 posturas y tengo el mismo rendimiento que Marcos y Noel. Esta tierra es más alta, pero igual es buena y se beneficia del río”.
¿Lleva más trabajo?
“Puede ser, pero me ‘pego’ duro y salgo adelante”, afirma.
En efecto, el tabaco del “barquero” es grande, sano y muy verde. Tanto que el sol del mediodía lo recorta nítido contra el mogote.
Juan Carlos Montano Carmona, el presidente de la cooperativa, no ha hablado mucho durante toda la mañana, pese a que tiene suficientes motivos para el orgullo. Así que lo provoco.
“Aquí en mi cooperativa el ciento por ciento de los campesinos son buenos. Fíjate que fuimos premiados con medalla de plata por el país, por estar entre las 21 cooperativas con rendimiento de dos toneladas por hectárea”.
Y en verdad son buenos los del Cuyaguateje. Hombres que no se hicieron para visitas y sí para el sacrificio de todos los días; seres que rinden culto a la naturaleza porque comprenden el beneficio de cuidarla. Excelentes cosecheros de tabaco, riqueza que distingue a Guane desde las pequeñas y bien cuidadas tierras en el curso medio del Cuyaguateje.