El tres de diciembre es el Día de la Medicina Latinoamericana y se debe a la honra del científico cubano Carlos Juan Finlay, nacido en Camagüey hace 188 años, y que libró a la humanidad del flagelo de la fiebre amarilla, un hecho que, a otro investigador lo hubiera hecho merecedor del Premio Nobel, pero las autoridades de Estados Unidos se opusieron en las siete ocasiones que lo nominaron y jamás lo poseyó.
La celebración de este año debe ser muy especial, porque tiene un mayor reconocimiento que es el de millones de personas que lo honran cada año, principalmente en latinoamericana.
Por si fuera poco, la ciencia cubana se engrandece cada día y en un año agredido por una pandemia centenares de científicos ratifican su vocación, junto al personal de la Salud, porque investigaron, desarrollaron y crearon vacunas que muchos países altamente desarrollados no pudieron lograr en igual tiempo.
Como le sucedió al insigne descubridor, a los médicos cubanos ya por dos ocasiones la academia sueca les ha negado el Premio Nobel; pero al igual que el camagüeyano han obtenido el galardón de la dignidad, la solidaridad y el altruismo, incluso en países avanzados.
La transmisión de la fiebre amarilla era todo un misterio en su época y miles de personas morían a lo largo del mundo. Es una historia larga y conocida, pero se resume en que las autoridades estadounidenses conocieron sobre los estudios de Finlay, que en principio lo negaron, luego lo dudaron y al final decidieron desembarcar en la Isla y aceptar su colaboración.
Hay detalles que algunos de los lectores comunes no conocen y es que la comisión designada era militar, con médicos y científicos castrenses, aunque muy calificados, pero no desposeídos de la naturalidad que imprime el sector civil, porque las fuerzas armadas estadounidenses siempre han sido por naturaleza intervencionistas.
Y es más, cuando avanzaron en los resultados llegaron a apropiarse de ellos, situando a Finlay como un mero colaborador y no el científico líder del descubrimiento, a pesar de ser probado.
Pero no solo fue Estados Unidos, tras largas jornadas de estudios y experimentos, el doctor Carlos Juan Finlay obtuvo un asombroso resultado: identificó al mosquito Aedes aegypti como el agente transmisor de la fiebre amarilla.
Y aunque ninguno de los estudiosos que concurrieron aquel 14 de agosto de 1881 a la sala de actos de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana impugnó los puntos expuestos por Finlay en la teoría del mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla, ni se mostró de acuerdo con ellos. El silencio fue la única respuesta a una concepción que no solo posibilitaría a la postre la erradicación del entonces llamado ‘vómito negro’, sino que abrió un nuevo capítulo en la historia de la Medicina tropical.
Finlay, al parecer, no logró entusiasmar a nadie con su trabajo; ni siquiera al exponer sus certeras deducciones respecto a los hábitos de las diversas especies de mosquitos existentes en La Habana, o su novedosa concepción acerca del contagio de la enfermedad, basada en el papel de los vectores en la transmisión de enfermedades. Tenía pruebas, contundentes pruebas que avalaban cada uno de los resultados presentados ese día, fruto de sus muchísimas horas de estudio e investigación, pero no logró despertar el interés de los presentes.
Cuando la primera intervención estadounidense en Cuba, el gobierno de Estados Unidos presionó a sus médicos militares destacados en la Isla para que buscaran una solución al problema de la fiebre amarilla e impotentes ante la enfermedad, decidieron ensayar la teoría de Finlay.
En el verano de 1900 los doctores Walter Reed, cirujano comandante de los Estados Unidos, Carroll y Lazear visitaron a su colega cubano en su casa del Paseo del Prado. Ellos pidieron a Finlay detalles de sus investigaciones con la promesa de comprobarlas en la práctica. El cubano, con una generosidad extraordinaria, puso a disposición de los visitantes el resultado de sus 30 años de trabajo en el tema y les hizo entrega, en una jabonera de porcelana, de huevos de un mosquito infectado.
Dos soldados y el propio Lazear contrajeron la enfermedad, y él llevó un detallado cuaderno de apuntes de la evolución de ésta durante los 13 días que transcurrieron entre su autoinoculación y su fallecimiento, ocurrido el 25 de septiembre de 1900. Lazear, por lo tanto, fue quien dirigió la primera comprobación experimental de la “teoría del mosquito”, independientemente de los experimentos llevados a cabo por el propio Finlay.
Walter Reed se había mostrado escéptico, hasta entonces, respecto a la teoría de Finlay y se hallaba en Estados Unidos al producirse el fallecimiento de Lazear. Regresó rápidamente a Cuba y, se supone que a partir del cuaderno de notas de Lazear, preparó apresuradamente una Nota que presentó el 22 de octubre de 1900 ante un evento científico en Estados Unidos.
Reed se limitó a comprobar de manera rigurosa la teoría del científico cubano, pero en sus cartas se deduce que llegó incluso a convencerse de que él era el autor de la teoría claramente formulada por Finlay 20 años antes, y se refería a ella como “mi teoría”. En Estados Unidos se elevó a Reed, injustificadamente, al rango de “descubridor de la causa de la fiebre amarilla”, sobre todo después de su fallecimiento en 1902, causado por una peritonitis.
Sin embargo, fueron las medidas aplicadas en Cuba y Panamá, basadas en las recomendaciones formuladas por Finlay, las que eliminaron la epidemia, y este éxito resultó ser la demostración de que su autor había tenido razón.
En el acta de la sesión de la Junta de Gobierno de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana del 12 de diciembre de 1932, consta la proposición de nombrar una comisión que se encargara de los preparativos para conmemorar al siguiente año el centenario del natalicio de Carlos Juan Finlay (1833-1915).
Esta iniciativa de celebrar con solemnidad los 100 años del nacimiento del sabio cubano, había sido lanzada mucho tiempo antes por el doctor Jorge Le Roy Cassá y fue el día de esa reunión que adquirió carácter oficial. Más aún, en el acta de la referencia se hizo también constar que el entonces joven médico Horacio Abascal Vera, preocupado porque una vez que transcurriera la fecha del tres de diciembre de 1933 desaparecería de la escena una efeméride tan gloriosa, sugirió como forma de perpetuarla la realización de las gestiones pertinentes para constituirla como Día de la medicina americana, de manera que todos los países dieran cuenta esa fecha de sus progresos, tanto en el área médica en particular, como en los aspectos económicos y culturales en general, en los cuales la obra de Finlay había ejercido una influencia favorable.
En virtud de ello se bautizó con el nombre oficial de Comisión del Centenario del Nacimiento de Finlay y del Día de la Medicina Americana. Este colectivo funcionó bajo la presidencia del entonces presidente de la Academia, doctor Francisco M. Fernández, auxiliado por cuatro vicepresidentes, a saber, los doctores José A. Presno Bastioni, presidente saliente de la Academia; Manuel Martínez Cañas, presidente de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, en la cual Finlay dio a conocer gran parte de sus trabajos fundamentales; José A. López del Valle, colaborador de Finlay en su obra de erradicación de la fiebre amarilla; y Antonio Díaz Albertini, también colaborador además de médico personal del sabio y miembro de la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia.
La sugerencia del doctor Abascal prosperó meses después, en ocasión de la celebración en Dallas, Texas, del IV Congreso de la Asociación Médica Panamericana, entre el 21 y el 25 de marzo de 1933. La conclusión del trabajo que presentó como ponencia a ese evento bajo el título de Finlay, panamericanismo y Día de la medicina americana, proponía justamente la conmemoración solemne, el tres de diciembre de ese mismo año, del centenario del natalicio del científico cubano y la instauración de la fecha como el Día de la medicina americana con carácter permanente. La proposición tuvo una acogida muy favorable de parte de los representantes de los países allí reunidos, quienes la aprobaron por unanimidad. Sin embargo, con posterioridad al triunfo de la Revolución cubana, se consideró que el tres de diciembre de cada año debían ser objeto de homenaje todos los trabajadores que de cualquier forma dedican su esfuerzo a las disímiles labores que tienen que ver con el fomento, la preservación y el restablecimiento de la salud dentro o fuera del país. Esta es la razón por la que se celebra desde entonces en esa fecha el Día de la medicina latinoamericana y del trabajador de la salud y desde hace años en esta fecha es otorgada en el país la Orden Carlos Juan Finlay a personalidades nacionales por sus méritos y aportes al desarrollo social y económico en homenaje al eminente científico cubano descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.