Recientemente en nuestra redacción, la cual está cargadita y bien dotada de sangre joven, y donde las damas ya son mayoría, un escaso grupito comentábamos a modo de sobremesa algunos de los temas que a ellas inquietaban.
La conversación, muy amena y categórica, rozó temas como las colas, los horarios posjornadas laborales, las faenas cotidianas y los quehaceres del hogar. Pero donde realmente comenzó la controversia fue cuando una de ellas introdujo el tema del acoso masculino a las féminas mediante los llamados piropos.
Pero, amén de salvedades sobre verdaderas verborragias creativas diseñadas para hacer sonreír a la más seria de todas, no se pudo pasar por alto muchos “crímenes” contra el léxico y por consecuente con su blanco: las damas.
En estos dos puntos me gustaría detenerme. Sí, porque lo más importante es aclarar que cuando dedicamos algunas palabras, quien las recibe es una dama. Y si aún algún enrevesado lector asume e imagina a la peor de su sexo, recordemos que tenemos madres, hermanas, primas y amigas a las que bajo ningún concepto nos gustaría que le digan groserías.
Nuestras mujeres son bellas, delicadas, femeninas, galantes y un tanto pícaras, porque no. Pero esto último no debe constituir un pie forzado para asaltarlas verbalmente.
Y he ahí el verdadero problema. La grosería, la chabacanería e incluso, la violencia del lenguaje con formas lexicales que asemejarían el peor de los golpes físicos, porque sí, las palabras también duelen y lastiman.
Los piropos por naturaleza llegan de forma insospechada, son propios del cubano y se muestran ocurrentes a modo de chiflidos, gestos, metáforas y otras. Pueden acechar tanto en el hogar como en un parque, una bodega y hasta en tiendas y centros laborales.
Desafortudamente, hoy en algunos casos tal galantería es un reflejo de la pérdida de valores de una sociedad, que de forma paradójica, es tan rica en cultura. En el intento de llamar la atención muchos se pasan de la raya, como decía, apoyados en comentarios sexistas o miradas indiscretas que ponen a las mujeres en situaciones incómodas.
Así he escuchado calificativos como “Bruja, “Gorda”, “Fea” o barbaridades como “mira mami,to`esto es pa`ti”, esta última el colmo de la vulgaridad diría yo. Por supuesto, no estoy ajeno a que existen comentarios más grotescos que esos, pero me niego a reproducirlos o hacerme eco de tamañas atrocidades.
Un poco de consuelo quizás resultaría pensar que quienes pronuncian tales obscenidades no se han detenido a reflexionar que con semejante verbo jamás lograrán tocar esa fibra sexual que posee cada mujer; pues me horrorizaría imaginar que a ellas se les ocurriera optar por esa forma de vida.
Me han comentado que ciertos hombres están cansados de enaltecer la figura femenina sin recibir siquiera una sonrisa a cambio. Mas repito, esto tampoco es motivo para ceder paso a la indecencia.
Todo es psicológico, pues que su halago no haya sido retribuido con una sonrisa no significa que haya pasado desapercibido. Quizás deba insistir algunas veces más, pero al final créame, que será notado y recompensado.
Recordemos que los halagos verdaderos deben permanecer bajo la línea del respeto hacia la otra parte, y que cada mujer es dueña de aceptar o no más tarde o más temprano a su zalamero.
No pensemos en los piropos como un río que debe desembocar necesariamente en una relación amorosa, también pueden regalarnos la mejor de las sonrisas o con el tiempo una amistad sincera.
Lancémoslos así, de forma desenfadada y sin esperar nada a cambio, como mero gesto de cortesía y música para el alma de quien lo escucha… seamos creativos, sagaces y pícaros, siempre con respeto, pues ellas nos recompensarán. No lo dude.