Xiomara Trujillo Morejón y Yuraimys Cabrera Hernández son madres y maestras de enseñanza Prescolar en el seminternado Frank País. La primera ha dedicado cuatro décadas a la docencia y la segunda suma apenas seis años de experiencia en el sector, pero ambas forman un equipo.
En el patio de Xiomara, bajo la sombra de un árbol poblado por decenas de gorriones cantarines, se sientan a pensar juntas la forma de trasladar sus saberes a los alumnos en este difícil tiempo de pandemia.
“La COVID-19 ha traído desasosiego y tristeza al pueblo cubano, pero si alguna cosa buena nos ha dejado, ha sido el hecho de potenciar la unión entre la escuela y la familia”, comenta Yuraimys.
El entusiasmo de esta muchacha por su profesión es inspirador. Hace unos meses creó un grupo de WhatsApp donde cuelga sistemáticamente ejercicios e iniciativas para el desarrollo de habilidades en los niños.
Como parte de la retroalimentación, los familiares le envían videos con los progresos de los pequeños, y esto la llena de satisfacción.
Xiomara por su parte, cuenta acerca de las reuniones orientativas que sostiene semanalmente con los padres, ya sea en sus casas, o en la propia terraza de la educadora, que tiene la amplitud suficiente para respetar las medidas de distanciamiento físico.
“Igualmente me llaman por teléfono para plantear inquietudes que le surgen en el intercambio con sus hijos. La comunicación ha sido muy rica durante toda esta etapa”, asevera esta pedagoga veterana, que se reincorporó a las aulas en cuanto firmó su jubilación.
Sobre los puntos de convergencia que guardan entre sí la docencia y la maternidad, dialogué con ambas profesoras:
“Trabajar con niños es lo que más me ha gustado en la vida. Ellos saben querer como nadie. Tú puedes creer que no te miran, que no reparan en ti, que su corta edad no les permite entender tus estados de ánimo; pero no es cierto”, dice Xiomara y continúa:
“Pueden deducir si estás triste, si te sientes bien. Son como esponjas que todo lo absorben. A veces te pones una ropa bonita y no se les escapa el detalle: ‘Maestra que linda estás hoy’, te dicen y provocan con esa simple frase toda tu ternura.
“Cuando una entra al aula debe olvidarse de todos los problemas y entregarse al juego como una niña más. Hacer divertido el aprendizaje es el reto principal de un profesor de prescolar, así como aceptar las diferencias de los infantes sin ponerles etiquetas degradantes ni menospreciarlos porque aprenden más lento o se distraen en clases”, asegura.
Algunos de esos infantes vienen de hogares disfuncionales y encuentran en sus maestras una presencia maternal y protectora. Ellas sufren en carne propia los problemas de los muchachos. Pasan junto a ellos tantas horas del día, que aprenden a conocerlos como a un familiar cercano.
“Se ha dado el caso en que hemos descubierto que un pequeño tiene deficiencia auditiva o visual, cuestiones que no han sido detectadas por sus propios padres”, ejemplifica Xiomara.
“Nosotras somos testigos de sus dibujos, de sus trazos temblorosos, del primer poema, del diente caído… Son pequeños momentos en los que nos complace participar”, agrega Yuraimys a lo expresado por su compañera.
Cuenta que de niña le habría gustado emprender muchos oficios, trabajos diversos; pero después de analizar todas las opciones, entendió que hallaría su felicidad si se convertía en maestra de prescolar:
“Dentro del aula soy madre y conozco a mis alumnos mejor que nadie, soy sicóloga, artesana, artista de un pequeño público, enfermera y aeromoza. No hay nada como la imaginación de un niño para volar por los aires. Canto sin importar si desafino, río hasta el cansancio y pinto alegrías y sueños. Eso es ser maestra para mí y creo que elegí la profesión correcta, porque vivo dando y recibiendo amor y dejando mis huellas en este mundo”.