A Hugo y Lorys no solo les unen la pasión por el tiro con arco. Ambos decidieron, hace más de 15 años, unir sus vidas más allá del campo de tiro y el ardor por las flechas. Ellos, cruzaron para siempre lo que para muchos iba ser un hecho, una sólida relación de amor y camaradería.
Lorys Ojea Silva es natural de Bayamo, en la oriental provincia de Granma. Hugo Franco es pinareño, un joven muy serio y familiar. A los dos, integrantes del equipo nacional de tiro con arco recurvo, y tan lejos geográficamente, La Habana le abrió un espacio que luego la vida consolidó: resguardar el corazón uno del otro.
Corría el año 2008, él, integrante del equipo nacional juvenil; ella, su compañera de batería en el apartado femenino. Confiesa que el roce fue poco a poco, desde la admiración. Al ser tan tímido, no se atrevía a dar el primer paso, pero la vida,que siempre tiene algo resguardado, los puso uno frente al otro.
“En el 2008 estuve un tiempo admirándola, apreciando a esa pequeña muchacha de Bayamo, que no solo era una excelente tiradora sino que, además, me gustaba su forma, su estilo, entonces con el roce, que es más fuerte que muchas cosas, llegó el cariño, luego el amor y, al final, decidí dar el paso, y felizmente nos unimos hasta el sol de hoy”, confiesa Hugo.
“Las distancias siempre son grandes, sobre todo, porque los dos somos atletas. Ella sabe que a veces uno tiene que partir a los entrenamientos, a competencias fuera del país, y es un soporte tremendo. Lorys no tiene un carácter fácil -sonríe- pero es mi complemento. Siempre hay mucho que agradecer, ya te digo, yo la admiraba mucho más a ella, porque era una figura femenina de respeto. Estuvo primero que yo en el equipo nacional. Es medallista centroamericana, con muy buenas tiradas, todo eso, a veces, crea un respeto mutuo. Ella conoce mi trabajo y yo admiro el suyo, por eso es que seguimos amándonos tanto, a pesar de llevar mucho tiempo juntos”.
La pequeña Lorys es de una mirada dulce, esa que cautivó a Hugo y le regaló la posibilidad, hace siete años, de tener a su primera medalla de oro: Cristian, un chiquitín que estrechó mucho más su apego por la familia.
“Creo que él ha tenido que aguantar mucho más que yo, porque mi carácter es muy fuerte, ha sido capaz de robarse mi corazón. Sabes algo, yo di el primer paso, porque él era muy tímido, pero había mucho amor, y ese carácter afable de él, la propia armonía que se respiraba entre ambos, me hizo estar segura que era el hombre que quería para vivir, refiere Lorys.
cansado; no obstante, sale y juega con el niño pelota en el estadio, te deja dormida, hace las labores de la casa, cose la ropa de los niños, le da la leche a Valentina, es un sol.
“Todavía hoy, me pregunto ¿cómo es posible que alguien sea tan resiliente como Hugo Franco? Su mamá y papá fallecieron casi juntos. Ellos veían por los ojos de Hugo, su papá en especial, y dependía de él. En el final de su enfermedad, casi no dormíamos en casa, y más que recriminarle lo apoyaba y me decía: ‘¡Qué clase de hombre he elegido para vivir!’. Eso me hizo enamorarme más, valorarlo en su justa medida, seguir respetándolo y comprendiendo el por qué era tan fuerte.
“Fui atleta de alto rendimiento, medallista de bronce en los Centroamericanos de Veracruz. Fue un momento muy bello compartir esa alegría, porque era el sacrificio de ambos, más que todo, la admiración por el otro la que me motivó siempre a no claudicar”.
Hugo carga a Valentina, su segunda medalla de oro en la vida, mientras sostiene un biberón repleto de leche, para que la pequeña vaya a los brazos de su madre y pueda dormir, y así seguir la conversación, en la que no esconde ese amor exclusivo que siente por ella.
“En Veracruz pasó algo lindo, ambos fuimos medallistas de bronce, y ella me motivaba a mí, mientras yo corregía algunos detalles técnicos, fue un logro que para nosotros, como pareja, marcó un antes y un después. Imagínate, los dos con medallas, los dos habíamos pasado por un proceso fuerte de entrenamiento, se vivió lindo.
“Luego vino el Panamericanos de Toronto en Canadá, también juntos. Fue una etapa muy bella y agradable. Compartir una competencia del deporte que amas, con la mujer que amas, es un doble regalo, que solo viéndolo en retrospectiva, uno puede comprender que la vida te quita cosas, pero te regala otras como a Lorys, a la cual, confieso, amo grandemente aún hoy”.
Valentina hace silencio mientras Lorys la carga, y con la ayuda de su madre, que también colabora, pasa a su segunda sesión de interrogatorios para expresar, más que todo, con una elocuencia poco común en ella, (es de poco hablar) cada sentimiento por el padre de sus mejores preseas.
“Hay muchas anécdotas entre ambos, porque en 16 años de relación, con cuántas cosas no hemos tenido que lidiar. Yo no hablo en público, él lo sabe, soy de un carácter fuerte, lo cual sabe sopesar muy bien. Solo de mirarme conoce cuándo me hace falta algo, dónde no me siento bien, cuál es el pedido que quiero, eso es señal de que me conoce bien, me valora, cuida y respeta, por eso lo amo tanto.
“Cuando sabía que había clasificado para las olimpiadas, nos alegramos todos, pero ya había calculado que le iba a ser muy difícil poder estar en el nacimiento de la niña. De ahí que me mentalicé, pues en el primer embarazo, por el deporte, no pudo estar en la primera etapa.
“Pero ya era distinto, yo estaba entrando al salón y Manolito, un paraatleta de tiro con arco, me escribió que si no lo estaba viendo por el televisor. Pero yo estaba ya en el hospital, no tenía modo, hasta que luego busqué una página y le pude dar un doble regalo, su excelente competencia y su hija que ama con locura, porque complementa la parejita que toda relación desearía tener.
“Te puedo asegurar que si algo nos ha mantenido en pie es la confianza que nos tenemos. Sabemos ambos que poseemos un rol, yo hubiera querido estar más tiempo activa tirando flechas, pero le tocó a él, entonces me queda apoyar, ser su sostén, su almohada, ser ese refugio que le ayuda a soportar las decepciones de los atletas de alto rendimiento, las injusticias que nunca faltan, estar y ser para él, eso, su complemento, como siempre ha sido conmigo, como su apellido, Franco y sincero”.
El Robín Hood pinareño confiesa que no se han casado porque el amor no entiende de papeles y, para ser de verdad, solo precisa de sentirse, de acompañarse, de demostrar, de ser capaz de conquistar y derrumbar todo.
“Ya casi 17 años y no hemos firmado, tampoco nos hace falta. Estamos seguros que si lo hacemos es por cuestiones legales, porque el amor se siente y se demuestra en la concreta. En el cariño de mirar a mi chiquita; de ver a Cristian ya grande, cómo ayuda a su mamá, de sentir cómo ama a su hermana; de no estar de acuerdo, porque todas las relaciones tienen altas y bajas; de hacer lo que sea porque mi familia, la que hemos construido, y que siga sólida, eso es amor para nosotros.
“Tener salud, crear proyectos y materializarlos juntos. Saber que si mañana se acaba el deporte, no importa, Lorys, los niños, su familia, los míos van a estar para mí. En una fecha tan linda como el 14 de febrero, si le fuera a dar alguna clave es solo amor, ese que no nos ha faltado, y hoy, pese a todo, nos tiene peleando por esos dos niños, que son nuestras mejores medallas”.
A Lorys y Hugo le une algo más fuerte que el tiro con arco: ambos han decidido que el amor que se profesan les acompañe en la abundancia y también en la escasez. Sea abrigo y protección, consuelo y ternura, paz y fuego eterno para mantener esa llama que los ilumina siempre encendida, irradiando por encima de vientos huracanados, porque más que dardos a una diana, se lanzaron desde el arco recurvo, dos flechazos al corazón.