La madrugada del 27 de septiembre de 2022 quedará en la memoria de los pinareños como uno de los días más desesperantes y tristes de sus vidas: por casi siete horas vivieron la zozobra de lo que pudiera dejar uno de los huracanes más poderosos que atravesara la provincia.
Con el “inocente” nombre de Ian fue capaz de derribar casas, árboles, tendidos eléctricos y telefónicos; pero, sobre todo… sueños. A su paso se percibió desolación, desesperanza y lágrimas… muchas lágrimas.
Que suerte que los pinareños tenemos esa fuerza inimaginable que nos hace acompañarnos en el dolor, que nos da capacidad de organizarnos para reconstruirnos desde los cimientos y para subirnos al bote salvavidas que nos lleva a tierra firme donde nos espera el trabajo, mucho trabajo.
Y así fue, porque siempre tenemos claro que del optimismo y la fuerza que le pongamos a cada una de las cosas con las que soñamos, es lo que permite hacerlas realidad. Fue entonces que aparecieron las manos solidarias de otros sitios para, juntas a las de los que habitamos la parte más occidental de la Isla, levantar paredes y techos para que los niños fueran a la escuela, improvisar hogares provisionales o sólidos para quienes perdieron el suyo, e ir sustituyendo las redes que dan la luz y llevan el sonido a través de los teléfonos.
Se sigue trabajando para recuperar todo lo que queda (que es mucho, lo sabemos), pero justamente en estos momentos es cuando mayor debe ser nuestra esperanza, porque estamos vivos y ningún huracán podrá quitarnos el mayor tesoro: nuestros sueños.
Tarde o temprano las nubes grises se irán; será entonces cuando Ian solo sea un mal recuerdo, cuando cubiertas más confortables reluzcan en la ciudad y en los pueblos, cuando todo sea más bonito… cuando vuelva la sonrisa de “lado a lado”.
Confío en mi Pinar, en su gente, en esa gente que hoy (luego de un año) aún está turbada, pero que no pierde el ímpetu, porque está segura que no existen atajos para llegar a los lugares que vale la pena; porque está segura que a veces después de un duro golpe, solo nos queda el consuelo de pensar que la vida tiene un plan secreto, aunque nosotros no podamos entenderlo.
Cuando todo pase, y llegue el sosiego y los colores del arcoíris, no hay dudas que recordaremos esos momentos desgarradores que nos harán saltar una que otra lágrima, pero también nos aferraremos a las cosas buenas, a aquellas remembranzas que nos marcarán para siempre.