– Buenos días “amigues”. ¿Qué van a ordenar hoy?, preguntó la muchacha encargada del salón de aquel establecimiento gastronómico con una amplia sonrisa, al tiempo que sostenía la carta.
– “¡¿Amigues?!”, respondió igualmente su interlocutor con una sonrisa, esta vez a modo de burla.
– Es que somos un establecimiento inclusivo, y nos sentimos muy orgullosos por ello, replicó la muchacha.
– ¡Pues qué bien! A nosotros nos viene de maravilla, pues en un momento nos acompañará nuestro amigo que es ciego y nos encantaría que le mostraras la carta en sistema braille.
Atónita, un tanto nerviosa y casi sin saber cómo reaccionar, la encargada respondió que no existía el menú en ese formato.
– Suele suceder, ultimó el comensal.
Tal escena fue protagonizada por un amigo en un establecimiento no estatal de la capital cubana, donde, según sus gestores y empleados, la inclusión estaba implícita.
Lastimosamente, sus conceptos no iban mucho más allá de aberraciones y supuestos “neologismos” del lenguaje.
Y quisiera aprovechar la oportunidad, ya que tras la aprobación del nuevo Código de las Familias, muchos lugares, establecimientos y demás, ahora se etiquetan como inclusivos solo porque está de moda y puede ser una oportunidad para atraer a más personas a un determinado negocio.
Comencemos por algo sencillo: recordemos que la Real Academia Española (RAE) considera que el uso de la letra E en el supuesto lenguaje inclusivo es innecesario y ajeno en la morfología del español, pues de por sí, nuestro idioma ya contiene una variante para la inclusión (el masculino gramatical).
Digámoslo con firmeza y sin tapujos, “chiques”, “todes” o “amigues” no es otra cosa que un idiotismo lexical.
Ahora bien, vayamos a lo más importante. Si de verdad se quiere ser inclusivo en este tipo de establecimientos –y solo tomado de ejemplo por el escriba debido a la experiencia contada por terceros– se deben tener en cuenta a personas invidentes, sordas e hipoacúsicas, además de permitirle el acceso en términos de movilidad a aquellos que por condiciones genéticas o por azares de la vida circulan en sillones de ruedas.
Braille, lenguajes de señas, menús diferenciados para personas celíacas o con ciertas alergias, también cartas con pictogramas para los infantes con Asperger o autismo, y personal con aptitudes y atenciones especiales y verdaderamente especiales para ellos sería genial, lo ideal… me encantaría ver todo eso realizado en nuestra sociedad.
Repito, esta batalla no es solo contra las instituciones de Comercio o Gastronomía, sino con todos aquellos que de una forma u otra brindan servicios a terceros.
Esta tarea y nuevas prácticas en sí deberán todavía recorrer un camino largo y pedregoso. Pero toda gran marcha comienza con el primer paso.
Eliminemos las barreras arquitectónicas que todavía entorpecen, mejoremos las condiciones de iluminación o acústicas en cada lugar, tratemos a todos con respeto y celebremos que somos diferentes.
Para crear un mundo realmente inclusivo es necesario que todos nos unamos y aseguremos que todas las personas, con y sin discapacidad, tengan las mismas oportunidades de convertirse en miembros valorados de la sociedad.
Una sociedad inclusiva es aquella que considera que todas las personas tienen los mismos derechos simplemente por su condición de seres humanos, pues de obviar esto último, se socavan los cimientos básicos de la dignidad y se fomentan la desigualdad y la injusticia.
Ser inclusivos en estos tiempos es, más que una necesidad, un deber de todos.