Concertar una entrevista con Iran Capote Fuente puede ser un verdadero dolor de cabeza. A su intenso ajetreo profesional se suma por estos días el inminente estreno de Este tren se llama deseo, proyecto creativo que en 2020 se alzara con la beca El reino de este mundo que otorga la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Tras una prolongada espera, el dramaturgo y director artístico de Teatro Rumbo anuncia las primeras presentaciones de la obra los días 24, 25 y 26 de agosto, siempre a las 9:00 p.m. en la sala La Edad de Oro de la capital pinareña. Con él sostengo este diálogo. Respuestas que, sin dudas, arrojan luz sobre las claves y certezas de este nuevo suceso teatral.
Tras el éxito de Medea pre-fabricada vuelves a la rescritura de una obra notable de la dramaturgia mundial, en esta ocasión, Un tranvía llamado deseo. Más allá de la obviedad de la pregunta, ¿qué te alentó a iniciar una investigación a partir del título de Tennessee Williams?
“Las obras clásicas son escuelas. Hay que volver sobre esas escrituras más que probadas una y otra vez. El ejercicio del teatro conlleva ese proceso interminable del aprendizaje. Al final, creo que el teatro contemporáneo se escribe desde esa reformulación de los moldes de las obras maestras. Y Tennessee es un autor que me seduce. Blanche pienso que me resume en esencia. Hacía años que la idea de levantar una estructura de discurso escrito-escénico se volvió un deseo. Ya tenía que quitarme ese bichito del cuerpo”.
Este tren llamado deseo consolida un proceso de búsquedas en el que se aprecian constantes creativas de tu escritura. El gusto por los antihéroes, la marcada perspectiva crítica y la descomposición de los resortes melodramáticos, elementos que ya estaban presentes en obras anteriores. ¿Por qué tu insistencia en estos planteamientos? ¿Crees que aquí alcanzan un resultado artístico de mayor coherencia y posibilidades de lectura?
“Hasta ahora no he podido divorciarme de esos contextos ni de ese carácter en cuanto al lenguaje de los personajes que son siempre en mis textos víctimas de dicho espacio. Cuido mucho de no volverlo un vicio estético, de no volverlo la ‘poética’ de mis creaciones. Pero, conozco más ambientes marginales que de otro tipo. Pienso el teatro para una masa de espectadores que no es la que tradicionalmente se pone un vestido fino o una camisa y va a la ópera o al ballet. El público cubano, por mayoría, proviene de sitios más agresivos. La realidad está siendo bastante agresiva. Y soy un autor que quiere hablar desde el presente inmediato, hacer girar la mirada hacia esos lugares menos favorecidos, hacia esas personas que están ahí, hacia el pueblo. Para eso, no puedo permitirme otro tipo de ejercicios. Con el tiempo creo que mis obras van ganando en precisión, en síntesis. En un discurso que habla ‘fuerte y claro’ y que me permite dialogar de manera más efectiva con ese espectador”.
Al igual que Nueva Orleans se convirtió en fuente de inspiración para que Williams la colocara en su argumento, en Este tren…, el poblado sanjuanero de El Paradero y su sentido básico de supervivencia es fundamental en la historia que propones. ¿Por qué la ubicas en este ámbito?
“La primera vez que leí a Blanche, cuando nos encontramos, vivía en el mismísimo corazón de ‘El Maika’, posiblemente uno de los barrios más complejos y más violentos de la ciudad de Pinar del Río, donde la gente vivía en casitas muy particulares y en condiciones bastante difíciles. Cuba está plagada de esos sitios. Gente que vive al borde, al día, gente que revende, que negocia, que arma broncas, gente que no duerme. El barrio está en los alrededores de la estación del tren. Mi amanecer diario era con el sonido de los arribos o salidas de los trenes. La casa se estremecía y todo. Es triste, pero es una realidad invasiva. Caí allí como un marciano, ninguna de mis costumbres tenía relación con aquello. Yo era Blanche. ‘El Paradero’ de Este tren se llama deseo es el paradero donde a veces, sin otro remedio, vamos a parar en la vida”.
Si algo ha caracterizado el montaje de Este tren…, ha sido su prolongado proceso de puesta en escena. ¿Qué estrategias empleaste como director para evitar que se paralizaran las motivaciones del equipo artístico?
“Investigar ha sido la salvación. Fue un proceso que se extendió por diferentes razones obvias. La pandemia fue la principal. Durante las pausas, nos poníamos a investigar más: personajes, discursos, puesta en escena… Rescribí mucho. Mucho. Y luego volvía a Tennessee. Y retomaba cosas que había dejado por el camino. Y así. Los procesos nunca se detienen si uno se enfoca en mantenerlos vivos”.
En la puesta se aprecia una evidente economía de recursos, lo que demanda una fuerza y un temperamento intenso por parte de los actores. En ese sentido, ¿de qué elementos te vales para lograr que los intérpretes alcancen esos niveles de densidad dramática?
“Esto fue de más a menos. Fuimos acumulando datos, elementos, informaciones, improvisaciones, descubrimientos de los actores, míos, de los asesores, objetos, escenografías, etcétera. Cuando tuvimos ‘el tren’ abarrotado (como decía jocosamente) fuimos dejando solo lo imprescindible. Y digo dejando a nivel visual, de puesta, de interpretación, porque todo ese material recaudado fue a parar al universo interno, invisible de la puesta, para dejar en el espectador lo imprescindible y que contenga todo lo demás como un combustible que circula y mueve desde el interior de la puesta. La síntesis en el teatro es un arma poderosa”.
¿En qué medida lo alcanzado durante el proceso creativo ha satisfecho tus expectativas?
“Soy un inconforme por naturaleza. Nunca estoy satisfecho con mis obras. Y mi razón tengo. Pero en Este tren se llama deseo, he descubierto cosas con las que sé que podré experimentar en próximas puestas en escena. Ya lo estamos haciendo en la Fedra que rescriben los chicos de Comenzó el drama, el taller de escritura teatral. Y eso me tiene motivado…”.
¿Qué puede esperar el espectador que asista a las funciones?
“Una historia. Una verdad de Blanche, mía, de todos. Y una manera distinta de contar historias en escena en esta ciudad”.