En uno de esos encuentros fortuitos que la vida nos pone delante, he hallado el reflejo de mi propia existencia de joven cubana, aderezado con un toque singular de fortaleza, liderazgo y amor por el trabajo.
Edelmis del Llano Toribio tiene 27 años de edad, como yo, y un aura de autoridad que hace que sus declaraciones sobre la labor en los campos cautiven de modo instantáneo al interlocutor.
Quizás cuando hace ya una década decidió dejar de estudiar y su mamá precisó que «quien no estudia, tiene que trabajar»; su ingenuidad de adolescente le impidió ver el tránsito exitoso que tendría su quehacer en la CPA Isidro Barredo, de la que su padre era presidente. El colectivo la acogió, no en una posición privilegiada, sino como una obrera más integrada a cada labor de campo que realizaba su brigada.
Inmadura, 17 años, entre hombres; imagino que la tarea de imponerse debió resultar épica para esta muchacha, campesina de espíritu que domó toda su rebeldía para canalizarla en un torrente constante de curiosidad por el conocimiento y compromiso con el trabajo. Sus compañeros, experimentados en las tareas agrícolas, terminaron por depositar en tan delicada muchacha la confianza y el respeto que la constancia inspiró en ellos.
La joven confiesa con seguridad que cumplía cabalmente con cada una de las actividades que se le asignaban y que incursionaba en las más difíciles para las mujeres, aunque hubo algunas que nunca realizó. «Yo he hecho de todo en la tierra, menos arar con bueyes y sacar yucas, eso se lo dejo a los hombres».
Desde hace unos cuatro años, Edelmis es la vicepresidenta de su cooperativa, título del que habla con el orgullo de la meta alcanzada y la satisfacción personal de quien se sabe útil, casi imprescindible para echar a andar el engranaje productivo que ubica a su CPA entre las mejores del municipio por los resultados en la siembra de tabaco y cultivos varios.
La madurez le llegó en el momento justo, para su vida y para la estructura que dirige; en la forma más inesperada posible para romper con aquella estampa de adolescente rebelde que abandonó la escuela.
La experiencia del campo suscitó en ella todo tipo de cuestionamientos a la sabiduría que viene de la práctica cotidiana y estas mismas inquietudes la llevaron indefectiblemente a la pasión por el conocimiento teórico y científico de los procesos agrícolas, que la universidad ofrece a quienes tienen sed de saber.
Hoy cursa el cuarto año de Ingeniería Agrónoma en la universidad de Pinar del Río, nunca mejor escogida la profesión; con el convencimiento de que puede educar a sus campesinos en nuevas prácticas para cuidar el medio ambiente y mejorar los suelos que explotan. Algunos la escuchan, otros ofrecen la resistencia normal que tenemos a los cambios. Al final, la van a seguir, porque su vocación y amor por la tierra los hace escuchar, más que las herramientas que la universidad le ha aportado.
Edelmis habla de agroecología, sonríe, dice estar segura de que sus trabajadores llegarán a implementar prácticas más eficientes como proponen los investigadores; afirma que aún no ha formado familia pero que lo hará una vez termine de estudiar.
La agricultura, que espanta a tantos, llevó a esta joven mujer al crecimiento personal y profesional: sorprende lo irónica que es la vida.