No hay enemigo que pueda matar las ideas de libertad ni el sentimiento más puro que un hijo siente por la Patria, y menos, cuando la opresión que reina lo obliga a encender la llama de la justicia. Por tal razón Isabel Rubio Díaz tomó el camino de muchas mujeres que entregaron lo mejor de sí para lograr la emancipación de Cuba del yugo que la oprimía.
No le importó la edad que tenía cuando decidió ir de campaña. Sus 59 años la dotaban de la fuerza moral y de la valentía necesaria para continuar la lucha iniciada desde su tierra natal en Paso Real de Guane, Pinar del Río, hasta el fin de sus días.
Dejó el calor del hogar, las comodidades que este le ofrecía, para enfrentarse a la humedad de los campos, a la espesura silvestre, a los despiadados enemigos, al horror de la guerra.
En la manigua se dedicó a labores de sanidad, pues ya en su tierra natal había organizado un hospital de sangre para salvar a los valientes mambises que peleaban por Cuba, y en los campos de batalla cuando se agotaron las medicinas curó con hierbas e hizo de su ropas las vendas sanitarias.
Isabel ya conocía la muerte de cerca: su madre falleció cuando ella era solo una niña de seis años, y tiempo después perdió a su primera hija, quien le dejó a su cargo los dos retoños.
Estos infortunios contribuyeron a templar su alma sublime, que ya había forjado al contactar con el movimiento independentista encabezado por José Martí.
Ella con su aporte ayudaba a la causa, salvaba la vida que el enemigo hería. Sus manos curaban, no mataban, pero quién haría entender al hostil usurpador que al sanador no se le disparaba, y menos a una mujer, quien podría ser su madre o hermana.
Pero el opositor era cruel, atacó el hospital de campaña lleno de niños y mujeres, y ella tan defensora de la vida salió al frente de la amenaza y fue baleada y herida en una pierna, obligada a andar hasta que la gangrena hizo su maleficio el 15 de febrero de 1898.
Así, Cuba perdía a La Capitana, cuyo grado fue dado por el Titán de Bronce como reconocimiento a su labor por la lucha independentista.
Ya han transcurrido 123 años de su muerte, pero reconocer su ejemplo, su valor, su entrega a la causa es dignificar a la heroína, al ejemplo que legó a las nuevas generaciones de cubanos, cuyas entregas hoy se materializan en la solidaridad en otros países desarrollando la labor que Isabelita glorificó: salvando vidas, y como fieles exponentes del pensamiento martiano de que Patria es humanidad.
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