En la vastedad del panorama literario cubano, pocos nombres evocan tanta identidad y arraigo como el de Jesús Orta Ruiz, conocido por todos como el Indio Naborí. Poeta, periodista y defensor incansable de la cultura campesina, Naborí supo hacer de la décima un arte mayor, un puente entre las tradiciones del campo cubano y la sensibilidad contemporánea. Su vida y su obra son testimonio de la riqueza de un pueblo que se canta a sí mismo a través de su historia, sus luchas y sus sueños.
Nació el 30 de septiembre de 1922 en una humilde familia campesina en Limonar, Matanzas y creció en un entorno donde las décimas se respiraban como parte de la cotidianidad. La tradición oral del repentismo y el arte de improvisar versos fueron su cuna literaria. Desde muy joven, mostró un talento extraordinario para transformar las vivencias del campo en poesía que no solo emocionaba, sino que también conectaba profundamente con el sentir popular.
El pseudónimo de Indio Naborí, que adoptó en 1939, reflejaba no solo su admiración por las raíces indígenas de la nación, sino también su compromiso con las causas de los más humildes. Con un lenguaje claro, pero cargado de imágenes poéticas, logró que la décima trascendiera las fronteras del guateque campesino para ocupar un lugar destacado en la literatura cubana.
Además de poeta, Orta Ruiz fue un periodista prolífico, con una aguda capacidad para captar la esencia de los acontecimientos y transmitirla con honestidad y sensibilidad. Desde las páginas de revistas y periódicos, se convirtió en una voz que reflejaba los desafíos y las esperanzas de su tiempo. Es imposible separar su obra de su compromiso social: Naborí no solo escribía sobre Cuba, sino para Cuba, con una pluma que siempre buscaba unir y enaltecer a su pueblo.
La Revolución de 1959 marcó un nuevo capítulo en su vida. Desde entonces, dedicó su arte y su palabra a exaltar los ideales revolucionarios, a narrar las transformaciones del país y a rendir homenaje a las figuras históricas que construyeron la nación. Su poesía se convirtió en una crónica épica de los cambios sociales, pero sin perder nunca el lirismo que lo caracterizaba.
Su labor fue reconocida en múltiples ocasiones, siendo el Premio Nacional de Literatura en 1995 uno de los galardones más importantes de su carrera. Pero quizás su mayor reconocimiento fue el cariño y el respeto de un pueblo que veía en él no solo a un poeta, sino a un cronista de su alma, un hombre que supo elevar las raíces culturales al nivel más alto de la creación artística.
Más allá de su obra escrita, el Indio Naborí fue un puente entre generaciones. Enseñó a los más jóvenes a valorar la décima como un arte vivo, como una herramienta para expresar lo cotidiano y lo extraordinario. Su legado sigue vivo en cada guateque, en cada verso improvisado, en cada corazón que late al ritmo de la cultura campesina cubana.
Falleció el 30 de diciembre de 2005, pero su voz sigue resonando en la memoria de la nación. En cada décima que exalta la belleza del campo, en cada verso que denuncia una injusticia, en cada palabra que celebra la identidad cubana.
Fue, y sigue siendo, un poeta del pueblo, para el pueblo y desde el pueblo. Su vida y su obra son un recordatorio de que la poesía no necesita grandes escenarios ni palabras grandilocuentes para ser grande: solo necesita un corazón sincero y una voz que no tema cantar lo que siente.