No es un secreto para nadie que la tendencia de hoy día es a la elevación constante de los precios de artículos, productos, bienes o servicios, siempre “amparados” bajo la ley de oferta y demanda, o el precio de una moneda que usamos y ni siquiera es nuestra.
A ello súmese que hay quienes, con un descaro innato, intentan, de forma desmedida y distorsionada, exprimir los bolsillos del pueblo, con el único objetivo de llenar sus arcas personales.
Sí, hablo de esos que no ponen las tablillas informativas de precios relativos a lo que expenden en el mostrador; de los carretilleros que andan deambulando con mercancías que varían durante el día –ojo, solo varían para arriba– ; y por qué no, también de los transportistas, que sin pelos en la lengua te sueltan un disparate financiero en cuanto abordas el vehículo.
En efecto, hablo de esos individuos que aparte de encarecer sus mercancías a son de papel moneda extranjera, inflan mucho más los precios, al punto de sobrepasar la ilegalidad.
Con estos tiros, está más que demostrado que la cuenta no da. Por mucho que nos apretemos el bolsillo, no da. Y lo triste del asunto es que en nuestro desespero en pos de garantizar las necesidades mínimas, digamos que el típico escapar del día a día, hacemos malabares financieros, solicitamos plazos de pago, acudimos al fío, pedimos prestado al vecino. En fin, que contabilizar y facturar tanto con tan poco es una tarea herculina.
Tampoco negaremos que mientras decidimos qué producto o necesidad dejaremos fuera este mes, pensamos en aquellos que, como los jubilados, ni siquiera sueñan con poder adquirir al menos un paquete de pollo.
La situación se ha puesto dura, meditamos mientras sin vacilar pagamos un precio por encima de lo habitual, solo porque su vendedor así lo concibe. Y al concluir la transacción, cuestionamos entonces la calidad del trabajo gubernamental para garantizar el enfrentamiento a este tipo de situaciones.
Pensamos, además, en el cuerpo de inspectores que no hacen su trabajo, pues como nosotros, otros tantos “mueren a cada instante en el mismo matadero”, y pocos hacen nada por revertir y sancionar los precios ilegales.
Y no es por justificarlos, –a los inspectores– si hablamos a camisa quitada, a veces se hacen los de la vista gorda, no aplican los decretos establecidos y también “luchan” lo suyo.
Pero si lo pensamos, ni siquiera un ejército incorruptible de inspectores pudiera solucionar este asunto de tajo, pues quienes transgreden se esconden, conocen las rutinas y recorridos, se avisan unos a otros, no abren, o ese día específico operan bajo la ley.
Lo verdaderamente jodido del asunto en sí, es que nosotros preferimos pagar y callar. Escogemos encajarnos el puñal antes que denunciar. Resolvemos culpar a terceros antes que enfrentar el fenómeno y escalar en conflictos.
“Ese no es mi trabajo”, dirían algunos. Y es cierto, pero cuando la economía hogareña se tambalea por dichos males que podemos combatir, sí recae en nuestra competencia hacerle frente a la barbarie.
No hay mejor tarea de control y calidad que la que hacemos de forma diaria al salir a comprar para los nuestros. No hay mejor inspector que uno mismo, y en eso tiene muchísima razón un amigo.
“¿Sabes por qué la gente pone esos precios exorbitantes?”, me comentó en días recientes. “Porque siempre hay tantos otros que los pagan. Si la gente no pagara y cuestionara de forma firme ‘los gustos’ de los vendedores, pues no les quedaría más remedio que bajar esos precios”.
Y es cierto, su lógica es irrebatible. Mientras haya quienes se conformen con el hecho de poder alcanzar un producto, independientemente de su precio, existirá el problema.
Cada persona es un mundo, y no es intención criticar a los de bolsillos llenos, pero pensemos en que si adoptamos una posición crítica, el combate contra la especulación y el alza irregular de los precios será más corto, resultando al final en beneficio para todos.
No tengamos miedo al enfrentamiento o cuestionamiento decidido, ya que quienes intentan “pasarnos el gato” no tienen contemplaciones. Entonces… ¿por qué deberíamos tenerla nosotros, los del lado de afuera de la balanza?
Seamos fustigadores, no solo ante lo mal hecho sino contra todo lo que atente contra nuestro presente y futuro al interior del hogar, bolsillo adentro.
Ser juez y parte es todavía una asignatura pendiente para el cubano de a pie, una materia que a corto plazo deberemos vencer, si no queremos sucumbir ante un fenómeno que parece no tener fin ni coto. Juegue a inspeccionar, juegue sin miedo y sume a sus amistades. Le aseguro que tendrá beneficios de varios tipos. No lo dude querido lector.