El pueblo que vi en la calle no tiene parangón con nada. El pueblo que vi en el desfile no está exento de muchas necesidades, pero tiene un alma buena y sabe cuánto puede construirse desde la unidad.
La gente que hoy gritaba, sonreía, bailaba, pronunciaba consignas y ondeaba banderas, es de una estirpe resistente. No dudo que algunos fueran solo por cumplir, eso siempre está. Pero estos rostros, esas sonrisas, esa conga, ese baile, delatan una esencia que es muy clara, felicidad y compromiso.
Los cientos de pinareños que marcharon por la patria no solo exigieron hacerlo con las manos y el corazón, también utilizando el cerebro para hacer creativa y útil la obra.
Los colores que pintaron las casi dos horas de desfile, eran los de la diversidad de un país que aspira a más pluralidad, es el color de un estado donde juntos, actores económicos estatales y no, compartían el mismo compromiso con la economía. Hacerla eficiente y próspera para que exista otra motivación real, y se sienta menos dura la vida.
Pero marchó, caminó, anduvo con la esperanza puesta en la mejoría, la decencia como paradigma y la cultura como escudo para salvarnos.
¿Cómo es posible? Preguntarán algunos. Ese es el enigma de esta isla. Saber reinventarse. Logar que ese respaldo ahora se vea en mejores condiciones de trabajo, más atención al obrero, más diálogo y menos imposición.
El pueblo que hoy desfiló marca una idea como bandera «La patria siempre estará hecha de los mejores hijos» «La unidad seguirá siendo la fuerza máxima que hoy nos sostiene y guía».