Como periodista, entré a Guerrillero 3 meses antes de llegar la Covid-19. Como ser, entré desde que nací. Probablemente la guerrilla de la calle Colón haya sido mi primer paseo y su gente los primeros rostros que vi fuera de mi familia. En esos pasillos di mis más sobresalientes perretas, corrí, recitaba con un año, según me cuentan, las estrofas íntegras de «La niña de Guatemala»; detrás de esas puertas rogaba a mi madre los permisos para salir con los amigos o recibía sus regaños más duros cuando le daban quejas de mis maldades en la escuela.
Con los guerrilleros de aquella época formé mi conciencia política, hablé de los novios juveniles, de logros docentes, las carreras que había pedido en la boleta de ingreso a la Universidad. Todo.
Los lentes de Guerrillero tomaron las memorias de mis cumpleaños, la banda rítmica, los 15, la boda.
La Universidad de La Habana y la elección por la psicología me separaron del lugar hasta regresar, casi 20 años después y por empuje de la causalidad, a escribir en sus páginas, con la impronta de un nuevo tiempo y el horizonte en el pueblo, su resistencia y esperanza.
No es este el periódico de mi infancia. Ahora sale una vez por semana, a color, en soporte digital e impreso, hay que mantenerlo vivo en las redes sociales, ya no tenemos imprenta en los bajos, ni cuarto oscuro para revelar las fotos. Las tensiones sociales se profundizan y la prensa, además de informar, adopta la función de sensibilizar, polemizar y educar la participación de la ciudadanía.
En cuanto a contenidos, COVID-19 con bloqueo, en sus ensañamientos más crueles, demandan creatividad y análisis, que van más allá de cifras o el frío reporte de un evento.
Limitaciones de recursos, riesgos exigencias técnicas, diversidad de códigos para plataformas virtuales son los requerimientos que me encuentro al regresar. Nada de fiestas, abrazos, ni fotos sin nasobucos y, aún así, en este tiempo de distancias y cuidados, la guerrilla vive y crea, critica y redime, escudriña para darle riendas a la creatividad de reporteros y fotógrafos.
A ello súmese, que hacen el café más puntual de la ciudad y brindan el helado más polémico, y que sus choferes tienen herramientas terapéuticas para que cada viaje se sienta con la frescura de un paseo.
En este Guerrillero, como en aquel, hablan a la vez y los temas trabajo, familia y país es sentido común de las charlas de todos con todos.
Por ello y más se siente la pulsión de celebrar los 52 años, la alegría de estar juntos.