Trabajar la tierra no siempre es tarea fácil, máxime cuando no se tienen las habilidades para ello, o el terreno resulta hostil y huraño para la siembra que se desea.
Sin embargo, si el tesón, la alegría y el deseo pertinente de una meta a lograr se unen en un sueño, no hay imposibles para que un hombre haga parir la tierra y esta lo premie por su paciencia y amor hacia ella.
Tal es el caso de Jorisbel Baños Hernández, un joven consolareño, que hace algunos años apostó a las labores agrícolas junto a su familia, y hoy se llena de dicha al presumir sus resultados y experiencias.

SI EL HOMBRE SIRVE… LA TIERRA SIRVE
Los inicios siempre son complicados y difíciles, comenta Jorisbel, pero sucede que el primer paso siempre es necesario, sonríe al tiempo que comenta que la elaboración de abonos orgánicos, así como la preparación y el manejo de los suelos fueron sumamente importantes para este proyecto.
“Este era un terreno muy pedregoso, nada se daba en este patio, pero poco a poco comenzamos a estudiar, a trabajar, y a experimentar y hoy ya tenemos mucho más de lo que un día pensáramos que seríamos capaces de producir”.
Este proyecto familiar, que tiene por nombre “La alegría de vivir”, se sostiene un terreno que no rebasa los 300 metros cuadrados de extensión, pero donde no existe un palmo de tierra que no esté sembrada o preparada para tal labor. El deseo de mantener alguna producción en cada pedacito, es lo que hace que esta tierra sea hoy fértil.
“Nuestra meta, desde que comenzamos, siempre ha sido la de garantizar la producción de alimentos y realizar estudios lo más completos posibles de las plantas. Analizar sus comportamientos, observar su crecimiento y desarrollo, así como ver en qué condiciones da mayores frutos”.
“Así hemos llegado a tener hoy acá más de 30 variedades de cultivos. Entre ellas podemos mencionar frutas, viandas, hortalizas, y cítricos. Además, estamos también experimentando con otras plantas exóticas que no se adaptan bien a nuestro clima debido a las condiciones tropicales del mismo”, comenta Jorisbel.
Para esta familia, que nada tiene que ver con el campo ni sus misterios, lograr producir dichos frutos exóticos más que una meta es un sueño que sí puede hacerse realidad, y que de hecho, ya la es.
“Entre los experimentos que estamos haciendo en este sentido, pueden mencionarse el árbol de la manzana que ha sido muy difícil de lograr debido a la poca adaptabilidad de la misma debido al clima. Pero también tenemos ya la uva caleta, la mora, el limón persa, el limón criollo y la mandarina”, comenta orgulloso.
Sin embargo, en dichas tierras también hay espacio para plantas curativas, pues también han apostado por la medicina natural y tradicional en un pequeño jardín que responde a tales fines.
En él se pueden encontrar más de 20 variedades de plantas que sirven y ayudan al alivio de un sin número de dolencias. Estas, aseguran los gestores del patio, han sido gracias a la colaboración de los miembros de la comunidad, vecinos que a su vez también se benefician del mencionado jardín.
“La mayor de todas las iniciativas siempre será el deseo de hacer. El cómo aprovechar un pequeño espacio de tierra en la producción de alimentos que tanta falta nos hacen hoy. Y lo más importante, lograr que cada cosecha nos beneficie a todos, a la familia, a los amigos, a los vecinos, a la comunidad”.
Según este joven que ha devenido campesino, la fórmula para alcanzar la soberanía alimentaria que tanto se precisa en el país, se encuentra en el amor, el estudio constante, en la responsabilidad y conciencia de lo que se hace, y en el sentido de pertenencia.
“Cultivar nuestra tierra nos ha ayudado a mejorar nuestra economía, a unirnos como familia, a consolidar esa condición de que si el hombre sirve, la tierra sirve”.