Mirar el río hecho de tiempo y agua en la niebla de estos días, nos ha entusiasmado por el mágico laberinto de la creación. Las artes plásticas nos abren las puertas para entrar realmente en el tiempo.
Al parecer comienza a romperse la espiral del silencio. Las polisémicas apariciones de exposiciones de artes visuales reaparecen en el nuevo escenario pinareño, se inicia una relación espontánea entre curador, eventos y espectadores, manteniendo el carácter movilizador de años anteriores.
No sé si es necesario entretenerse demasiado en aclarar que la figura del curador de exposiciones –o, incluso, más genéricamente, el lenguaje específico de las exposiciones, de la exhibición– es tan fascinante como difícil, y paradójico como el propio arte. Claro, que su objetivo y sus nuevas funciones tienen una relevancia especial.
El crítico hace de artista. Y puede cometer excesos. Pero el artista también hace de crítico, cuando opina, por texto propio o en declaraciones o cuando recrimina el papel de los curadores o cuando controla algunos circuitos de exhibición. Hoy se comenta en Pinar del Río, habló, no sé si con razón, de exclusiones y de las instituciones como la mente pensante que dirigen buena parte de la política artística de Vueltabajo desde la sombra, imponiendo criterios, exigiendo ausencias…
Y no todos los artistas o gestores, por el mero hecho de serlo, están vacunados contra el error, sobre todo si trasladan su cometido a territorios que, en ocasiones, no les competen.
Parece absurdo buscar confrontación donde puede haber reparto de funciones, y no de individuos. El curador adopta un rol cercano a la creación; el creador, si tiene un discurso propio, lo debe vehicular. Pero lo que el artista no puede pretender es que el crítico, el comisario de exposiciones, se someta al dictado del artista, del discurso del artista y se limite a divulgarlo sin más.
Primero, y fundamental, porque es imprudente y fanático pretender que un campo de la humanidad, el arte, solo pueda ser desarrollado por los artistas. Segundo, y no menos relevante, porque tampoco los artistas se ponen de acuerdo.
Como en el campo de la crítica, como en el de la política o en el de la religión, hay opiniones distintas y opuestas. El curador puede ser cómplice de los artistas, y en la mayoría de las ocasiones lo es, pero ya he mencionado antes que un curador no tiene por qué practicar el “buenísimo”.
La Bienal es el evento más importante de las Artes Visuales en Cuba. Por estos días se realiza un grupo de acciones y muestras visuales en la provincia. Ser sede ha resultado un privilegio para la inclusión en el amplio programa, aunque en lo adelante debemos revisarlo, reconstruirlo y modificarlo según las circunstancias y posibilidades de socialización de la vanguardia artística que legitima estos procesos.
Analizando una de las improvisaciones urbanas dentro del clima efervescente de la Bienal pinareña, nos detendremos en la expo Vitral de Vueltabajo, expuesta en el local de la maqueta de la ciudad, convocada por la Filial de Artes Plásticas de la Uneac, muestra una simple acumulación de obras, unas al lado de las otras, sin ningún hilo teórico o crítico que las aglutine y, en consecuencia, otorgando argumentos sólidos a los censores de los curadores. Es decir, más que un bosque constituido por el conjunto de piezas seleccionadas, con una estructura dinámica, como si se tratara de un ecosistema propio y complejo, se convierten en una colección de árboles, dispuestos uno tras de otro, como un jardín artificial, sin ningún dinamismo ni organicidad.
La presencia de figuras importantes dentro de la creación visual internacional nos obliga a meditar, sobre lo que acaba siendo una ristra de piezas más o menos bien colocadas en una sala, pero no se ensamblan, no se rigen por un discurso intelectual, no pretenden configurarse todas ellas como una unidad orgánica, podríamos decir que estamos ante un proyecto fracasado.
Los procesos curatoriales deben proponer lecturas que vayan más allá de lo que cada una de las piezas u objetos que la componen puedan significar por sí mismos. La acumulación por la acumulación, el apelotonamiento (el hacinamiento) de obras de arte no implica de ninguna de las maneras una propuesta artística o estética.
El curador debe tener un discurso en lo teórico y ese discurso debe mostrarse también, en los aspectos morfológicos, de ordenación de las piezas. Ese discurso global es lo que, al fin y al cabo, sitúa las diferencias entre una exposición moderna y la colocación de las piezas en un espacio con el noble propósito de ambientación para visitantes…
FARMACIA UNA CONCEPCIÓN, UNA ESCUELA
Como ejercicio pedagógico y en el centro del circuito visual pinareño nos encontramos con la exposición titulada Volver a la tierra, del artista Juan Carlos Rodríguez, concebida con cierto predicamento social; quizás porque las obras que la componen, las piezas en su individualidad tienen tanta capacidad de comunicación estética, tal fuerza en sus convicciones creativas o receptivas, que eso hace pasar desapercibida la falta de propuesta global del restos de las presentadas en otros espacios; tal vez porque, insertos en la era del arte como espectáculo, la sala expositora como parque temático, algunas propuestas ubicadas en el Museo de Ciencias Naturales y la galería Tele-Pinar son vendidas con unos anzuelos mediáticos que traspasan la presunta sagacidad de la crítica.
El corolario de todo lo apuntado en esta ceremonia de arte contemporáneo es evidente: la práctica curatorial debe convertirse en una propuesta teórica, en un proyecto historiográfico, en un modelo analítico y no dejarlo a la espontaneidad. Al fin y al cabo, la exposición no deja de ser un acto performativo, que necesita del espectador.
De otra manera hoy las rutas visuales e intelectuales locales adquieren sentido en la consumición y en la consumación presencial de ellas mismas. Siempre se dice que el catálogo impreso es lo que queda de una exposición, pero esos catálogos no son más que rastros o residuos de aquellas rutas. Los suplementos que se presentan en nuestras exposiciones son las prótesis que no permiten documentar la historia del arte”, no existen más que como un trazo, como un documento que habrá que interpretar.
Debemos lograr un formato de instituciones culturales que responda a “saberes útiles” a formas de aprendizaje colectivos, cada vez más relevante en las políticas institucionales y sus pedagogías, no solo para llegar a ese “nuevo público activo”, sino para su propia definición o, más bien, para construirse como institucionalidad crítica.