La capacidad de compartir

Yolanda Molina Perez

Yolanda Molina Perez

No llevan el peinado de siempre, perdieron la simetría y la corona, sus melenas de un verde intenso, cuando no cayeron, quedaron volcadas hacia un solo lado, el último hacia el que las inclinaron las ráfagas de vientos; la mayoría siguen erguidas, aunque maltrechas.

Las palmas reales no son las únicas que perdieron su habitual compostura, hay troncos y ramas de ceibas desarropadas, habitaciones expuestas, interioridades del hogar a ojos vistas a ambos lados de la carretera escurriendo humedades, y sus dueños, al menos recuperaron algo; hubo quien no encontró qué secar ni ha podido levantar los escombros de lo que antes fue su hogar.

Cambió el horizonte, ahora nos muestra imágenes que antes se escondían tras el follaje, es como si en Pinar del Río se hubiese enraizado una desnudez impúdica que nos agrede; no hay nada que cubra eso que solemos esconder, lo feo.

Otras veces hemos visto cómo la fuerza de un huracán arranca el verdor del que nos vanagloriamos y este resurge con esplendor a los pocos meses.

Los troncos y las ramas se cobijan de forma natural, pero hay otras vestimentas que tienen que ser hechas por el hombre, y tenemos premura…

Hoy todo hace falta, desde agua, electricidad, telefonía, una sábana hasta una cuchara, la cama para dormir, el techo bajo el cual ponerla y el alimento para llevar a la boca; lo saben de un extremo a otro de la isla, y vienen con ayuda.

Lo hacen hombres curtidos en el trabajo duro que escalan postes para acercarnos a la luz o a la voz de seres queridos; los que recogen basura con sus camiones y alzadoras; también los que viajaron, cientos de kilómetros, para asistir a una feria agropecuaria.

No son los únicos, como nunca antes hasta Pinar del Río llega la ayuda desde organismos nacionales o entidades homólogas que traen socorro para sus colegas; los nuevos actores económicos y la sociedad, que, a través de logias, proyectos y cuantas formas válidas encuentran para articularse intentan llegar hasta esos puntos de la geografía occidental, donde la palabra pérdida, ha alcanzado otra dimensión.

Emociona saber que en tiempos tan duros prevalece la capacidad de compartir, y que se unen voluntades para resarcir. Aún en medio del dolor, los cuerpos donde la angustia echó raíces, reconocen en esas entregas y bienes que reciben un valor que no se contabiliza matemáticamente, pero se agradece más que el propio hecho de cubrir penurias, y es que en esas manos va amor.

Lamentablemente, por más que queramos poner un viso optimista al futuro, la realidad lleva al escepticismo; había casi 6 000 familias esperando por una vivienda, a esa cifra se sumarán otros miles, ¿cuántos niños seguirán naciendo en facilidades temporales y conquistando la adultez con el mismo sueño de la infancia, vivir en una casa confortable?

Ian solo agravó un problema que ya existía, el deterioro del fondo habitacional en Pinar del Río, hay verdades de Perogrullo muy conocidas: somos la provincia que recibe con mayor frecuencia el impacto de huracanes, el cambio climático también se manifiesta en la intensidad de estos fenómenos devastadores y de otros como periodos de intensas lluvias que alternan con sequías; estar preparados es mucho más que el conocimiento de lo que sucede, es tener los medios para enfrentar esas adversidades.

Urge cubrir la desnudez de Pinar del Río y que sea con prendas resistentes al viento, la lluvia, el sol y el tiempo; que propicien seguridad. Y es harto evidente que la estrategia con que se venía trabajando la recuperación de la vivienda no rindió sus frutos, quien lo dude solo debe preguntarle a cualquiera de los que por segunda o tercera vez engrosarán la lista de espera por una solución.

Algo que se prolonga por 20 años, no es temporal; replantearnos qué hacer, es impostergable; máxime en tiempos de crisis económica, porque cada cierto tiempo se repetirá este escenario y a la larga el costo será mayor.

Pinar está herida, la posibilidad de sanar no solo depende de un deseo irrefrenable de hacerlo, hace falta más que eso, y aunque sean entendibles las razones limitantes, no hay raciocinio que supla carencias como tener una vivienda.

Nacemos desnudos, pero en ese mismo instante nos arropan y ha de ser esa la forma de andar por la vida.

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