Han transcurrido 185 años desde que naciera en estas tierras, precisamente en Paso Real de Guane, nuestra siempre admirada Isabel Rubio, la Capitana de Occidente. Procedía de familia adinerada, pero con los pies en la tierra y las puertas de casa abiertas para los más necesitados.
Hija de un médico nombrado Enrique Rubio y de Prudencia Díaz, quien falleciera siendo Isabel muy niña. A pesar de esa novedad no le faltó el cariño y el amor familiar. Recibió estudios en La Habana adquiriendo una cultura general que fue base en la conciencia política y patriótica que con fervor transmitiría años después a quienes la rodearon en sus aspiraciones de ver a Cuba libre.
Madre de cuatro hijos y abuela amorosa, se afanó en socializar los valores de nuestros mambises e inculcar a sus hijos las mejores expresiones de valentía y desinterés de patriotas como Céspedes.
Realizó varios viajes a los Estados Unidos, y aunque muchos se empeñan en asegurar que se codeó con José Martí no existen pruebas que lo corroboren, pero sí es cierto que tuvo a su cargo la organización del Partido Revolucionario Cubano en Pinar del Río y Guane, además de dar a conocer y hacer circular el periódico Patria.
Durante toda la etapa previa a la guerra del ‘95 realizó labores de inteligencia y concienciación patriótica, encendió aún más la llama revolucionaria en occidente.
En su morada recibió el 20 de enero de 1896 a Antonio Maceo, ese día quedó fijado para los presentes que ella partiría a la manigua redentora: “Necesito practicar lo que propagué”, cuenta que sentenció ante el reclamo de quienes allí presentes la conminaban a partir al exilio.
Y los campos pinareños la recibieron el 21 de febrero. Armada hasta los dientes de cuanto recurso -entiéndase medicinas y otros avituallamientos- pueden serle útiles en la manigua, se abre paso y logra evadir a las tropas españolas que la buscarán intensamente a lo largo de los meses.
En un año y nueve meses recorre parte importante de la geografía occidental; cruza la Calzada de La Coloma, se adentra en Punta de Palma y otras localidades donde carga con heridos, enfermos; cura con amor y paciencia a los desvalidos; aplica la medicina natural y reparte con minuciosa precisión cada bocado de comida que no deja de escasear en el hospital de campaña.
Isabel Rubio tiene conciencia de cuán importante es su labor. A ella se entrega en cuerpo y alma, a pesar de sus 60 años. No repara en atenciones y es dulce con todos. El rigor de la guerra y las carencias de condiciones no la amilanan. Sin saberlo está nuestra Capitana dejando una huella en las mujeres que le sobreviven a su captura por las huestes españolas.
Cuando las féminas miramos en retrospectiva y revisamos lo que pudiera ser el catálogo femenino cubano de las guerras de independencia, hay que detenerse en Isabel Rubio, esa mujer de clase acomodada que no reparó en dejarlo todo para anteponer los intereses de la Patria a los personales. Paradigma preclaro de todo lo que podemos hacer e inspiración para quienes no cesamos en el empeño de demostrar la valía femenina en tiempos convulsos. Isabel nos ilumina.