La vacuna para el COVID-19 es tan mediática como el propio virus. Casi 20 años después de los primeros intentos de hacer una vacuna, tras el surgimiento de la primera epidemia de este tipo en la provincia de Cantón, en 2002, las farmacéuticas compiten por ganar el mercado mundial de un medicamento por el que claman todas las naciones.
Rusia, con su amplia experiencia en la invención y creación de vacunas, salió al ruedo con Sputnik V, que está en etapa de experimentación y ya ha sido anunciado que podría ser donada al mundo.
Para Rusia, crear su propia vacuna es una defensa contra las imposiciones del mercado, pues no tendrán que comprar cientos de millones de dosis para asistir a su población. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud sigue sin consolidar un protocolo preciso para la atención de la enfermedad y menos sin definir cuál será su vacuna elegida.
Las transnacionales farmacéuticas invierten actualmente cifras multimillonarias y grandes esfuerzos científicos para ganar la carrera por el control del mundo pospandemia e imponer las cualidades a lo que se augura como nueva normalidad.
Intereses del mercado
A juicio de la farmacéutica, investigadora y docente universitaria Yaritza Castillo, la palabra competencia siempre ha sido una constante dentro de la industria farmacológica, porque dentro de la óptica corporativa se piensa más en el mercado que en el ser humano que sufre la enfermedad.
«Esto es una industria que recicla el paciente, lo vuelve a colocar en el centro para darle y crearle problemas adicionales. La competencia por crear un mismo producto, en este caso, debe ser tan grande como el deseo que tenemos todos de salir airosos de esto, de una manera inocua. (…) es un gran negocio entre naciones y el sector privado, bien poderoso por demás, para buscar la fórmula, unos con más o menos necesidad y con más o menos honestidad», apunta Castillo.
A juicio de la especialista, en esta pugna de intereses la institución llamada a velar por el interés supremo del ser humano es precisamente la Organización Mundial de la Salud, la cual ha sido severamente atacada por gobiernos como el estadounidense.
Según Castillo, la idea es que la OMS cumpla su rol más allá de las presiones corporativas «porque los estándares están escritos, son estándares que siempre han estado allí, estándares internacionales para la fabricación y desarrollo de un nuevo material, en este caso una vacuna». Además, la organización debe velar porque la mayor cantidad de personas puedan acceder a dicha vacuna.
«Ya vemos cómo es la discrepancia de la repartición de bienes para el mundo entero, no todo el mundo tiene acceso al agua, no todo el mundo tiene acceso a fármacos, no todo el mundo tiene acceso a productos biológicos llamados vacunas, entonces la distribución siempre queda comprometida y segmentada», alerta.
Más allá, del poder mediático que pueda tener una corporación sobre otra, o incluso sobre naciones enteras. Desde la experiencia de Castillo, solo el tiempo podrá juzgar la efectividad de una u otra propuesta.
«Hablando de un producto biológico, específicamente vacuna, la efectividad se mide en el tiempo. Primero se hacen estudios preclínicos, en una temporada predeterminada que se debe cumplir estrictamente, unos resultados que deben ser mostrados y demostrados. Pero también es verdad que luego viene la fase clínica, que es el uso en voluntarios sanos y luego en individuos que estén comprometidos con la situación. Hemos ido muy rápido, mucho más rápido, en estos pasos de lo normal, ojo eso hay que comentarlo, pero la efectividad se mide el tiempo», sentencia.
Lo urgente y lo importante
La confrontación de poderes fácticos entre naciones, ideologías e intereses corporativos ha marcado por completo la búsqueda de una vacuna que pueda hacer frente al COVID-19.
Alexander Rangel Salas, físico e investigador de física nuclear de la Universidad Simón Bolívar, hace un análisis de esta carrera contrareloj y evalúa no solo las implicaciones tecnológicas sino sobre todo políticas que marcan la misma.
«A Rusia la han invisibilizado, cuando es el primer país que sacó la vacuna, mientras Rusia tenía la vacuna ya publicada, la gente hablaba de AstraZeneca en Oxford y eso era lo que salía publicado en las redes y diarios. Hay mucha tela que cortar y todo este asunto tiene un matiz político», destaca.
No obstante, para Salas existe un matiz sobre esta carrera, que no se puede pasar por alto. Además de las aristas mediáticas, también existe una priorización geopolítica que marca la necesidad y motivación en la producción de fármacos. Lo ejemplifica utilizando la enfermedad de la malaria, cuya vacuna, refiere Salas, ha sido solicitada por la OMS desde hace mucho tiempo, debido a que producto de esta enfermedad:
«Mueren aproximadamente entre 400.000 a 800.000 personas al año y eso está invisibilizado completamente. El tema con la malaria es antiguo, lleva ya mucho tiempo, de por sí el tratamiento de hidroxicloroquina que se habla, es el tratamiento que se usa para la malaria».
Salas destaca que, desde hace algún tiempo, medios influyentes, como la revista TechnologyReview del Instituto Tecnológico de Massachusetts, referían cuáles serían los perfiles que debían tener las empresas de emprendimiento tecnológico y además cómo debía verse al mundo en los próximos años. Dentro de las características mencionadas, figuraban el que las «compañías fueran ecológicas, socialmente aceptables». Sin embargo, el investigador considera que la realidad muestra incongruencias con estos deseos, e incluso con la propia carrera en la producción de la vacuna, muchas veces muy similar a la «carrera a la luna y la armamentista».
«Indiscutiblemente la vacuna es necesaria; sin embargo, los grandes inversionistas se han preocupado mucho por llevar el hombre a la luna más no por crear una vacuna para conservar la vida. Fíjate que ocurrió recientemente, la compañía SpaceX, la gente de Elon Musk, colocó dos astronautas en órbita, mientras el planeta se estaba debatiendo entre la vida y la muerte con la pandemia. Este es un proyecto multimillonario, mucho dinero que quizá se debió haber invertido para una vacuna previa de coronavirus y no se hizo. Hay que tomar en cuenta eso, los grandes poderes económicos no están interesados en inversión social, ellos no quieren la inversión social, están evitando la inversión social o el gasto público como ellos dicen, pero sí están haciendo inversión en temas de tecnología o tecnologías para el desarrollo de otro tipo de cosas, ellos prefieren perder el dinero que invertirlo en la población. Indiscutiblemente los intereses están todos distorsionados», comenta.
Salas reflexiona en que mientras el esfuerzo financiero y mediático apunta hacia «afuera de la tierra», entre tanto la malaria se cobra la vida de entre 400.000 a 800.000 personas al año, y amenaza con tomar la vida de 769.000 personas en el África Subsahariana en 2020.
A juicio del experto, lo urgente y lo importante siguen siendo asuntos marcados por las prioridades geopolíticas:
«La malaria es un flagelo que se lleva a los pobres del planeta, porque su vector es un mosquito, el COVID en cambio afecta a los habitantes de las principales capitales de las potencias mundiales. En definitiva, debemos cambiar la psique de la humanidad, ya veremos cuál será la tendencia y ojalá la humanidad sea más responsable en entender que el neuromarketing de las redes sociales debe cambiar, ya que esta es la enfermedad que más publicidad ha tenido en los últimos años, ¿Y qué hay de los otros problemas de la humanidad?», concluye.