Cuando en La Habana se convertía en mito el gallego José María López Lledín, conocido por el Caballero de París, en la década de los años ‘50, gracias a su carisma de hombre gentil en las calles habaneras, un mestizo con sombrero de paño, espeso bigote, sonrisa amplia, vistiendo viejos trajes y maletín donado por algún familiar de un difunto, intentaba dar de que hablar en la propia ciudad de Pinar del Río.
Cuando lo conocí, era un adolescente que cursaba la secundaria Tomás Orlando Díaz, y gracias a nuestros recesos de clases que nos permitían pasar en el parque «Francés», después de adquirir algunas golosinas que vendían unos chinos en timbiriches llenos de papitas fritas, empanadas y croqueticas en el callejón de la pizzería, y que duraron poco, pues fueron eliminados por decreto gubernamental.
Para Fidel Vento Johnson, alias «Filingo», era ese parque uno de sus lugares predilectos, pues las peñas de béisbol eran frecuentes en La Colosal, la retreta de la banda sinfónica tocaba allí, y él vivía en la esquina de Retiro y 20 de Mayo, muy cerca del lugar.
“Filingo” siempre fue multifacético, con tal de andar recorriendo la ciudad y evitar las movilizaciones constantes al tabaco, pues para él la «guataca aún no se había inventado». Fue cobrador de la Logia, modelo para desnudos en la Escuela de Artes Plásticas, y amaba el deporte como no existía ser humano en esta tierra.
Uno de sus oficios más recordados era el de despedidor de duelos. Bajo la ceiba de la Alameda, los dolientes, en un acto de desesperación por ser pobres, le concedían la palabra a «Filingo», quien vestido como lúgubre emisario de las sombras, decía palabras desnudas de profundas emociones, por lo que sus discursos tenían más ingredientes de risa que del propio dolor por el acto fúnebre.
Pero debajo de la ceiba estaba él, sin importar las inclemencias del tiempo, sin cobrar un centavo y resistiendo los agravios lanzados desde los autos que transitaban sin ninguna conexión con el funeral. La radio por aquel entonces publicitaba el encuentro de béisbol entre los «Tigres de la calle Gloria», dirigidos por Nicolás, aquel discapacitado de San Luis, de rostro maltratado al nacer y que nosotros cariñosamente le decíamos «Nico», y las «Estrellas de 20 de Mayo», dirigidos por «Filingo».
El juego se celebró en el estadio de Borrego y terminó en bronca cuando «Filingo», acalorado, le dijo al árbitro, un respetado señor de la ciudad, que su mujer le pegaba los tarros con un tal fulano, ante una jugada mal cantada, infidelidad que era cierta.
Su vinculación con la Universidad era frecuente, prueba de ello fue en el desfile de los primeros juegos universitarios Guamá con la delegación de Ciencias Médicas.
Los jóvenes estudiantes de Medicina taparon su cuerpo en una camilla, y al llegar al home del estadio Capitán San Luis, se levantó vestido de médico con la corneta a ristre, y la multitud, entre risas, desbordo su entusiasmo juvenil al compás del sonido «Pu, pu… Pa, pa, pa», emanado de la corneta de «Filingo».
Después los medios deportivos lo ayudaron a ser conocido nacionalmente, cuando su corneta marcaba el ritmo cadencioso de la comisión de apoyo a los equipos pinareños. En el documental Redonda y viene en caja cuadrada, del cineasta Rolando Díaz, se ve la figura de «Filingo» con su corneta.
Siempre llegaba después de empezada la película de los estrenos a las cinco de la tarde en el cine Praga. Él sabía que esa tanda, generalmente, era propia de la juventud, y con aquella voz fuerte lanzaba un chiste al aire cuando más concentrado estábamos en la proyección, entonces se armaba una algarabía, que ni al encender las luces de la sala se lograba aplacar, a pesar del esfuerzo de los acomodadores. El administrador estaba consiente que cuando la película era rusa el show de taquilla era de «Filingo», y lo dejaba ingresar gratis.
Eran tiempos económicos muy difíciles con la entrada de los años ’90, o para algunos, periodo especial. Ya había sido sancionado en la comisión de apoyo al deporte y quitada su corneta, que aunque no era de su propiedad, él le había dado fama nacional.
Muy dolido se dijo que fue utilizado y puso el famoso cartel en Cooppelia. La calle se llenó de curiosos y policías. Los investigadores del caso no lo podían creer, las gotas de la pintura utilizada marcaban la dirección de su casa, al no percatarse que la latica tenía un pequeño orificio. No podía ser, pero… era cierto.
Intercedieron muchas personas y lo acogió una familia en California. Quiso llevar la misma vida de su pueblo natal y la suerte, al principio, lo acompaño. Se sacó una pequeña lotería que se esfumó tan rápido como llegó. Enfermó de diabetes, por lo que le amputaron su pierna izquierda, y soñó y pidió ayuda a exiliados para regresar a su querido Pinar, pero esta se quedó en
promesas, no llegó y falleció. Nadie puede dudar que fue un personaje carismático de la ciudad, con sus virtudes y defectos…, para muchos, el personaje más popular.
Por: Raúl Andrés Denie Valdés (Viky)