A finales de 2019 nadie imaginaba que muy pronto la humanidad iba a enfrentarse a uno de los retos más trascendentales en su historia: una nueva pandemia, en este caso muy fácil de propagarse.
Recuerdo cuando un compañero de trabajo llegó a la redacción con aquellas primeras noticias de la lejana, y muy poco conocida, urbe de Wuhan; aquellos primeros cálculos y la posibilidad de que, en esta Isla, por el tema del calor el virus no sobreviviera, teoría que duró muy poco.
La realidad demostró lo contrario. Fueron, como se conoce popularmente, cuentos de “chino manila”: solo tres meses después ya estaba la COVID-19 en Cuba y la vida había dado un giro al igual que en el resto del mundo.
Entonces llegaron artefactos considerados raros como el nasobuco y el pomito de cloro a la entrada de locales o en casas; se hicieron famosas las primeras sospechas, las cuarentenas en barrios y municipios; el saludo a distancia.
Conectarse a internet era entrar en un laberinto donde el denominador común era la pandemia, con los diarios más importantes del mundo puestos en función de cifras y descripciones que explicaban en tiempo real la huella de ese coronavirus.
De la primera etapa a la fecha actual, lamentablemente muy poco ha cambiado el panorama y sigue el SARS-CoV-2 presente como al principio de la pandemia.
Particularmente alarmantes resultan las estadísticas de los últimos días, tanto para la nación como para algunas provincias como la nuestra, y es que cada minuto este contagio se acerca más a cada cubano y cada vez es más potencial el peligro.
A la espera de que los candidatos vacunales cubanos estén listos para, por fin, inmunizar a la población contra tal enfermedad, es imprescindible aumentar la conciencia y nunca menospreciar un enemigo sin rostro, silencioso y que puede ser letal.
Hace pocos días salió una publicación en el diario Granma que explicaba las secuelas cardiovasculares de la COVID-19 en niños, quizás una señal para los padres de la importancia de no exponer a los hijos a contextos propensos a la propagación del virus, pero no solo son los menores, también a los ancianos y no tan viejos puede dejarles profundos rastros este padecimiento.
Y qué decir de cómo nos ha cambiado la forma de divertirnos, de relacionarnos o los proyectos que están en espera ante la inminencia de una pandemia que no pocos avizoran como algo que llegó para quedarse.
Mucho hemos tenido que rediseñar ante tal contingencia. Se ha sufrido, sobre todo aquellas personas que han padecido pérdidas de familiares en medio de esta situación epidemiológica, ya sea por la pandemia o no.
Los velorios, espacios para la despedida de seres queridos y de consuelo para los allegados, se reducen a solo dos horas de duración, un cambio que a no pocos aflige.
La COVID-19 deja también una huella económica profunda en el país, y por ende, en la calidad de vida del cubano. La nación tardará en recuperarse de esta crisis, de ahí que se necesita el concurso de todos en función de poder contribuir al desarrollo y bienestar socioeconómico de Cuba.
Por eso, la prioridad hoy es el combate contra este coronavirus, que se convirtió de golpe en nuestro enemigo público número uno, y eliminarlo significará más salud, alegría, en fin, más vida para todos.