“Lo que más me duele es no haber podido estar allí con él, darle un último adiós, acompañarlo en sus últimos momentos. Mi padre tenía 95 años y padecía de cáncer; había luchado contra la enfermedad durante mucho tiempo y la COVID-19 lo complicó en unos días”, confiesa hoy Juan Carlos Ojeda González, quien perdiera el 18 de junio pasado a su padre y a su hermano, ambos víctimas del coronavirus.
“Uno nunca está preparado para perder a su padre, pero era algo que veía venir porque se había puesto muy mal y estaba siendo atendido en terapia. Ahora, la muerte de mi hermano Tony sí que no me la esperaba. Él era el más fuerte de nosotros, y éramos siete, quedamos seis; él practicó deportes toda su vida y se desempeñaba como entrenador de boxeo.
“Fue muy duro. Estaba en Ciencias Médicas (UCM) ingresado junto a mi esposa y su mamá. El día siete por la noche me había sentido mal y al amanecer salí para el policlínico, mi esposa y yo dimos positivos y nos llevaron primero para la Escuela de Arte. Después es que me trasladan para la UCM.
“En la madrugada del 18 mi hijo me llama y me dice que tenía que darme una mala noticia, que Pipo se había puesto mal y que había fallecido. Las palabras no le salían. Él, que estaba en un centro de aislamiento para contactos de positivos, también estaba llorando.
“Fueron horas muy largas. Me fui para el baño y por primera vez en la enfermedad sentí que el pecho se me apretaba y que tenía dificultades para respirar. Unas horas más tarde me vuelven a llamar y me dicen que Tony se había muerto. Fue un momento de desesperación, y uno sin poder hacer nada. Allí, bajo tratamiento y sin poder salir”.
Juan Carlos trata de ordenar en su memoria los hechos y no encuentra más que tristeza y desasosiego. No se explica cómo pasó todo. ¿Quién enfermó a quién? Es algo que ya no vale la pena discernir.
“En mi familia enfermaron casi todos, mi sobrino, mi hermano mayor, Tony, una de mis hermanas, mi esposa, mi suegra, mi papá y yo. Mi otra hermana, la que cuidaba a mi papá, y un hermano que vive con ella y no se vale por sí mismo porque tiene un infarto cerebral, también fueron hospitalizados, él por ser de alto riesgo y contacto y ella además, para cuidarlos a ambos.
“La hermana que estaba conmigo en Ciencias Médicas empezó con mucha tos y había sido trasladada junto a otra paciente para el hospital León Cuervo y fue ubicada en la sala con mi papá.
“Ese día hicimos una video llamada desde el celular de esa muchacha y entonces lo vi. Recuerdo que le dije: ‘Viejo, dime ¿cómo está la cosa?’ Y me respondió: ‘Aquí, bien, yo me siento bien, pero compadre estoy solo’. ¡Cuánto hubiese querido haber sido yo quien lo acompañara! Ese día se agravó su condición y lo suben para terapia.
“Lo que más he querido en mi vida es a mi padre y a mi hijo. El golpe fue tan grande, y después viene lo de Tony. Ya me habían dicho que estaba malito. Sabía que tenía falta de aire y me decía: pero cómo es posible si él nunca fue asmático y siempre tan saludable, tan fuerte. No sabía qué pensar. Y comencé a temer por la hermana que había sido trasladada con tos.
“Creo que él demoró para ir al médico, que se sentía mal desde hacía días y se confió en la casa. Eso le ha pasado factura a no pocas personas que enferman de COVID-19.
“Después empecé a pensar en los entierros. En todas las carreras que uno tiene que dar en esos casos. Me llamó Ernesto, el director, y me dijo que estuviera tranquilo, que él se hacía cargo de todo. A mi hermano había que enterrarlo en La Coloma porque no había capacidad aquí en Pinar y supe que Daima, la subdirectora, empezó a hacer gestiones hasta que lograron, al menos, enterrarlos en el mismo cementerio, en Agapito.
“Ese día supe que mi familia era más grande de lo que pensaba. Recibía llamadas y mensajes de mis compañeros de trabajo todo el tiempo, y a uno eso le da un ánimo y una fuerza extraordinaria. Para Ciencias Médicas me enviaban lo mismo la comida que un paquete de detergente.
“Creo que siempre voy a estar en deuda con ellos. Fueron ellos quienes se encargaron de los trámites de mi papá y las dos horas que se pudo velar a mi hermano, porque él hizo una neumonía muy grande, pero ya tenía el PCR negativo. También fueron ellos los que estuvieron en la funeraria. Todos nosotros seguíamos aislados.
“A veces creo que la COVID-19 se ensañó con mi familia. Me ha costado mucho trabajo recuperarme psicológicamente. Paso por el frente de la casa de mi papá y me parece que está ahí, me ocurre cuando entro a su cuarto. El otro día llamé a mi hermana y le pregunté por él.
“Cierro los ojos y me parece verlo llegar con una jabita en la mano al campamento cuando yo estaba en la escuela al campo. Son cosas que no se olvidan nunca. Pienso que no supimos cuidarlo bien, que nos confiamos. No pensamos jamás que el riesgo de un contagio podía terminar con consecuencias tan nefastas.
“El 18 de julio, justo cuando se cumplía un mes de la muerte de los dos, fue que pude ir hasta donde estaban enterrados. Ni sabía dónde era. Entre el ingreso, la cuarentena y después otra cuarentena en mi Consejo Popular, no había podido ir”.
Juan Carlos, quien es administrador de este semanario, asegura que accedió a la entrevista porque este es su periódico y porque quiere hacer hasta lo imposible para que las personas concienticen el riesgo que implica la COVID-19.
“En el barrio, la gente anda a veces sin nasobuco o con él mal puesto y me molesto mucho. Saben lo que nos pasó a nosotros y no toman conciencia. Un día llegué y me encontré a mi hijo jugando dominó y le dije una pila de cosas.
“Veo a Durán cada mañana, ya no sabe cómo hablar para que las personas entiendan y, sin embargo, la calle sigue llena, las cifras de contagios crecen, hay cantidad de muertos y el sistema de Salud ya no puede más; este país ya no puede más.
“En los días que estuve ingresado, a nosotros no nos faltaron las comidas, las meriendas, pero la situación se ha ido complejizando y que la gente no se cuide me parece una falta de respeto al personal de la Salud y a la Revolución. Cuba ha hecho hasta lo imposible por salvar las vidas, pero hay que ayudarla.
“Por cierto, tengo que decirlo. En Ciencias Médicas había un médico de esos que uno agradece haber conocido. No recuerdo su nombre, era un mulato alto. Ese hombre entraba al cubículo y saludaba con una simpatía que no voy a olvidar. Preguntaba a cada uno cómo había pasado la noche, te ponía la mano en el hombro y a la señora de la cama del lado le decía: `Dime mi vieja, ¿cómo dormiste?`, y eso es tan bueno, porque uno se siente acompañado.
“Hay que tener percepción del riesgo, no se puede ser tan ingenuo y pensar que no te va a tocar. Sí, te puede tocar y puede dejar en tu familia huellas imborrables y dolorosas como en la mía.
“Se ha dicho hasta el cansancio que hay que permanecer en casa, que no se puede salir a la calle por gusto, que hay que proteger a los más vulnerables, pero por una parte no se toma conciencia y por otra, creo que se ha sido muy permisible con las indisciplinas.
“Si he estado de acuerdo en conversar sobre todo esto, a pesar de lo difícil que es, no es por otra cosa que para tratar de ayudar a que la gente entienda, comprenda que cuanto se haga para protegerse es poco. Quizás lo aprendí tarde, pero yo no me quito estos dos nasobucos y me lavo las manos constantemente, no quiero un recontagio”.
Lamento muchísimo su pérdida que no fue pequeña y estoy totalmente de acuerdo con usted, las indisciplinas continúan, he visto grupos de adolescentes regados en parques jugando fútbol, algunos sin nasobuco y me pregunto ¿ dónde está esa madre o ese padre o la familia que tiene la obligación de cumplir con el protocolo que establece el ministerio de salud junto a la defensa civil para evitar los contagios.Hay muchos irresponsables y después se van por la tangente de la hipercritica al gobierno.
Me ha tocado el dolor de este hombre. Conozco otro caso del municipio de Corralillo, en Villa Clara, en el que murieron una madre y su hijo de 32 años la misma semana. Aquí en la Florida (Estados Unidos) la gente tampoco toma conciencia de la gravedad de este virus a pesar de que el número de infectados por la cepa Delta va en aumento descontroladamente.