El tema de Halloween y la colonización cultural vuelve a estar en el centro del debate. Como hace un año, algún suceso dio la nota y las redes se inundaron de comentarios y debates en torno al fenómeno.
Lo que pasó en el Maxim Rock (eso de premiar como mejor disfraz al que se vistió de nazi) despertó criterios de todo tipo, y no solo por el hecho en sí, sino por la medida “drástica” que anunciaba el Instituto Cubano de la Música de cerrar la instalación. ¿Es esa, acaso, la solución ante tal desatino?
Resulta incoherente entonces que se hable de penetración cultural en casos como este y; sin embargo, se promocione una cena de elite, que me atrevo a asegurar, nada tiene que ver con nuestra identidad y tradiciones.
Si no sabe a lo que me refiero, le ilustro brevemente: el próximo 11 de noviembre, en algún espacio al aire libre de La Habana, tendrá lugar una Cena Blanca, o Le Dîner en Blanc, como se le conoce en francés.
Los invitados deberán llevar su mesa, su mantel, su vajilla, sus sillas y su comida. Requisito indispensable es vestir elegantemente de blanco y beber, solamente, vino o champán que debe ser adquirido a través de una de las tiendas electrónicas del evento.
Y, por si fuera poco, el sitio que promociona el acontecimiento alude que será un fin de semana lleno de actividades culturales y musicales en honor a la cubanía y al turismo en la Isla.
¿Qué de cubano tiene una idea que surgió en Francia y que se replica en las principales urbes europeas como sucesos de marcada elegancia? ¿Por qué etiquetamos de penetración cultural algunos hechos y otros no?
Los principales responsables de que las tradiciones cubanas y la identidad cultural estén plagadas de elementos extranjerizantes e importados somos nosotros mismos. De eso nos hemos encargado a través de los años, empezando por las instituciones y terminando en los hogares.
Y se evidencia diariamente cuando cualquier cubano de a pie no puede ni siquiera adquirir una bandera de su propia país en ningún establecimiento; cuando un pinareño no puede comprarse una gorra o una camiseta de su equipo de béisbol; cuando los niños de hoy no son capaces de citar en sus juegos un parlamento de Elpidio Valdés y van a la escuela disfrazados de Spiderman; cuando se acabaron los carnavales, las serpentinas, las aventuras, las caldosas del 28 de septiembre…
Pero en las tiendas en MLC se replican las chancletas con el escudo del Real Madrid y el Barcelona; los principales centros nocturnos de la ciudad reproducen los temas más “pega’os” de Bad Bunny y el “mejor” reguetón de la Isla; y para tomarte un Mojito o un Cuba Libre debes dejar de comer un mes.
El fenómeno de Halloween y cualquier otro préstamo de otras culturas son solo señales de que falta ilusión, magia, sueños, añoranza por lo que una vez tuvimos y hemos dejado perder. Y no aplaudo el hecho de que alguien enarbole la xenofobia o el racismo detrás de un disfraz, pero no creo que sea lo más importante.
Peor aún es que se promocionen eventos como una “cena blanca”, en medio de una situación tan crítica como la que vivimos hoy en materia de alimentación y precios. Peor es que, con las pocas opciones culturales asequibles que hoy existen, se decida cerrar un centro cultural porque alguien cometió una indisciplina.
A pesar de lo que vendan las redes sociales y las nuevas tecnologías, que, por supuesto, tienen un impacto marcado en las generaciones más jóvenes, somos nosotros los únicos responsables de que como dijera alguien hace poco, las tradiciones autóctonas tengan que, prácticamente, pedir perdón por existir.
Somos nosotros mismos los únicos responsables de que hoy seamos partícipes de la cultura del desatino y la incoherencia.