Las desigualdades sociales son cotidianidad: hace algún tiempo que se acrecientan aceleradamente, y aunque décadas atrás no eran tan notorias, lo cierto es que siempre existieron.
En Cuba habitan quienes se “dan un saltico” a México o a Estados Unidos el fin de semana; deciden pasar la navidad en Europa; pagan cientos de dólares por una renta, y la palabra precio es una categoría económica que no les preocupa.
Están los menos holgados, con respecto a ese grupo, que pueden salir de fiesta regularmente a sitios costosos, llevar lujosas prendas o ropas de “marca”; prestan más atención a la tarifa de lo que desean, sin que ello implique renunciar a satisfacer el placer o “necesidad” de turno.
Sería muy numerosa la lista de escaños, punteando la diferencia de altura entre unos y otros, pero en la base, soportando un enorme peso sobre sí, están los que la bonanza les es esquiva. Entre ellos se encuentran especímenes que la evitan, no trabajan ni estudian, malgastan la vida en lamentos y reclamos, de lo que se creen merecedores, sin pensar ni un instante en los deberes.
Lamentable que no sean los únicos, a su nivel, solo un poco arriba, o incluso debajo, hay quienes bregan día a día porque les vaya mejor sin conseguirlo, porque ejercen labores mal pagadas, o ya no tienen las fuerzas para hacerlo, y mientras las tuvieron, aunque se entregaron en corazón y alma, no había forma de amasar fortunas.
Al representarlo en un esquema numérico la diferencia entre los dos extremos es grande, si escogemos los colores es ir de negro a blanco. Las desigualdades están ahí, nos gusten o no, pero hay en ellas una posibilidad de preservar y mejorar la equidad.
Si usted es una persona a la que le cuesta asimilar los cambios radicales, deje de leer, porque se trata de remarcar las diferencias, que quien pueda, pague por una sala climatizada al necesitar ser hospitalizado, aunque no sea indispensable para su cuidado; que disponga de una alimentación a la carta acorde con sus prescripciones y otras ventajas…; que el dinero le sirva para obtener un mayor confort, no una mejor atención, esa ha de ser igual para todos, y aumentar su calidad a partir de invertir los ingresos obtenidos en tal propósito.
De forma similar puede hacerse con residencias estudiantiles, pues sucede que los más solventes crean condiciones que difieren de la media y que van desde refrigeradores hasta lavadoras automáticas en los cuartos; equipos que aumentan el consumo de energía, agua y no se paga por ello.
Lo justo es que esas prerrogativas representen ingresos para la institución, si ella misma proporciona ese bienestar por determinado costo; de igual modo que en el ejemplo anterior, no se pagaría la matrícula ni se compraría el acceso, se disfrutaría de facilidades que pueden revertirse en favor de los que menos tienen.
Y así, el carente de recursos financieros estará mejor alimentado, dormirá en un colchón de más calidad y no lo lacerará tanto el regresar a beca después de una jornada en la que estar desprovisto de teléfono moderno o laptop, le obligó a permanecer más horas en el docente para utilizar los equipos de computación.
No nos espantemos ante tales alternativas, porque la desigualdad golpea en el barrio, las escuelas; se abre un abismo entre el que merienda pan con jamón, galletas dulces, refrescos enlatados… y aquel, que en el mejor de los casos, tuvo su pan con aceite; están los que no tienen nada, e incluso salieron de casa sin desayunar.
Podría hacer una interminable lista de ejemplos, escogí Salud y Educación, justamente por su carácter casi sagrado para los cubanos, y que me atrevo a asegurar, es voluntad de la inmensa mayoría preservar como servicios con total accesibilidad, esa no debe ser condicionada por Don Dinero; estas propuestas, a mi juicio, son mucho menos indecorosas que otras, vigentes y generalizadas para obtener privilegios “por debajo de la manga”.
Se trata de crear diferencias en las prestaciones de acuerdo con la gama de poderes adquisitivos existentes en el país, y que estas no solo sean perceptibles en bares, restaurantes o destinos vacacionales, que quien disfrute de bonanza disponga de las opciones deseadas, no poder acceder a las mismas es causa de emigración.
Una salvedad imprescindible, que los ingresos queden en manos de cada entidad que los genere y sean públicos, sus montos e inversión es un camino para llegar hasta ese deseado punto de devengar un salario acorde a lo hecho y necesario.
Esas no son maneras de buscar financiamiento para importar la leche que requieren los infantes, indispensable, pero responsabilidad de otros sectores con ese encargo, urge mejorar los servicios básicos, y a los que les florecen sus carteras, pueden contribuir a optimizarlos en favor de todos.
Sería preciso crear regulaciones, no restricciones; pero a la larga es viable que la desigualdad sustente la equidad, la cual no es otra cosa que “darle a todo el mundo el mismo trato ante la ley, sin discriminación, pero considerando su situación específica y sus necesidades”.
No lloremos lo perdido y batallemos, aunque sea con fórmulas extremas de preservar lo que tenemos.